Es cuatro de julio de 2014. Han pasado dieciocho años desde de su debut. En pleno aniversario de la independencia gabacha, Molotov armó un concierto para presentarle a todos sus seguidores su nuevo disco, Agua Maldita. Sin expectativa alguna nos lanzamos al toquín. A final de cuentas, en estas casi dos décadas la agrupación defeña no ha logrado superar su golpe inicial.
Si la Coca-Cola es el agua negra del imperialismo yanqui, las letras de Molotov han sido durante casi dos décadas “agua maldita” para la cúpula política de este país. Su primer álbum ¿Dónde Jugarán las Niñas?, es considerado un parteaguas en la forma de hacer música en México. Es creativo, contestatario y está lleno de peladeces. En él hablan como lo hace la banda, sin tapujos y con una honestidad brutal, un puñetazo al rostro de la doble moral mexicana.
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Primero me sacó de pedo el lugar que eligieron, el Auditorio Nacional. Un recinto un poco fresa, con butacas, que no se caracteriza por albergar conciertos de este calibre. No concebía a Molotov tocar en un lugar donde seguramente, decenas de cincuentonas habían perdido más de una vez el aliento un concierto de Luis Miguel o Chayanne —nada en contra de las cincuentonas, solo que no son muy rockeras.
La explanada del Auditorio olía un poco a naftalina. Se notaba que muchos de los asistentes habían desempolvado su chaqueta de cuero para tratar de revivir uno de sus primero toquines en Rockotitlan o el Alicia. Ver a Giménez Cacho con un look a la Ché Guevara confirmó mi teoría.
En medio de revendedores, decidí entrar. Me acerqué a la mesa de prensa; a mis espaldas, Chava Rock y su morrita. Puro conocedor en este concierto.
Pude ver el setlist. ¡Abría DMC! Impaciente, corrí al interior del Auditorio. Había muchas butacas vacías. De pronto las luces se prendieron y de la obscuridad emergió DMC; a sus espaldas, un robusto genio del scratch, llamado Charlie Chan. DMC comenzó a escupir rimas con furia, Charlie marcaba los tiempos. La gente silbaba y pedía a gritos por Molotov. DMC se encabronó un poco y le dijo a todos “Tengo treinta años haciendo hip-hop. No jodan, ya viene Molotov”. Tenía razón. El hombre es una institución. Continuó aventándose todos los éxitos de RUN DMC, hasta que el aliento se lo permitió.
Por fin salieron los Molotov. Seguramente uno que otro fan se cagó. Tenían un outfit similar al de los Hell’s Angels en Altamont, se veían rudos. Comenzaron tocando canciones de su nuevo disco: “Oleré y oleré y oleré el UHU”, “La raza “, “Fuga” y “Llorari”. Miré a mi alrededor para ver la reacción del público; la neta sólo los más clavados se sabían las rolas. Bueno, ellos y un morro súper intenso, que parecía ser un hibrido entre Drake Bell y Harry Potter. Pero el desconocimiento de las letras no impidió que la gente se prendiera.
Su sonido ha cambiado, es aún más crudo y rasposo. Tocan más rápido, como si en todos estos años de silencio hubieran estado tomando esteroides, para hacer de este disco una bomba de destrucción masiva.
Iniciaron los temas viejitos: “Gimme tha Power”, “Hit Me” y “Frijolero”. Fueron coreados de principio a fin; imposible no cantarlas. Las letras de esas canciones se encuentran tatuadas en el inconsciente colectivo de México. La audiencia empezó a involucrase más en el concierto. De putazo comenzaron a tocar una versión punk —o en Resistol Cinco Mil, como ellos le llaman— de “Marciano”, y todo se salió de control. Una avalancha humana colapsó contra el escenario; la audiencia que se encontraba en la parte superior del Auditorio ahora estaba frente a la banda. Todos mentaban madres y empujaban a los elementos de seguridad. Ahora sí parecía un concierto de Molotov.
El grupo decidió tomarse un respiro. Eso no le gustó mucho a los asistentes: querían armar un slam, no escuchar una grabación de Led Zeppelin. Diez minutos después, DMC y Charlie Chan salieron una vez más al escenario. “Van a crucificar a estos güeyes,” pensé. Pero de inmediato los alcanzó Micky Huidobro y calmó los ánimos. Comenzaron a tocar “Again n’ Again” —una solida colaboración de DMC para Agua Maldita—, seguido de un cover perrísimo de “Walk This Way”. Afortunadamente los raperos bajaron ilesos del escenario.
Ahora Molotov parecía una banda de veinteañeros —un poco traqueteados—, que no tenían otra intención más que echar desmadre. Las letras de “Voto Latino” salían de la boca de Tito cuando se armó un conato de bronca: la banda del slam quería armarlo sobre el escenario. Micky tranquilizó a todos. No fue hasta “Rastaman-Dita” que se subieron a bailar unas morras. El concierto terminó con un monumental “Goya”, que seguro retumbó en los edificios de Polanco.
Molotov y DMC nos regalaron un concierto de los grandes, repleto de éxitos y nuevas propuestas. Nos mostraron que a sus cuarenta años, todavía arman slams monstruosos, destruyen escenarios y continúan presentes en la cabeza del público.
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