Música: Kim Fowley y Diseño Corbusier me refrescan el verano

Sopeso entre mis manos El alma de la estrella, el vinilazo (180 gr.) de Diseño Corbusier –granadinos, electrónicos, primeros 80– que las buenas gentes de Munster Records, a través del subsello Vinilissimo, han tenido a bien reeditar, y yo el placer de recibir, y no puedo por menos que dedicar unos minutos a pensar en las inesperadas vueltas que llega a dar esta perra vida. Tópico y de los grandes el que aquí me gasto, lo sé, pero es que de radical voltereta de 360 grados cabeza abajo y con tirabuzón ha de calificarse que en este 2012 misérrimo en lo económico, en lo musical y en todo, haya en este país dos sellos –que yo conozca; puede que sean más– dedicando sus horas y dineros a exhumar los ásperos frutos de esa terra incognita que fue la escena electrónica underground española de los 80: los chicos de Doméstica Records ultimaban estos días ediciones en lustrosa piel de vinilo de Línea Vienesa e Interacción, ochenteras células de ultraje sonoro –sobre todo los segundos– parece que recuperables hoy merced a esa onda minimal synth centroeuropea que ahonda en lo que en su momento descubrieron The Normal, The Men, Fad Gadget y demás homúnculos de sangre fría. Que todos los santos habidos y por haber bendigan por ello a los domésticos y yo que lo vea, joven.

Igualmente bendecibles con vodka o lo que ellos quieran, los de Munster hacen estos días lo propio con sendas ediciones de puta madre de Diseño Corbusier y Esplendor Geométrico. De 1980-1981 Prehistoric Sounds. Necrosis en la poya & More, la última y lujosa reedición del dúo batiente (que entonces era aún trío), les hablará largo y tendido Jaime Gonzalo en su columna la semana que viene. Hoy toca detenerse en Diseño Corbusier.

Cuesta pensar en la muy noble, muy leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada y sus aledaños como en un nodo de la música rara, la electrónica experimental o como gusten de llamarla, pero así era en este terruño en aquellos años, en un campo, el del bricolaje electrodoméstico industrial, guapamente al pairo de centralismos, ejes Madrid-Barcelona, movidas, contramovidas, reportajes televisivos y revistas a todo colorín. La urbe a la que el ínclito Miguel Ríos cantara en 1968 era doce años después centro de operaciones de fanzines de agitación sonora como La visión, microsellos como Auxilio de Cientos y francotiradores emboscados como Rafael Flores (alias Comando Bruno, todavía en activo y bien), Neo Zelanda y Diseño Corbusier. El nexo entre estos dos proyectos era Ani Zinc; una, antes que cantante, terrorista vocal cuyo tema “Paso hambre” logró un éxito difícil de explicar más allá del sindiós de aquellos días, obteniendo en 1982 un respetable decimosexto puesto en el concurso que el programa Esto no es hawai de Radio 3 se montó para elegir la canción del verano. Está claro que los veranos, hace 30 años, eran muy distintos.

La obra grabada de Diseño Corbusier es escueta, pero sustanciosa. Saltándonos cortes en recopilatorios y un primer elepé, Pérfido encanto (1985), de los que no hablaré pues no toca, El alma de la estrella (1986), segundo álbum de los granadinos, presenta un sonido eminentemente rítmico, en ocasiones bailable –o, como mínimo, “contoneable”. Minimalista hasta lo esquelético, se trata de un disco con múltiples puntos de contacto con lo que dos o tres años antes hacían Cabaret Voltaire en The Crackdown, con un apartado vocal que, a base de interjecciones y exclamaciones, puede remitir ya a unos DAF sin titola, ya a Liaisons Dangereuses ensayando en una habitación cerrada inundada de helio. Morrocotudo disco, y más meritorio si cabe por proceder de un lugar y una época en la que por mucho menos te corrían a gorrazos. La trayectoria del grupo no iría mucho más lejos, lamentablente, aunque el eco de su trabajo perdura: tanto Groove Armada como Trevor Jackson incluían “Golpe de amistad” en sendas recientes sesiones.

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En una onda acaso no tan minoritaria, si bien para algunos probablemente más enajenada, otra de las últimas reediciones de Munster es Outrageous (1968), un disco cuyo título ya adelanta su contenido con diáfana, justificada claridad. Kim Fowley, su autor, es de esa clase de músicos –y de personas, a secas– a los que conviene dar de comer aparte y, a poder ser, arrojándole la pitanza desde lejos no sea que, por divertirse y por probar a ver qué pasa, te arranquen un dedo de un bocado: más conocido, es un decir, en sus facetas de productor y mánager –él fue quien reunió, moldeó, pulió y dio un meneo tira p’alante a las Runaways, por ejemplo; una jugada de maestro– Fowley se encontró a mediados/ finales de los 60 donde alguien como él tenía por huevos que acabar encontrándose: en pleno meollo freak –en el sentido original del término– angelino; haciendo bulto en la grabación del Freak Out de Frank Zappa y me apostaría el pescuezo a que hozando a pleno hocico en las entrepiernas de las G.T.O.’s.

Outrageous es, dependiendo de la fuente que se consulte, su cuarto o quinto elepé; una abrasiva melée intergenérica en la que confluyen rock ácido escuela San Francisco, blues descoyuntado a colocar junto al de Captain Beefheart, desarrollos guitarreros de psicoactivos efectos, anticipaciones hard-rockeras y un par de desbarradas miniaturas a base de voz, acoples y ecos. Mmmm…. ¿Y un potencial single con “Paso hambre” y “California Hayride” como doble cara A? Tendré que pensar en ello…