El año pasado, Yojana García Hernández recibió una llamada de un familiar que vivía en la frontera mexicana con Estados Unidos: su hijo había sido secuestrado. Tres meses después que Yefri González García, de 17 años, salió de Honduras esperando lograr asilo en los Estados Unidos, fue retenido contra su voluntad a plena luz del día por miembros armados de lo que vecinos sospechaban era un cartel mexicano.
Yefri se fue de Honduras en mayo del 2018, porque la pandilla en su barrio lo había golpeado después de que se rehusara a ser reclutado. Migró hacia el norte, se quedó en la ciudad de Nuevo Laredo, y ahí desapareció. Cuando su padre, que trabajaba en la frontera entre Estados Unidos y México, salió con su vehículo a buscarlo, también desapareció.
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Este año, Yojana ha venido a México desde Tegucigalpa en Honduras, junto con una organización que busca a miles de migrantes desaparecidos, para intentar encontrarlos.
En el último año, cerca de 850.000 migrantes, muchos de ellos centroamericanos, fueron detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos. Mientras algunos fueron liberados de centros estadounidenses de detención de inmigrantes y otros quedaron varados al norte y al interior de México, otros ni siquiera lograron llegar a la frontera. De algunos se sabe el paradero, de otros solo se sabe la ubicación de la última llamada.
Cuando hay un familiar migrante desaparecido la distancia hace difícil siquiera dar seguimiento a la denuncia policial que se hace desde sus países de origen. Sin embargo, anualmente, colectivos de familiares de migrantes de Centroamérica buscan a los suyos, con el apoyo del Movimiento Migrante Mesoamericano, una organización civil con base en México.
Este año, el bus que les lleva ha cruzado desde Talismán, una pequeña ciudad fronteriza entre Guatemala y México, hasta Monterrey, el centro de negocios en el norte de México. Si bien estas caravanas solo llegan a una pequeña parte de México, en cada ciudad en que paran los familiares se bajan para manifestar contra el abandono de los gobiernos a los indocumentados y para difundir las fotos de los desaparecidos.
Las fotos que traen los colectivos de madres datan de fechas tan lejanas como los años 80, cuando miles de familias huyeron de los conflictos armados internos en Centroamérica. En aquel entonces, la incomunicación entre las familias se debía a la falta de un número de teléfono fijo o al poco conocimiento de los códigos de área de sus países de origen. Hoy en día es difícil imaginar un migrante que deje de comunicarse por teléfono o redes sociales, y si ocurre la incomunicación, los familiares intuyen que ha pasado una situación más grave.
En el caso de Yojana, antes de partir de Honduras en la búsqueda de Yefri, su hijo desaparecido, le dio una muestra de su ADN a un equipo forense para ver si lograban un match con cualquier cuerpo encontrado en la frontera. Les contó que su hijo tenía solo dos muelas, un lunar en el pecho, y una cicatriz en la frente . Yojana fue también al Ministerio de Relaciones Exteriores de Honduras, la Fiscalía General, la oficina de Derechos Humanos, la Policía Nacional y hasta a la Interpol para reportar el caso de desaparición de su hijo. Dice que la única respuesta que obtuvo fueron tres llamadas de un oficial confirmándole que tenían documentado su caso.
“Ya no podíamos hacer nada porque nos amenazaron”, le dijo a Yojana el tío de Yefri, que vivía en ese entonces en Nuevo Laredo y quien le había ayudado a buscar al joven.
Eventualmente, ante el desamparo de las autoridades, Yojana decidió que se encargaría de la búsqueda ella misma. Dejó su pequeño negocio de preparación de tortillas en cocina de leña y se dirigió hacia México. De acuerdo a un reporte sobre el secuestro de migrantes en México, hecho por investigadores de IBI Consultants y la Universidad de Texas en Austin, su caso no es un hecho aislado.
Entre 2006 y 2018, según el reporte, se estima que más de 250.000 migrantes, la mayoría de Centroamérica, podrían haber sido secuestrados. Muchos de estos hechos son atribuidos a miembros del crimen organizado, aunque también existe una cantidad considerable de casos en que presuntamente están involucradas autoridades, que buscan extorsionar a los familiares.
Yojana, sin embargo, encontró respaldo en el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos Amor y Fe, un grupo de madres de Tegucigalpa y sus alrededores cuyos hijos también desaparecieron en el proceso de migración. Algo que no esperaba Yojana era que la búsqueda, como parte de la caravana, sacaría a la luz a personas que se han escondido de sus familias por años, perturbados o apenados por lo que enfrentaron en el camino.
“Me he movido hasta donde ya no he podido por encontrar a mi hijo”, dice Yojana. “Me puse muy mal, preparándome todos los días, esperando a que me pidieran dinero, pero nunca me llamaron”, asegura.
Las pistas se encuentran en las calles
En 2018, aumentó la visibilidad de la migración a través de varias caravanas, peregrinaciones en las cuales se contaban miles de personas que partieron en un principio desde una terminal de buses en Honduras, y a las cuales se fueron sumando más centroamericanos en el camino. Dichas movilizaciones hicieron que los caminos de los migrantes salieran en televisión. La respuesta del Gobierno de México este año, bajo presión del Gobierno estadounidense, fue desplegar una nueva fuerza de seguridad para parar a la gente que seguía viniendo.
Pero la estrategia de contención en México se había establecido años atrás, obligando a los migrantes a viajar a escondidas, por esto las madres los buscan en puntos intermedios entre fronteras: la de México con Guatemala y la de México con Estados Unidos.
Yojana comenzó su recorrido en la XV Caravana de Madres Centroamericanas de
Migrantes Desaparecidos el pasado 15 de noviembre. A los días llegó a Huixtla, una ciudad en Chiapas donde las calles son hechas de tierra y grava. Se fue tocando puertas, y aunque parece improbable que una persona que desapareció en Nuevo Laredo apareciera en estos caminos, Yojana igual mostró la fotografía de Yefri, preguntando a los vecinos de las casas cercanas, a los dueños de las bodegas y a los vendedores ambulantes: “¿Has visto a esta persona por acá, es mi hijo y lo estoy buscando?”
Lo mismo hacen en cada ciudad: marchan por la calle, gritando lemas. Curiosamente este método, de esparcir la noticia voz a voz, o de repartir volantes en las calles ha sido más efectivo que cualquier investigación oficial, porque están buscando individuos que usualmente quedan fuera de cualquier registro. A veces, los migrantes para mantener el anonimato, usan nombres falsos con los cuales quedan registrados en hospitales, albergues, o cárceles, lo cuál dificulta la búsqueda.
Yojana igual mostró la fotografía de Yefri, preguntando a los vecinos de las casas cercanas, a los dueños de las bodegas y a los vendedores ambulantes: “¿Has visto a esta persona por acá, es mi hijo y lo estoy buscando?”
Yojana es consciente, al igual que muchas de las madres, que las pistas que les dieron podrían ser equivocadas, según los lapsos de memoria, o la similitud entre las caras de los migrantes. Aún así espera que la mirada de alguna persona se quede fija en la foto de su hijo, un selfie en la que lleva una gorra de béisbol, un collar de metal, y una sonrisa coqueta.
México tiene un registro de más de 40.000 personas desaparecidas, aunque colectivos mexicanos de familiares de desaparecidos aseguran que hay muchos casos que no han sido incluidos en estos conteos. Ellos han peleado por años para que el Gobierno invierta en un nuevo sistema de búsqueda, pues el anterior dejó la mayoría de los casos sin resolver. Sin embargo, solo hasta este año se están haciendo nuevos diagnósticos para medir el tamaño real del problema.
“Los gobiernos prefieren ignorar el problema. Prefieren minimizarlo. Prefieren que no se diga. Cuando hablan de las estadísticas en México, jamás hacen mención a migrantes desaparecidos”, dijo Marta Sánchez Soler, la fundadora del Movimiento Migrante Mesoamericano, en una conferencia de prensa en El Tecnológico de Monterrey.
Desde 2015, se ha permitido que familiares centroamericanos hagan la denuncia de desaparición a las autoridades mexicanas desde sus países de origen, pero este procedimiento ha visto pocos resultados. Las caravanas han servido a las madres para entender que sus hijos pueden haber pasado por lugares difíciles, donde fueron coaccionados por los carteles para cometer crímenes, involucrados en el tráfico de drogas, u obligadas a hacer trabajo sexual.
La caravana de madres, sin embargo, no solo está enfocada en encontrar a los hijos de aquellas que la integran, sino también en identificar a otros migrantes cuyos familiares piensan que están desaparecidos. Migrantes perdidos que al ver las marcha en ocasiones admiten que no se comunicaron a sus países por un sinfín de circunstancias. Por ejemplo, en Huixtla, antes que las madres expusieran sus fotografías en un campo de básquetbol, una mujer guatemalteca se acercó a la caravana para pedir apoyo porque llevaba ocho años sin comunicarse con su familia. Llegando a una iglesia en el mismo pueblo, otra mujer hondureña confesaba haber sido víctima de trata, y decía que llevaba más de veinte años sin comunicarse con los suyos.
La explicación de varios, sin embargo, ha sido más simple: perdieron su teléfono en México, y el riesgo de salir de este país sin papeles para volver a encontrarse con sus familiares, implicaba posiblemente perder parte de lo poco que han conseguido con su trabajo. Según Rubén Figueroa, el coordinador de búsqueda del Movimiento Migrante Mesoamericano, es más probable que los migrantes que huyeron hace décadas sin comunicarse se hayan quedado en el sur del país, mientras los que se fueron reciente intentan llegar a las ciudades más al norte.
Aunque usualmente son los encargados del Movimiento Migrante Mesoamericano los
que emprenden una búsqueda basada en las pistas que han recolectado, cada tanto,
algunos de los familiares logra reconocer a migrantes que se encuentran durante el
recorrido.
Dentro de una cárcel en Tapachula, en el estado de Chiapas, Balthazar Hernández una de las personas que viene de Guatemala buscando a su hijo, habló con un paisano que observaba una de las fotos. Balthazar averiguó sobre la familia del detenido, y se dio cuenta que había trabajado con su padre, porque eran del mismo pueblo. “Uno de pobre sale de su casa y no espera esto”, dice Balthazar en Tapachula. “Ese joven me dijo, ‘Qué tal si me echan la mano. Qué tal si logran sacarme de aquí”.
Nadie en la cárcel le dio información sobre el paradero de su hijo, quien llamó por última vez en 2007 para avisarle que había llegado a Arizona. Sin embargo, en el proceso de buscarlo, salió con una noticia de un paisano cuyos familiares no lo habían visto en aproximadamente veinticinco años pero a quienes podría asegurar, a su regreso, que lo había visto.
La posibilidad de encontrarlos
Las cifras no son prometedoras: se asume que una parte de los desaparecidos se encuentran en fosas comunes, sitios donde presuntamente el Gobierno mexicano enterró a cuerpos sin identificarlos, o en fosas clandestinas, donde miembros del crimen organizado escondieron a personas que mataron. Algunos han sido exhumados por las autoridades debido a la presión de colectivos mexicanos que encontraron cementerios escondidos en la tierra excavando con sus propias herramientas.
En el punto más al norte al que llegó la caravana de madres, en la ciudad de Saltillo, en Coahuila, México, un grupo de madres centroamericanas fue a un panteón municipal para ver una exhumación masiva—la primera en el estado—vigilada por miembros de varios colectivos que se encuentran asegurando que el proceso fuese realizado debidamente. Los peritos del Gobierno, vestidos en trajes blancos con tapabocas azules, estaban en un rincón alejados, mientras filmaban cada bolsa de los restos que sacaban
Las madres se sentaron en unas sillas bajo una carpa, mirando el proceso por una hora, intentando entender cómo se puede confirmar cuales de los cuerpos son de migrantes. Se entiende que tatuajes específicos, hasta la marca de la ropa, puede ser una señal de donde vino la persona antes de que falleciera, pero como en la mayoría de casos en México, faltan detalles sobre muchos de los cuerpos sin nombre y la condición de estos va empeorando con el tiempo.
“La primera dificultad que se tiene es que las personas no solo están desaparecidas físicamente, sino que están también desaparecidas dentro de todo el sistema de archivos y trámites burocráticos”, dijo Carlos Rodríguez, subcomisionado de la Comisión Estatal de Búsqueda en Coahuila, a las madres en la Casa de Migrante en Saltillo, el día que asistieron a la exhumación.
Se teme que con el aumento de migrantes esperando en el extenso territorio de México, los
migrantes seguirán enfrentando caminos peligrosos. Desde enero, debido al cambio de las políticas migratorias de Estados Unidos, han enviado más de 50.000 migrantes de regreso a México, donde tienen que esperar meses hasta que puedan presenter sus casos en cortes de EEUU. En el mismo periodo, han ocurrido por lo menos 418 secuestros en la frontera norte, casi todos de migrantes, de acuerdo al Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI).
El secuestro se hace frecuentemente con el fin de extorsionar a las familias de migrantes, con cantidades que pueden llegar hasta los 5.000 $USD, pero a veces no termina como se esperaba. “En los casos en los que no tenían dinero para dar, los migrantes se quedaron detenidos y a veces trabajaron dentro del grupo de secuestradores, especialmente en casos de mujeres, cuyo trabajo era limpiar o cocinar. En otros casos, si los migrantes no tenían el dinero para pagar el rescate, los mataron”, dijo Caitlyn Yates, coordinadora de investigación de IBI Consultants.
Es, precisamente, el hecho de asegurarse que el Estado mexicano cumpla con la búsqueda de los desaparecidos lo que más se les dificulta a las madres centroamericanas desde lejos. Sin embargo, hasta la fecha el Movimiento Migrante Mesoamericano ha logrado encontrar más de trescientas personas: desde las que sufrieron pérdida de memoria después de ser golpeados, aquellas que han trabajado en burdeles por muchos años, hasta las que están en prisión pagando condenas por cargos de tráfico de personas, aunque sean inocentes.
Yojana, por su parte, sigue aferrándose a creer que su hijo puede estar entre los perdidos y no entre los muertos. Piensa que si Yefri no hubiera estado en la frontera mientras esperaba respuesta de si sus familiares en Estados Unidos lo podían recibir como sus guardianes legales, él nunca habría desaparecido. Cree, además, que si él hubiera podido demostrar porqué huía de su país, probablemente estaría a salvo en Estados Unidos.
“Como yo hay muchas madres en Honduras, esperando una respuesta, una llamada de sus hijos desaparecidos. Déjeme decirle que esto es un dolor muy grande, es algo que lo consume a uno a diario. ¿Dónde están nuestros hijos? Por aquí pasaron, pero debido a la indiferencia de los gobiernos por donde pasan nuestros hijos, no hay justicia. No nos ayudan en la búsqueda. Les pedimos, por favor, que nos abran puertas”, dijo en Monterrey, lo más cerca que llegaría a donde desapareció su hijo.
“Quizás este no es el momento para mí, pero me voy con la fe puesta en mí y la esperanza de que en otra caravana pueda encontrar a mi hijo” continuó.