Porque con música romántica, se engrandece el amor y se llena de ternura el alma. Melodía de amor, pasión que me desgarra, oración para dos, que de verdad se aman.
Pancho Barraza, “Música romántica”.
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Este güey me habla en tonito medio mamón, de sampleos de hip hop, jazz, la canción popular italiana y el sincretismo musical más exótico durante más de tres décadas, pero lo dejé de escuchar cuando comparó a Los Ángeles Negros con algunos discos de los Babasónicos. No sé, la neta yo lo único que recuerdo es a mi tío Manolo, con una pila de cintas sin caja encima del comedor, su grabadora con las teclas ya bien flojas y su Bacardí blanco con Coca. Casi siempre llorando, casi siempre tratando de imitar los tonos de las canciones de Los Ángeles Negros, Grupo Miramar, Los Pasteles Verdes, Los Terrícolas, La Mafia, El Jefe y su Grupo y Los Humildes. El tío Manolo era fatídico, pedero y naco para casi toda la familia. A su salud y justicia debo decir que ante todo, era un Romántico.
Música para los perdedores de antes. Mi tío la pasó muy mal buena parte de finales de los noventa: le costó agarrarle la onda a las modas musicales, la tecnología le daba igual y, sobre todo, las viejas eran su perdición y expertis gracias a las canciones de lo que él reconocía como el “género Romántico”, que posteriormente irían a parar a lo que aún hoy se ubica en el extensísimo término de “Grupero”.
Todos somos Románticos, como Rigo Tovar mismo. Todos han querido alguna vez el reflector agridulce de cantarle al corazón roto, o andar padeciendo el tremendo embrujo de amor; ser romántico es hacer un show arrastrado, un drama bien azotado, así de a loquito que se mea de la risa mientras se zurra en lágrimas, como el payasito de “Balada triste de trompeta” de Raphael.
La imagen del Sinatra paisano de barrio con corte de cabello ‘apache’ ha estado presente en todas las colonias populares de México, sobre todo cuando los roqueros se empezaron a agüitar en los setenta y se subieron al tren del ya crecí tengo que comer, además de que estaban perrones los chingadazos con la tira. España exportaba cantantes románticos a “casco porro” y Los Ángeles Negros, chilenos, ya habían perfeccionado el esquema de bajarle al guitarrazo y prenderle al azote macizo a inicios de la década. Fueron los pioneros, no por nada varios grupos de todo el Cono Sur comenzaron a descolgarse como epidemia: Los Pasteles Verdes de Perú, los fabulosos y casi olvidados Grupo Canela de Costa Rica, Leo Dan y Leonardo Favio en Argentina y un montón, pero absurdamente muchos artistas más, hasta llegar a la perfección en los ochenta, con esa impronta de darle fade al tema para cantar-hablar la explicación que sintetiza toda la pieza. En los gruperos, el límite del lenguaje es la fuente del amor eterno.
Amor sin palabras, un cariño sin secretos. Porque no se dice nada y lo sabe el mundo entero.
Los Caminantes, “Amor sin palabras”.
Sin embargo, la diferencia de clases siempre fue clara: baladistas románticos no serían lo mismo que grupos Románticos. En México, entre los primeros figuraron siempre estrellotas aceptadas en el mainstream como José José, Juan Gabriel, Joan Sebastian (sobre todo en su asombrosa etapa country romántico), o Ana Gabriel. En los segundos estaban Los Terrícolas, que eran venezolanos pero pegaron más aquí, Los Yonics, Los Caminantes, Grupo Bryndis y sobre todo Los Bukis, la leyenda michoacana que se convertirían a la postre en padres de toda esa camada, y que denotarían una tendencia clara de su público: casi todos pertenecían a las clases populares de todo el país, mucha gente de provincia, campesinos, principalmente inmigrantes, que comenzaron a generar sus versiones del género Romántico, inyectándole su folclor popular y hacerlo un fenómeno nacional hasta los primeros años de los noventa, época en la que Nuevo León fue ubicada como capital del género, y el infame fenómeno Furia Musical difuminaría la cábula inocencia de toda aquella oleada, para dar pie a la música de Banda, el imperio narcocultural y el sexismo tremendista.
Lo que en origen viene de los juglares y las odas al amor, se convierte posteriormente en el himno de la clase baja de la periferia de las ciudades, los morenos más tronados de lana son los que mantienen el arte del romance, el cortejo y la espera idílica con la amada, pese a que ella sea cruel y despiadada. El género Romántico mama de la canción francesa, de la estructura de la balada y el bolero, pero también está interpretada con los artilugios y las ecualizaciones más chatos y retrofuturistas, que hoy en día sólo los buenos grupos versátiles de bodas y quince años pueden igualar de forma involuntaria, con sus teclados Casio y Yamaha que parecen no haber superado los ochenta; lo que en los sesenta y setenta fueran análogos psicodélicos, en los ochenta fue un bizarro estilo equiparable sólo con el progresivo italiano más agudísimo.
Guitarritas punteadas, voces tímidas y pobres, pero cuando se arrebatan a sufrir desde adentro pueden pararse solas, teclados dolorosos y bajos de acompañamiento; la esencia del género Romántico evolucionó en pos de la ecualización ochentera y rimbombante, para poder complacer a las masas. El triunvirato Bukis-Temerarios-Bronco será, Mil por siempre, la prueba más notoria de ello.
Ya en los noventa vendrían los coqueteos pseudo New Age de Los Temerarios, zacatecanos que venían tocando piedra desde la segunda mitad de los setenta en deportivos y palenques, y las baterías eléctricas guapachosas de Bronco, uno de esos grupos que abrevaban del género Romántico al principio, y que mezclarían con tino la cumbia, la norteña y algo de electrónica involuntaria, dando pauta a que todos entraran en el cajón del género Grupero. Tal vez, quien aprovechó este estilo y lo perfeccionó en una mamarrachada de altos vuelos fue Mi Banda el Mexicano, próceres de la “Tecnobanda”.
México pudo habérselas dado de ser un país roquero, romántico o cuasi afrancesado en algunas pautas estéticas en algún momento. Pero no, somos cumbieros, rancheros, campesinos, muy enamorados y sufridos a la fácil.
Con el tiempo, y como parece suceder con toda escena musical importante, a los grupos más sólidos, esos a los que les tomó diez años llegar a la cima de la popularidad, fueron los que comenzaron a desvanecer las cosas, con sus megaproducciones y repetición chocosa de una fórmula. A Marco Antonio Solís lo convirtieron en una suerte de Cristo musical y el estilo se convirtió en regla, misma que ahora rebajan con una pobreza de lenguaje desprovista de ingenio y humor involuntario. ¿A quién chingados le interesa el tipo del pandero de Los Bukis, ese ardid escénico que fuera sustituido por “El Chivo”, su célebre bajista? Sólo a mi tío Manolo y a los tipos que toman ron con Coca y agua mineral en un vaso alto y sudado.
La neta, mi tío Manolo prefiere decirles gruperos, a que luego confundan a sus gallos románticos con baladistas pedorros de Televisa, como el hijo de Emmanuel o de Verónica Castro. Prefiere seguir visitando los restaurantes de Marina Nacional y Aragón, en donde tocan de vez en vez los hermanos Castro, Los Ovnis o lo que queda de Grupo Yndio, prefiere seguir sin vieja y pedir la caminera, nomás ‘pintadita’.
El amor eterno ya no está en las calles, ni siquiera en uno mismo, está ahí atiborrado entre los kilos de casetes desperdigados en bodegas, con la cinta pegada y las cajas cubiertas de una gruesa y peluda capa de polvo, mugre, tiempo y amor no correspondido.
Va por los bigotitos que dicen barrabasadas desde lo más profundo de su corazón, los trajes sintéticos y bien planchaditos, la greña “tapaorejas” y los teclados sentidos: Los Acosta, Grupo Pegasso, Mandingo, los poderosísimos Guardianes del Amor, Los Rehenes, Liberación, Samuray o Grupo Ladrón.
¡Salud por el Romance!