Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Craig Hollander se despertó con escalofríos y un letargo desconocido que lo persiguió todo el día. Era 10 de marzo. El profesor de historia de 38 años y padre de dos hijas, de seis y tres años, está sano y en forma, pero su hija de tres años tiene artritis idiopática juvenil y toma medicamentos inmunosupresores.
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“Toma medicamentos fuertes”, dijo Hollander, desde Nueva Jersey. Llevar a casa cualquier enfermedad podría tener consecuencias potencialmente mortales para ella.
Al día siguiente, los síntomas golpearon aún más fuerte a Hollander. Su fiebre aumentó. Las molestias y dolores lo paralizaron y el mareo se apoderó de él cuando intentó ponerse de pie.
“Me sentía mal, pero definitivamente no pensaba que fuera COVID-19”, dijo. “Me fui por el dogma de que no conocía a nadie que lo tuviera; no había viajado, tengo menos de 60 años y no tenía tos”. Su doctora de cabecera estuvo de acuerdo. Le hizo una prueba de gripe, que resultó negativa, le dijo que el bicho seguiría su curso y le ordenó descansar y mantenerse hidratado.
Luego, su apetito desapareció por completo y comenzó la diarrea. Todavía no había tos, ni sospecha del nuevo coronavirus.
Hollander seguía compartiendo cama con su esposa e interactuando con sus hijas. Seguía con su vida normal. Iba a la cocina, abría y cerraba el refrigerador, recogía juguetes tirados, le jalaba al escusado y abría y cerraba los grifos.
Inconscientemente estaba contaminando todo lo que tocaba, y estaba empeorando. Dormía todo el día y tenía fiebre o frío. Su esposa, Jennifer, le llamó a la doctora el 13 de marzo y le explicó que la enfermedad de su esposo estaba empeorando y que quería que le hicieran una prueba COVID-19 por precaución para su hija. La doctora los mandó a emergencias.
“El médico de emergencias escuchó mis pulmones, que sonaban bien, y me diagnosticaron un virus común”, dijo Hollander. “No puedo culparlo. No presentaba ningún síntoma que coincidiera con coronavirus y estaba haciendo lo mejor que podía con la información que tenía. Además, seguramente se sentía frustrado con toda la gente que estaba pidiendo que le hicieran una prueba estrictamente reservada para los casos más graves”.
Esa noche, Hollander estaba navegando en Twitter y se encontró con su viejo amigo, Brennan Spiegel, quien explicaba un estudio que mostró que la fiebre prolongada y la diarrea eran síntomas del COVID-19, incluso en ausencia de problemas respiratorios.
Craig levantó el teléfono y llamó a Spiegel, editor en jefe del American Journal of Gastroenterology. Spiegel se había sumergido en estudios hechos en Wuhan y descubrió que había múltiples síntomas del COVID-19; lanzó el hashtag #NotJustCough (#NoSoloTos) en Twitter para crear conciencia sobre la amplia gama de síntomas asociados con el virus. “Me dijo, ‘estoy 100 por ciento seguro de que lo tienes’”.
El nuevo estudio publicado en línea por el American Journal of Gastroenterology realizó un seguimiento de 204 pacientes con COVID-19 en tres hospitales diferentes de Wuhan. Casi la mitad llegó al hospital con problemas digestivos como pérdida de apetito y diarrea prolongada como su síntoma principal, no con enfermedades respiratorias.
“Estos pacientes fueron al hospital y se les preguntó qué los traía”, dijo Spiegel. “Ellos respondían: ‘No he tenido apetito por una semana. No puedo comer. Me siento terrible’. No solo se quejaban de tener tos. No solo se quejaban de tener falta de aliento. No solo se quejaban de los síntomas típicos que nos han dicho que vigilemos”.
“Describió exactamente lo que me pasaba a mí”, dijo Hollander, quien ya había desarrollado una tos leve para entonces.
Eso llevó a su esposa a contactar al alcalde de su ciudad. Citando la nueva evidencia de síntomas y explicando la situación de su hija, le pidió ayuda al alcalde para que le hicieran una prueba.
“No aceptaban un no por respuesta”, dijo Shelley Brindle, alcalde de Westfield, Nueva Jersey. “Y comparto su frustración exagerada. Me puse en contacto con el director regional de salud y los legisladores estatales. Nadie podía ayudarlos. Todos estaban atados de manos por la escasez de pruebas”.
El Director de Salud de Westfield le escribió en un correo electrónico a Jennifer Hollander:
“Básicamente, el problema es la falta de suministros, no hay pruebas disponibles. Hay tan pocas que se guardan para los casos médicamente más complicados”.
Los doctores les rechazaron una prueba. Los políticos fueron receptivos, pero inútiles. Entonces, los Hollander recurrieron a su red profesional. En la mañana del 16 de marzo, un mensajero de un médico de la ciudad de Nueva York llegó a su casa con una prueba de hisopo nasal. Dos noches después, el laboratorio llamó a Craig. Su prueba COVID-19 había dado positiva. El laboratorio le deseó suerte y le dijo que visitara la sala de emergencias si tenía problemas para respirar.
“Craig se encuentra en el estado más poblado del país”, dijo Spiegel. “Podemos aprender de su historia”.
Hollander ahora está en cuarentena trabajando desde casa, donde, dos semanas después de esto, duerme todo el día mientras su hija de seis años corre por la casa limpiando las manijas de las puertas gritando cosas sobre el virus. Todavía tiene fiebre, diarrea y no tiene apetito. Hasta ahora, su hija de tres años parece no haberse visto afectada por la exposición, pero su reumatólogo le quitó los inmunosupresores mientras el COVID-19 está en su casa.
“Tenemos que elegir entre dejarla vulnerable al COVID o a la artritis idiopática”, dijo Hollander.
No sabe dónde se contagió de COVID-19 o a quién se lo ha contagiado. Se preocupa por su familia y las familias de todos los estudiantes que estuvieron en su clase el día antes de enfermarse. También le preocupan las muchas, muchas personas con sus síntomas que no saben que tienen COVID-19, que no pueden hacerse la prueba y, como resultado, no sabrán cómo hacer su cuarentena. “Soy un humano completamente inútil. No tengo idea de cómo un padre soltero manejaría esto”, dijo.
A pesar de la evidencia y el creciente conocimiento sobre este nuevo coronavirus, nuestra escasez de pruebas significa que el acceso todavía está limitado a personas con un historial reciente de viajes a lugares de riesgo, contacto con una persona infectada o personas de edad avanzada que tienen fiebre, tos seca y falta de aliento.
El domingo, la Academia Estadounidense de Otorrinolaringología, propuso que los pacientes que han perdido el sentido del olfato o el gusto sean considerados para el examen COVID-19. Señaló que los pacientes sin ningún otro síntoma han dado positivo por el nuevo virus. “Estamos aprendiendo cada vez más sobre este virus y está dejando ver el poco alcance de nuestro protocolo de prueba actual”, dijo Spiegel.
COVID-19 llegó al Senado este fin de semana cuando el senador Rand Paul salió de la piscina en el gimnasio de los senadores para enterarse de que había dado positivo al virus a pesar de no tener síntomas. O tal vez sí tiene síntomas, como pérdida de apetito o disminución del sentido del olfato, y simplemente no sabe que esos son signos de COVID-19 también.