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El deporte actual no tiene el punto místico que tenía en de la década de los 80. Ya no se ven gestas como las de antes —la del Leicester es, quizás, una isla en un mar de monotonía— y las competiciones las ganan los mejor preparados y con mayor presupuesto.
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Hace años aún existía esa la ilusión de llegar a lo más alto luchando contra todo y todos. La historia de la selección de hockey de Andorra es una de estas gestas que pasan a la historia.
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Andorra es un pequeño país en medio de las montañas con unos 70.000 habitantes y a pesar de tener tradición deportiva en muchos ámbitos, nunca ha llegado a destacar en nada. Sin embargo, un grupo de amigos treintañeros llegaron a lo más alto casi sin quererlo.
En el país de los Pirineos no se empezó a jugar a hockey hasta el año 83, cuando un grupo de amigos que habían jugado de jóvenes se juntaron para no estar parados. Algunos venían del C.E. Vendrell, otros del VfB Stuttgart, pero había hasta quien tuvo que aprender a patinar.
“Corría el año 83 y yo volvía de mi luna de miel. Pasé por delante del Estadi Comunal de Andorra y vi jugar a unos cuantos. Paré y entré. Me llamó la atención porque nunca había visto a nadie jugar a hockey en Andorra. Mi madre es de Montblanc, tierra que ama este deporte y sin pensármelo me apunté. Nunca había patinado pero aprendí al mismo tiempo que me familiarizaba con el stick”, recuerda Jordi Cerqueda, ex vicepresidente de la Federación Andorrana de Hockey.
A Toni Clascà, ex portero de la selección catalana, le pasó lo mismo. Pasaba con el coche por el lado del estadio y oyó el clásico frenazo de unos patines. “Vi el portero que tenían y aún teniendo ya los treinta y llevar unos cuantos sin patinar, me dije que podía hacerlo mejor”, explica Clascà.
Poco a poco consiguieron ser suficientes para formar un equipo y alguien lanzó la idea: “¿Y si jugamos la liga?”. Se animaron y se apuntaron a la segunda división catalana que se jugaba en Lleida y Zaragoza. “Los primeros dos años fueron un desastre. No se si llegamos a ganar ningún partido”, recuerda Cerqueda.
Todo era muy precario. Entrenaban en una pista al aire libre que tenían que limpiar cada vez que nevaba. “Me llamaba Jordi [Cerqueda] a las siete de la mañana algunos días de partido y me decía que teníamos que ir a sacar la nieve”, recuerda Pep Benaiges, jugador del Andorra Hockey Club.
Hacían viajes interminables y no tenían apoyo económico. “Pagábamos a los árbitros y todo el material de nuestros bolsillos”, comenta entre risas Clascà.
Pero todo cambió cuando el Gobierno de Andorra quiso que el país se diera a conocer a través del deporte y empezaron a fichar a jugadores de primera división que jugaban en equipos catalanes. “Ver que el club fichaba a jóvenes ayudó a los críos del país a querer apuntarse. Fue una gran estrategia”, asegura Benaiges.
Los jugadores pensaban que ya estaban haciendo historia: habían creado un club de la nada y el hockey empezaba a ser famoso. Sin embargo, faltaba una noticia más. “Cuándo nos preguntaron si queríamos participar en el Mundial B de Macao alucinamos. Pero nos costó muy poco decir que sí”.
Perdieron contra Brasil en cuartos de final pero la experiencia les gustó tanto que se postularon para acoger la siguiente Copa del Mundo al cabo de dos años.
“En el Mundial de 1992 que se jugó en Andorra ya estábamos acabando el relevo generacional”, cuenta Cerqueda. No todos los creadores del club jugaron esa Copa del Mundo porque el Gobierno quería ganar ese título para ascender al Mundial A.
Los jugadores que no eran andorranos pero que llevaban más de tres años en el país pudieron jugar con el combinado nacional gracias a una normativa ya anulada actualmente. Esto provocó que, por ejemplo, Carles Puig, campeón de Europa con el C.E. Noia y ex jugador del FC Barcelona, pudiera ser el seleccionador y también jugar con el equipo.
Empezaron perdiendo contra Inglaterra y “esto supuso un baño de lágrimas en el vestuario. El país se volcó con nosotros y sentíamos que no estábamos a la altura”, cuenta Clascà. Sin embargo, se recuperaron del mazazo y llegaron a la final.
Andorra, Francia y Angola ya estaban clasificadas para el Mundial A —Andorra quedaría séptima del mundo el año siguiente en Italia—. Los franceses se apostaron que si ganaban el Mundial se raparían la cabeza pero lo veían tan fácil que se presentaron a la final ya rapados.
“Eso nos ofendió mucho pero a la vez nos motivó. Los franceses no pudieron hacerlo peor porque nos convirtieron en máquinas de jugar”, asegura Clascà.
Andorra acabó ganando 5-3 a una Francia que no podía entender como el pequeño país les había arrebatado el honor de ser los mejores del Mundial B.
Los treintañeros —barrigones algunos— que empezaron a jugar por diversión acabaron poniendo las bases para formar parte de los mejores países del mundo tan solo diez años después.
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