Artículo publicado originalmente por Motherboard Países Bajos.
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Cuando le conté a algunas personas que quería cocinar moronga usando mi propia sangre, sus fosas nasales se abrieron como si olieran algo horrible. Casi todos me dijeron: “¡mierda, qué asco!”.
¿Asqueroso? Para mí, asqueroso es que una vaca o un cerdo sean sacrificados. Mi sangre tiene muchos de los mismos nutrientes —el hierro, las vitaminas y los minerales— como la sangre del cerdo que generalmente se mezcla con la moronga, pero a la única que daño es a mí, no a los animales. Me interesaba ver qué pasaría durante el proceso. Quería ver cómo se sentía, pero también cómo reaccionarían otras personas. ¿Por qué mi idea se considera repugnante, pero hacer lo mismo con la sangre de los cerdos no?
Me tomó cinco minutos encontrar una página web donde pudiera ordenar los suministros médicos que necesitaba. Pasé por listas de bisturís, sierras para escayolas y batas quirúrgicas.
Como quería asegurarme de tener las agujas adecuadas y ya que sólo las podía pedir en lotes de 100, pedí seis cajas. Cuestan nueve dólares cada una. En la categoría “suministros de transfusión”, encontré bolsas de sangre para donación. Después de pagar los artículos de mi carrito virtual, lo único que tenía que hacer era esperar a que llegara mi pedido.
Al día siguiente, me llegó todo lo que había pedido y estaba tan feliz como una niña en Navidad desempacando mis seiscientas agujas y bolsas de sangre. De repente, mi sala parecía una sala de operaciones.
Vi algunos videos de YouTube e inicié sesión en el sitio de citas de Inner Circle para pedir consejos, ya que algunos de mis matches afirmaron ser doctores. Unos días después, me saqué sangre del brazo con una aguja de buen tamaño que estaba conectada a una bolsa de sangre.
Mientras la bolsa de sangre se llenaba lentamente con medio litro de mi sangre (la misma cantidad que se usa para donar sangre), miré a lo lejos. ¿Qué pensaría mi mamá si me viera sentada en mi sala haciendo esto? Me pregunté. ¿O mis maestros de la universidad?
Después de que la bolsa se llenó, mi brazo se sentía débil y se veía un poco morado. ¿O me apreté demasiado el torniquete o me había sacado demasiada sangre? No estaba segura, pero pronto llegó el momento de sacar la aguja de la vena. Mi falta de experiencia resultó en un chorro de sangre en mi alfombra. El precio que tuve que pagar por llenar una bolsa de sangre de buen tamaño.
Escuché el timbre y abrí la puerta; era mi amiga Fayette, que me dijo que me ayudaría a cocinar, porque sabe mucho sobre cocinar moronga.
Preparé todos los ingredientes, y Fayette y yo hablamos sobre nuestras vidas amorosas mientras mezclábamos lentejas, puré de tomate, salsa de soya y hierbas con un relleno jugoso de estilo surinamés. Y luego, generosa, pero cuidadosamente, vertimos casi toda la bolsa de sangre en la mezcla. Convertimos la mezcla en salchichas y las metimos al horno de microondas. Por primera vez, entendí a las personas que dicen que cocinar “les da una sensación de logro”.
Mientras se cocía la moronga que hice con mi propia sangre, sudor y lágrimas en el horno, Fayette y yo limpiamos la cocina. A estas alturas, parecía un matadero.
La moronga estaba casi lista, pero ¿qué clase de fiesta sería sin invitados? Sorprendentemente, mucha gente estuvo dispuesta a probar mi sangrienta creación. Varios compañeros de trabajo, amigos y mi roomie, querían un lugar en la mesa. No tenía tanta moronga, así que decidí hacer una cena para dos e invité a un amigo.
Después de sacar la moronga del horno, preparé dos platos hermosos. Para un toque final, derramé un poco de la sangre restante en cada plato.
Encendí algunas velas y ambos nos sentamos. Estábamos listos para comer. Cortamos alegremente las salchichas y las masticamos como si fuéramos jueces en un concurso de cocina. La textura era muy buena y el nivel de picante era perfecto. Desafortunadamente, le puse demasiada salsa de soya, así que estaba un poco salada. Sin embargo, no estuvo nada mal.