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La cosa cambia cuando eres una feminista recalcitrante, tienes el chip de género activado las veinticuatro horas del día, y no ves más que violencia, machismo, misoginia y patriarcado en todos los putos rincones. Y lo peor de todo es que no es una paranoia fruto de la falta de sexo y el pelo en los sobacos. El problema es que cuando pasas a ver la realidad tal y como es ya no hay marcha atrás. Tendrás que conformarte con ser una feminista hiperperceptiva toda tu vida, como el protagonista de La caída de la casa Usher con su agudeza de los sentidos.Pero estoy orgullosa. Cada día que pasa, soy capaz de controlarme más, y ya no hace falta que mi novio me dé toquecitos en las piernas o, directamente, me agarre por el brazo cuando estoy a punto de saltarle a la chepa a cada persona que me dice y repite en mi puta cara que la desigualdad es una falacia. Mi irritación crece aun más cuando la que pronuncia estos exabruptos es una mujer: "a mí me tratan como a una más, me respetan, y además, cobro lo mismo que mis compañeros", me dicen.No se alarmen. Que las mujeres ganamos menos que los hombres realizando un mismo trabajo es algo a lo que ya nos vamos acostumbrando porque nos lo dicen hasta en el telediario. Así que ahora la cantinela pasa a ser una realidad aceptada socialmente. Total, ¿qué más da, no? Los tíos ganan más porque nos invitan a copas y a copiosas cenas para después llevarnos dóciles y sexualizadas a casa.
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