En Barcelona hay musulmanes desde hace décadas, claro, pero con la llegada de personas de otras partes del mundo en los últimos quince años esta comunidad religiosa ha crecido exponencialmente. Gente de Pakistán, de Bangladesh, del África subsahariana y por supuesto del Magreb vive ya aquí con normalidad absoluta sus creencias religiosas, sin nadie que les toque los cojones porque en vez de rezarle a un tío le recen a otro que a lo mejor hasta se le parece, o porque en vez de llevar colgada una cruz de caravaca, vayan con velo.
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O eso es lo que nos gustaría pensar. En una entrevista para la Directa, sin ir más lejos, la socióloga Gloria García-Romeral me contaba que desde los atentados de 2004, las mezquitas en nuestro país tienen presencia policial prácticamente diaria, por lo que eso de que pueden vivir su religión con normalidad a lo mejor habría que replantearselo.Por eso decidí hablar con Mohammed Ataur, que vino de Bangladesh hace quince años y trabaja en Barcelona como cocinero. Mohammed me lleva a pasear por su barrio, el Raval, uno de los dos barrios viejos del centro de Barcelona donde actualmente viven muchos musulmanes de diferentes origenes. Dice que lleva una vida plácida: dormir, trabajar, salir a comer fuera con su mujer… Me dice también que Barcelona es tranquila comparada con su país de origen, donde era soldado.Vamos a buscar a sus hijos al cole para que vayan a comer a casa y después le acompaño al rezo de la una y media. Su mujer se queda en casa, porque al parecer solo los hombres pueden entrar a la mezquita. No siempre va a la misma, como no siempre iba mi abuela a la misma iglesia, pero hoy me lleva a una de las más importantes del casco antiguo: la Tariq Ben Ziyad, en la calle de San Rafael, a pocos metros de la filmoteca y de la calle Robadors, uno de los epicentros de la prostitución local, lo que convierten la zona en una de las más heterogéneas y diversas de la ciudad.Desde fuera es un local cualquiera, sin ningún tipo de pompa ni distintivo arquitectónico que la dignifique como lugar de culto. Podría ser un locutorio grande, de no ser por el gentío que se agolpa en la puerta para entrar. Es la una y media pasada y la gente va con prisa porque el tema está empezando. Se quitan los zapatos y ordenadamente los van colocando en los estantes de la entrada. Ataur me apresura para entrar y mientras intento desatarme los cordones casi no me doy cuenta y ya se ha metido dentro; me deja abandonado, con los calcetines sobre la moqueta y cara de imbécil.
No sé si puedo entrar, si alguien me va a mirar mal, si voy a saber ser respetuoso con el ritual, cuando sin abrir la boca un tipo con barba y taquía -el gorro tradicional- me hace un efusivo gesto para que entre y le siga. Joder, en resumidas cuentas, un templo es un sitio público, digo yo. Voy tras él y me encuentro con un enorme salón en varios espacios, con rampas y escalones, y allí en diferentes niveles cientos de personas de pie en filas paralelas mirando, no hacia el fondo, sino hacia un rincón escondido de la entrada donde está el imán, situado allí por la regla que marca que los musulmanes deben rezar siempre mirando a La Meca. De modo que cuando van entrando, los fieles tienen que pasar por fuerza entre el imán y el resto. Un poco complicado todo por la forma que tiene el espacio; el lugar, aunque muy bien arreglado, da para lo que da. Después de verla pienso que haría falta mezquitas en condiciones en la ciudad. Esta es muy digna y está muy bien arreglada, pero me los problemas de espacio son patentes.A medida que van llegando los fieles van cogiendo sitio en las filas y van siguiendo el rezo que ya ha empezado. Mi guía se aleja y me quedo pegado a una pared, mientras ellos se van agachando y levantando, y haciendo las cosas que hace la gente cuando reza, ya sea a un dios o a otro. Me fijo en un tipo con la camiseta del Manchester United, y en otro con gorro rastafari. A Ataur lo he perdido definitivamente.
Visita a la mezquita
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Cuando finalizan, al cabo de unos veinte minutos, la gente sale charlando de sus asuntos. En la puerta, una mujer pide caridad; buena clientela: decenas de hombres piadosos y en paz tras su encuentro con el tío de arriba. Todo esto me recuerda mucho a cuando mi abuela me llevaba a la misa del domingo en su parroquia de Santa Coloma de Gramanet, aunque mucho más corto y por lo tanto más soportable para un ateo como yo.
No he podido hablar con el imán para preguntarle sobre islamofobia y presión policial, pero Ataur reaparece y me presenta a su amigo Nasir, también de Bangladesh, que vive aquí desde hace veinticinco años. Conoce bien los entresijos del barrio y tiene un cierto predicamento entre los barceloneses originarios de su país porque les ayuda con los papeleos y la burocracia de extranjería. Parece que la identidad nacional aquí manda más que la religiosa.
A fin de cuentas, para crear comunidad en torno al islma y hablar de temas religiosos ya está la mezquita, claro. Nasir me dice que se hace mucha autocrítica y se habla mucho de lo que significa ser un buen o un mal musulmán; de ese jeque árabe, por ejemplo, que vino a Barcelona doce días y se gastó más de un millón de euros en el alquiler de un crucero para su satisfacción personal, en vez de ayudar en su país y de otros temas que hacen que la comunidad musulmana - tanto la local como en su heterogéneo conjunto - estén día sí, día también en el punto de mira.
A fin de cuentas, para crear comunidad en torno al islma y hablar de temas religiosos ya está la mezquita, claro. Nasir me dice que se hace mucha autocrítica y se habla mucho de lo que significa ser un buen o un mal musulmán; de ese jeque árabe, por ejemplo, que vino a Barcelona doce días y se gastó más de un millón de euros en el alquiler de un crucero para su satisfacción personal, en vez de ayudar en su país y de otros temas que hacen que la comunidad musulmana - tanto la local como en su heterogéneo conjunto - estén día sí, día también en el punto de mira.
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islamofobia, Discriminación y racismo subliminal
Su marido ahora está buscando trabajo y me cuenta que en algunos sitios a los que iba a dejar el currículum le han llegado a decir: "a ti no te recomiendo dejarlo aquí". Sobre la policía también cuenta que él ha tenido encontronazos habituales. "Cuando trabajaba de noche, salía a las once y media y siempre le paraba la policía y le pedía la documentación. Casi a diario. Le decían que fuera a comisaría y le llamaban siempre para ruedas de reconocimiento. Él al principio lo entendía y colaboraba porque entendía que lo hacen por el bien de todos, hasta que un día se enfadó porque siempre iban a por él. Le dijeron que si no iba a la rueda de reconocimiento, luego iba a ser peor". Maryam afirma que a veces hay diferencias culturales que los mismos marroquís no quieren salvar y vuelve a la autocrítica, no como musulmana sino como árabe, pero no puede esconder una cierta frustración. Aún y habiendo renunciado al velo o a los rezos durante el día, porque sabe que en el trabajo de cara al público todas estas prácticas se complican. Que en Barcelona, ateo, musulmán o católico, hay mucho cafre suelto.
Sigue a Adrián Crespo en Twitter en@crespix