Miles de personas han quedado mutiladas en la guerra de Asad

Imágenes cortesía de Chavia Ali.


Chavia con miembros del Foro Cultural para Personas con Necesidades Especiales en Siria, afuera de la Casa de la Paz en Homs, 2011.

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Chavia Ali, de 32 años, es la presidenta del Foro Cultural para Personas con Necesidades Especiales en Siria, y la activista más prominente en la lucha por los derechos de los discapacitados en Medio Oriente. Intentar defender los derechos humanos más básicos bajo el violento gobierno de Asad, es de por sí algo arriesgado. Encima de eso, fundar una ONG que abogue por los derechos civiles siendo una mujer de ascendencia kurda (como Chavia) es pedir a gritos que te metan a la cárcel con cadena perpetua.

A Chavia le dio polio cuando era bebé y desde entonces ha estado atada a su silla de ruedas, pero esto no evitó que se abriera paso ante las barreras impuestas por el Ministerio de Asuntos Sociales y del Trabajo. Tampoco se detuvo ante las amenazas de la policía secreta por intentar que la vida de los discapacitados sea más fácil en Siria. Ha recibido reconocimientos nacionales e internacionales por su trabajo. Después de obstaculizar su trabajo durante años, el régimen de Asad, finalmente entendió que sería para beneficio propio usar la reputación de Chavia para mejorar su imagen.

En 2010, la organización de Chavia recibió financiamiento a través de un fideicomiso fundado por la primera dama siria, Asma al-Asad, con quien Chavia discutió su situación en varias ocasiones. Este nuevo giro del régimen hacia una posición ligeramente más abierta en materia de derechos civiles llamó la atención de los medios internacionales, entre ellos el New York Times, el cual entrevistó a Chavia sobre esta inusual colaboración. Sin embargo un año más tarde, resultó evidente que todo el proceso había sido un show armado para los medios: puras promesas que nunca se concretaron.

Antes de abril de 2011, cuando el ejército de Asad abrió fuego contra civiles en manifestaciones pacíficas, había cerca de dos millones de personas con discapacidades. Cuando hablé con Chavia en octubre, unos meses después haber huido de Alepo hacia Suecia, estimaba que el número de víctimas había aumentado considerablemente durante la guerra civil.


Chavia con la primera dama de Siria, Asma al-Asad, en la cumbre internacional Youth Ability, en Damasco, 2010.

VICE: ¿Qué tan difícil es para las personas discapacitadas vivir en Siria?
Chavia Ali:
La gente con discapacidades está siendo abandonada cuando se evacuan edificios. Personas que dependen de respiradores artificiales, necesitan baterías para sobrevivir a los constantes cortes de electricidad. No es fácil conseguir medicinas, y a los soldados no les importa si una persona es discapacitada o no. Mi amigo Adul está completamente discapacitado, sólo puede mover la cabeza. Quería participar en las manifestaciones en Alepo, así que salió a la calle en su silla de ruedas. Un policía lo golpeó en la cabeza y cayó al suelo. Dos mujeres se acercaron a ayudarlo, la policía se los llevó a los tres y los encerraron durante un mes. No les importa si eres mujer, niño o no puedes caminar. Si estás en su contra, te matan.

Incluso antes del conflicto, Siria era uno de los peores países para ser discapacitado. El gobierno no sabe nada de accesos especiales, y los discapacitados son tratados como seres inferiores. En lugar de trabajar para incluirnos en la sociedad y ofrecernos una educación, nos han vuelto dependientes de las obras caritativas. Hay 514 organizaciones que trabajan con discapacitados en Siria pero ninguna lucha por sus derechos. Sólo les dan comida y a veces dinero, pero no hay una estrategia legislativa o de desarrollo. Muchas personas con discapacidades en Siria no saben leer porque el gobierno nunca hizo escuelas accesibles para ellos.

¿Hubo algún incidente en particular que te llevó a convertirte en activista de los derechos de los discapacitados?
Decidí estudiar en una universidad de Alepo que tenía un elevador, lo que me permitiría ir a clase y asistir a conferencias. Tenía muchas expectativas pero en el primer día, cuando apreté el botón del elevador, descubrí que no servía. Después alguien me dijo que llevaba al menos diez años descompuesto. El personal de la universidad me daba todo tipo de excusas, pero pasaron los meses y no pasó nada. Al final, fui a la oficina de un político local, un hombre con suficiente poder para arreglar mi problema con una llamada, ¿y sabes qué fue lo que hizo? Me dijo: “¿Por qué quieres estudiar y ser abogada cuando ni siquiera te puedes mover?” Me deprimí tanto que me quedé en cama durante dos meses, intentado descifrar qué hacer con mi vida. Por fin decidí que dejaría de enfocarme en mi problema con el elevador y trabajaría para enfrentar los problemas que tiene los discapacitados. Si conseguimos la democracia, al fin podremos darle más poder a las personas con discapacidades, como el derecho a votar. En la vieja Siria, nunca tuvimos eso.

¿Esto fue lo que te impulsó a establecer la primera organización en Siria dedicada a los derechos de los discapacitados?
Sí. Por desgracia, al día de hoy sigo siendo la única persona en Siria que lucha por este tipo de asuntos. Durante años, mi padre y las familias de discapacitados, aquellos que creían en nuestro trabajo y querían ayudar financiaban todo. Hemos intentado quitar los prejuicios de la gente sobre estas personas y enseñar a los discapacitados a leer y usar internet. Hay una ley que dice que más del cuatro por ciento de los empleos públicos deben ser para personas con discapacidad, pero esto nunca se ha cumplido. Mi sueño es hacer de esta ley una realidad.

¿Cómo lograste conseguir el apoyo financiero de Asma Al-Asad?
Sucedió porque me volví famosa entre las organizaciones internacionales para gente con discapacidad, y la primera dama había escuchado de mí por mi trabajo. El fideicomiso que ella controla armó un plan para financiar proyectos culturales, mi asociación metió su solicitud y decidieron trabajar con nosotros. Debía durar dos años, pero dejamos de trabajar con ellos después del primero porque yo no quería que transformaran todo en un evento mediático sobre lo buenos que son y lo mucho que están haciendo. Cuando les dije que quería usar el dinero para hacer cosas de verdad y resolver problemas serios, dejaron de apoyarnos. Después, cuando empezó la revolución, empezaron a llamarme cada semana porque les urgía organizar eventos públicos que los hiciera verse como buenas personas, una forma de decir: “Miren, no tenemos problemas en Siria”. Me rogaron. “¿La gente está muriendo y ustedes quieren que yo hable con la prensa sobre lo bondadosos que son? ¿Creen que estoy loca?” Esa fue mi respuesta.

¿Cómo es Asma Al-Asad en persona?
Es una buena oradora, bien educada, amable e inteligente. Siempre hacía muchas preguntas pero nunca sentías que realmente estuviera interactuando contigo más allá de sonreír y asentir con la cabeza.

¿Cómo fue tu primera reunión con ella?
Recibí una llamada de la oficina de la primera dama, solicitando una reunión para el día siguiente en Damasco. Me preguntó sobre mi trabajo y mis ideas de cómo cambiar las cosas, y cómo eso mejoraría la vida cultural en Siria. Hablamos durante una hora. Diez días después, recibí otra llamada para informarme que un auto me recogería a las 7AM para verme con la primera dama en Alepo. Nunca me imaginé viajar en un auto tan bonito, porque estábamos acostumbrados a ver al presidente en ese tipo de vehículos. Esta vez quería saber sobre mi vida y mi familia. Yo también le hice algunas preguntas sobre su educación y su pasado. Recuerdo que le pregunté si había niños con discapacidad en la escuela de su hijo, porque quería continuar con el tema de la inclusión y hacerla reflexionar sobre lo importante que era implementar esos cambios en Siria. Al final me dijo: “Dale las gracias a tu madre y a tu padre de mi parte”. Le pregunté por qué y me dijo: “Porque nos dieron una niña tan hermosa como tú para Siria”.


Chavia en el programa de Jóvenes Líderes Visitantes, organizado por el Instituto Sueco en 2012.

¿Crees que Asma Al-Asad quería ayudar a tu causa honestamente o tenía otras intenciones?
No hizo nada por los discapacitados, todo fue puro teatro. Pero para ser honesta, quisiera decir algo positivo sobre Asma. Esta mujer me ayudó con algo muy importante. Antes de conocerla siempre tenía a la policía secreta detrás de mí porque soy kurda y dirijo una organización. Era una guerra contra mi trabajo. Le pedí a Asma que usara su poder para que me dejaran en paz. Prometió hacer su mejor esfuerzo, y desde ese día no he tenido ningún problema con la policía secreta. Debo decir que me protegió. Una vez me la encontré en una cena, y cuando me vio se acercó, me dio un beso y me abrazó como si fuéramos amigas. No sé por qué me quería tanto. No volví a ver a Asma después de que empezara la revolución; sin embargo, cuando su gente me contactó y me pidió que empezara el proyecto de nuevo, les pregunté cómo había respondido la primera dama a la muerte de tantos civiles. Sólo me dijeron: “Está triste”. Y eso fue lo último que supe de ellos.

Antes de nuestra entrevista, me dijiste que cuando empezaban a colaborar con Asma, tu primo fue arrestado por la policía secreta. ¿Crees que esto fue porque luchaba por los derechos de los kurdos en Siria, mientras que tú perseguías un objetivo menos político?
Así funciona el gobierno. En mi caso esperaban que al darme dinero y una oportunidad de trabajar con ellos, me olvidaría de mi familia. En Siria es muy normal que un hermano esté en el ejército mientras el otro se une a la revolución. O uno trabaja para el gobierno y el otro es enviado a prisión por defender sus derechos. Muchas personas en mi familia son políticos que abogan por los derechos kurdos.

Estuviste en Alepo hasta hace poco, y estoy segura de que has sufrido las consecuencias del conflicto.
No he ido a casa en cinco meses porque se volvió imposible quedarme ahí. Realmente no quería salir porque quería enseñarle a la gente con la que trabajo que estoy ahí, con ellos y para ellos. Ayudaba a muchos refugiados de otras ciudades y sabía que si me iba, ellos se asustarían porque sabrían que la situación había empeorado.

Una noche, mi tío me llamó para advertirme que la tropas de Asad entrarían a Alepo a la mañana siguiente y que tenía que salir de ahí de inmediato. Mi asistente y mi madre me ayudaron a empacar algunas cosas, y nos fuimos a Ayn al-Arab, el pueblo donde nací. Al día siguiente sucedió una de las batallas más grandes en Alepo justo en mi calle. Como tengo polio y necesito comida, una cama y un baño especiales —mi vida es especial en todos los sentidos— caí enferma después de dos meses de dormir en sillones de amigos. Al final ya no podía más y decidí regresar a Alepo, aunque eso implicara morir en mi casa. Esa noche hubo un enfrentamiento en mi calle, así que no tuve otra opción que regresar al pueblo y esperar a que un amigo me ayudara a cruzar a Turquía. Me daba miedo que cuando revisaran mi nombre en la frontera tuviera problemas, porque me había rehusado a colaborar con el gobierno. Por suerte nadie me buscó. Cuando llegué a Turquía, apliqué para una visa sueca.

¿Crees que la gente de Alepo se siente empoderada con lo que está sucediendo en la revolución?
Definitivamente había un sentimiento de fuerza y libertad. Creo que lo que pasó hace un año y ocho meses fue increíble, porque necesitamos libertad y cambio. Pero el problema es que los civiles, en particular las mujeres y niños, están pagando las consecuencias. Cuando una bomba explota y mata a decenas de personas, muchas no saben por qué mueren. Los niños, cuando crezcan, se preguntarán: “¿Por qué murió mi madre? ¿Por qué murió mi padre? ¿Por qué perdí mi mano? ¿Por qué perdí mi pierna?” Creo que aunque tengamos una nueva Siria, necesitaremos muchos años para lidiar con estos traumas. Ahora tenemos una guerra que está lejos de ser una revolución. Quizá se convierta en una guerra internacional o siga siendo una guerra civil, no lo sé. El gobierno, con el apoyo de Rusia, China e Irán, está matando a la gente y al mismo tiempo, las personas que empezaron la revolución ya no están aquí. Creo que muchas milicias extranjeras, algunas extremistas, se han infiltrado en el Ejército Libre de Siria y están matando a todos, civiles incluidos.

Ahora que llevas unos meses en Suecia, ¿cuáles son las diferencias que has visto en la forma en que se trata a los discapacitados aquí en comparación con Siria?
No sé por dónde empezar a responder. Mi organización hizo mucho durante los años previos a la guerra. En Alepo por ejemplo, adecuamos cuatro escuelas para que fueran accesibles para discapacitados. En el metro, cuando iba al Instituto Sueco, veía a todos los niños camino a la escuela. Me hizo pensar en lo que ocurre hoy en Siria con las escuelas: algunas son casas de refugiados, otras han sido completamente destruidas por las bombas y en ocasiones se llevan a los niños con ellas.

No pude dejar de llorar durante mucho tiempo porque no puedo evitar comparar lo que veo aquí en Suecia con lo que recuerdo. No puedo dormir. Tengo pesadillas y durante el día recuerdo cosas que espero, algún día, poder olvidar. Pero después recuerdo cuántos niños han visto cosas peores que yo. ¿Cómo podrán tener una nueva vida después de ver morir a sus padres? Hace nueve meses, en Alepo, estuve trabajando con un grupo de personas que llegaron en un camión, entre ellas niños que habían perdido extremidades. No sabíamos dónde estaban sus familias o si éstas seguían con vida. El más pequeño tenía tres años. Los enviamos al orfanatorio, pero el lugar está muy cerca de un edificio del gobierno así que no es muy seguro. Me asusta pensar lo pudo haber pasado con esos niños.