Medio Ambiente

Millaray Huichalaf: la voz de un río sagrado

Millaray Huichalaf - Los Naked

Es momento de despertar. Este viernes de la Semana Global de Acción por el Clima, VICE Media Group presentará únicamente historias relacionadas con la actual crisis climática. En este enlace podrás conocer a jóvenes líderes de múltiples lugares del planeta y entender con ellxs cómo tomar acciones.

“Una machi no se vende”, pensó Millaray Huichalaf cuando la empresa Pilmaiquen S.A. —hoy en manos de la estatal noruega Statkraft— le ofreció el 30% de sus acciones a cambio de que dejara de oponerse a la construcción de centrales hidroeléctricas en el Pilmaiken, un río sagrado para el pueblo mapuche que corre por la región de Los Ríos, al sur de Chile.

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“Aquí está en juego la vida por un par de gente que le pone precio a todo. No queremos plata, no nos entienden. Queremos que se vayan y respeten nuestra cosmovisión”, dice hoy la curandera y guía espiritual de la comunidad Roble Carimallín al otro lado de la pantalla, vistiendo su traje tradicional mapuche. “Lo que está errado es el pensamiento occidental y lo que tenemos que hacer es tomar fuerza para luchar por nuestros derechos y no negociarlos. Lo que nos da fortaleza a los pueblos originarios son los principios de valorizar nuestros espacios naturales, que son puros y sagrados y deben seguir siendo así”.

La empresa que se ha transformado en su enemiga administra la central hidroeléctrica Rucatayo, y está construyendo la central Los Lagos y rediseñando la central Osorno, todas sobre el Pilmaiken. La obra de la última quedó congelada luego de que en enero de este año el Tribunal Ambiental de Santiago acogiera una reclamación de la machi contra la empresa por no haber hecho una consulta indígena como exige el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

El Pilmaiken, que significa golondrina en lengua mapuche, forma parte del centro ceremonial Ngen Mapu Kintuante, al que viajan familias completas de mapuche de distintas partes de Chile para realizar sus ceremonias ancestrales. En el lugar existe un cementerio que ha dado al Pilmaiken el seudónimo de Río de las Almas. Según la tradición, los espíritus de personas mapuche fallecidas viajan por su cauce hasta el Wenu leufu (río del cielo) y luego de ese viaje vuelven a la Ñuke mapu (tierra) reencarnados en vidas humanas o no humanas.

El ingreso al centro ceremonial quedó clausurado con el inicio de las obras de las centrales: cercaron el lugar e impidieron el paso a las familias. La única forma que tenían de entrar era esperar a que oscureciera, trepar las rejas y realizar a escondidas sus ceremonias, que muchas veces eran interrumpidas cuando la Policía las sacaba de un brazo. Eso hasta que en 2011 Millaray Huichalaf y un grupo de mujeres mapuche decidieron hacer una ocupación permanente del lugar, que no han abandonado hasta el momento.

Ellas saben que esas tierras donde fluye el Pilmaiken no solo les dan agua y comida. En esas tierras llenas de arroyos, hongos, árboles, flores y pájaros habitan los espíritus más importantes del pueblo mapuche. Uno de ellos, el Ngen Kelenwentru, es el que da fuerza a las machis para sanar, encontrar y preparar su medicina. El Pilmaiken da a Millaray su poder.

Por eso su alma llora cuando piensa en la invasión de las centrales hidroeléctricas, en las rejas y barreras, en la alteración del flujo natural del río, en la inundación de esas tierras. “Eso es la muerte para nosotros. Es un corte en el ciclo de nuestra vida, es el corte de una cultura viva. Hay un montón de cosas que son propias de nuestra religiosidad que se practican en el río. No es un recurso, no lo vemos como dinero, ni vendible ni comprable. El río Pilmaiken es un hermano vivo para nosotros y sufrimos cuando estos cursos de agua se rompen. Se cortan los caminos espirituales”, dice Millaray Huichalaf, que cada vez que baja a la ribera a recolectar las hierbas con las que prepara la medicina ancestral, es perseguida por drones o piquetes de la Policía.

“Hay una criminalización. Hemos visto la persecución que hay hacia dirigentas en América Latina completa y da miedo que de repente a una la desaparezcan o que le pase algo a nuestra familia, porque se ha visto la cara más sucia de los asesinatos empresariales cuando hay luchas reales en los territorios. Calladitas mejor, dicen siempre. Pero hay que atreverse a sacar la voz. Esto es algo a nivel mundial y si no nos cooperamos, si no sacamos la voz, vamos a seguir sirviendo”, sostiene la machi de 31 años. En 2013 estuvo encarcelada junto a un grupo de dirigentes mapuche bajo la acusación, sin pruebas hasta el día de hoy, de ser responsables de un ataque incendiario a una casa en el fundo Pisu Pisué.

“Se ha visto la cara más sucia de los asesinatos empresariales cuando hay luchas reales en los territorios. Calladitas mejor, dicen siempre”.

La defensa del Pilmaiken es uno de los múltiples conflictos socioambientales entre el Estado chileno, empresas extractivistas y el pueblo mapuche. Todo comenzó hace 500 años, cuando la colonización europea devastó al pueblo mapuche y le arrebató sus tierras. Muchas fueron regaladas o vendidas por el Estado y hasta el día de hoy pertenecen a latifundistas, empresas hidroeléctricas y madereras.

Como Millaray Huichalaf son muchos los hombres y mujeres mapuche que exigen la restitución de sus tierras, reconocimiento cultural y autonomía política. Para eso se han organizado: hacen manifestaciones pacíficas constantemente, se toman los terrenos y las oficinas de las empresas de la zona intervenida e incluso hay grupos que queman camiones durante las obras.

La persecución empresarial y la represión policial han sido brutales. El Estado chileno ha insistido en abordar el problema a través de una ley antiterrorista, a pesar de los repetitivos informes nacionales e internacionales que alertan sobre el atropellamiento a los derechos humanos, encarcelamientos injustos, asesinatos y la violencia física y emocional de la que son víctimas las niñas y niños indígenas.

Son varios los nombres de personas mapuche mártires en esta cruzada. Una de ellas es Macarena Valdés, ambientalista que lideró la oposición a una central hidroeléctrica y que en 2016 fue encontrada por su hijo de once años colgada de una viga en su casa. Aunque en un principio se dijo que era suicidio, autopsias posteriores indicaron que ya estaba muerta al momento de ser colgada.

“Estamos en una guerra desproporcionada, una guerra que no comenzamos nosotros, en la que nos vimos envueltos. Es una amargura tremenda. Le hemos tenido que hacer frente, ponernos firmes y defender. Defender una madre, defender un hermano, es algo que uno tiene que hacer por conciencia y si a uno le toca hacerlo tiene que hacerlo bien”, dice Millaray. “No podemos quedarnos mirando cómo destruyen nuestra casa. Es difícil, pero seguimos creyendo que podemos ganar. Porque el río y los árboles tienen fuerza, tienen newen, y nosotros también. Todo lo que estamos haciendo es un aporte para las nuevas generaciones”.

—¿Cuál es su meta? —le pregunto a la machi antes de terminar la videollamada.

—Convivir en paz y armonía con la tierra. No solo con el río, sino con todos los elementos que son parte de nosotros mismos: agua, fuego, aire, viento. La gente mapuche provenimos de esos elementos, eso nos da nuestro andar. El creador Ngenechen (ser supremo en la cultura mapuche) creó todo para ser preservado y que vivamos bien y en armonía. Ese sería un ideal de vida: poder vivir todos en armonía sin atropellarse entre gente ni con los animales ni con nada. Actualmente la gente pisotea los árboles, los ríos, se pisotean entre ellos mismos. Es algo muy horrible lo que está ocurriendo, pero tengo la confianza de que puede cambiar. Nuestra propuesta de vida sana, de vida equilibrada y no egoísta es para toda la humanidad. Si todos pensáramos así, este mundo estaría muy diferente. Todas estas pestes no existirían si hubiera un equilibrio real entre la tierra y los seres humanos.

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