Así es ser amo sexual y exmilitar en Málaga

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Así es ser amo sexual y exmilitar en Málaga

Pasamos una tarde con Salvador Lozano, un exmilitar y dominador, y sus esclavas, una de las cuales lo es a tiempo completo por contrato.

Fotografías por el autor

"Vamos a darnos indiscriminadamente a todo lo que sugieren nuestras pasiones, y siempre seremos felices. La conciencia no es la voz de la naturaleza, sino sólo la voz de los prejuicios", sentenciaba el Marqués de Sade.

La atracción por la transgresión de los límites del cuerpo mismo, tiene en los protocolos y disciplinas BDSM uno de sus baluartes contemporáneos. Por ello, busqué a un amo que estuviese dispuesto a explicar su historia y su visión particular lo de que es —o debía ser— el BDSM.

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Buscando a través de los múltiples grupos sobre el tema que existen en las redes sociales de nuestro país, conseguí contactar con uno, así que quedé con él en Málaga, la ciudad dónde reside, para conocerle en persona. A él pero también a sus esclavos, y, ya de paso, entender su relación y profundizar en su historia, aprovechando yo también para entrar por primera vez en el mundo del BDSM de la mano de un hombre cultivado en esta tradición.

Salvador Lozano

El amo es Salvador Lozano, un exmilitar español entrado ya en los cuarenta. Investigador y conocedor de este mundo, y además ha desarrollado su vida paralelamente a la combinación de placer y dolor, más allá de sesiones puntuales.

Puntual a la cita, aparece nuestro enlace. Atravesamos una barriada obrera de la ciudad acompañados de Francisco, camarero de profesión, pero también uno de los siervos de Salvador. Siervo moderno; siervo voluntario y libre.

Un dominante no está arrepentido de serlo, no desea dejar de serlo, pertenece a su esencia

Le ha mandado recogerme nuestro contacto, su señor. Francisco es un hombre sencillo, se expresa con algo de dificultad, pero sabe lo que quiere decir. Camina algo encorvado hacia adelante, y su piel está algo enrojecida. Tras atravesar las hileras de bloques de pisos, llegamos hasta nuestro objetivo.

Sale a recibirnos una mujer joven, con un vestido elegante y muy ajustado y quizás algo nerviosa. Estamos en un piso pequeño pero acogedor.

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Francisco y Salvador

Allí nos recibe nuestro hombre, elegantemente vestido con corbata, camisa y pantalón de vestir. Nos esperaban. Tomamos asiento en una mesa de camilla rectangular, mientras Francisco se sienta en un lado y la joven en un sofá. Salvador preside.

Es un tipo amable y algo nervioso. Tiene una curiosa luz en la mirada, la de quién está "siempre inventando". Se sirve de modales de otro tiempo, es educado y le gusta utilizar los tiempos y las formas. Pero, ante todo, desde el primer momento, ejerce.

Yo estaba en la mili y no me enteraba de nada, pero era de esos que jamás reconocen que no saben algo. Y un superior mío me preguntó si me gustaba divertirme, que me iba a invitar a una fiesta

Desde la primera palabra, desde el primer apretón de manos, este hombre utiliza gestos fuertes, algún golpe en la mesa para dar énfasis a alguna idea, y la sonrisa de medio lado de quien maneja la situación.

El señor Lozano no sólo utiliza el rol dominante en las sesiones BDSM, sino que para él es una forma de vida. "Arrogante pero no prepotente", nos puntualiza, estamos ante una institución en Málaga. "Unos me aman y otros quieren matarme", sentencia refiriéndose a los conflictos con otros habituales de este movimiento en la provincia.

Nos dejaremos guiar por él en un mundo que, como el propio Salvador, no deja indiferente a nadie. Internet y las redes sociales colaboran en la expansión del fenómeno del BDSM incluso en su bautismo mismo. Sin embargo, de entrada, Salvador va a marcar distancias.

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No es oro todo lo que reluce y no es que nuestro protagonista sea un purista, se trata más bien de su rechazo a un "gato por liebre", según sus propias palabras, "que tiene a muchas personas perdidas". Quien quiera hacerse una idea de qué es el BDSM a través de la películas/novelas de Christian Grey, estará más despistado que otra cosa.

Conversamos con Salvador sobre los artefactos que usa la novela para encontrar su éxito, como un personaje femenino desdibujado, uno masculino atormentado y que desea ser curado o reconducido por ella, … y ahí nos detiene el señor Lozano. "Un dominante no está arrepentido de serlo, no desea dejar de serlo, pertenece a su esencia".

Nos cuenta cómo descubrió esta vocación: "Yo estaba en la mili y no me enteraba de nada, pero era de esos que jamás reconocen que no saben algo. Y un superior mío me preguntó si me gustaba divertirme, que me iba a invitar a una fiesta. Algo ya debió ver en mí. Yo le dije que sí, y cuando me hizo llamar, me llevó a un bajo que tenía. Yo me esperaba unos billares, un ping-pong, cerveza, … y me encontré tíos dando latigazos a tías por un lado, otras tías clavándole los tacones a otros…, total, que me largué pitando. Al día siguiente, mi superior, el que me había invitado, me preguntó que qué me había parecido, y yo le dije que no sabía. Me preguntó que si me había gustado y yo le dije que, joder, claro que me había gustado, aquello me había puesto como, como… ¡uf!".

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"En aquella época, aquello ni siquiera se llamaba BDSM. Fue en Fuengirola, un tiempo después, donde me encontré a mis maestros. Ellos venían de Centroeuropa. Aquí tenemos suerte en ese sentido, porque en Alemania, Holanda, Austria… nos llevan mucho adelanto. Como muchos venían a Fuengirola en verano o se quedaban a vivir, yo pude aprender con ellos".

Luz, una de sus esclavas

La Costa del Sol era el cuarto oscuro del franquismo. El lugar donde turistas de alto standing y cuadros políticos y económicos del régimen tenían su burbuja, su 'cara B' de la moral que ellos mismos imponían.

Empieza a enumerarme su formación en aquellos años, pero quiere hacerme una demostración práctica. Manda levantarse la joven. Toma una cuerda no muy gruesa, de color pardo, y con firmeza la hace pasar por su cuerpo. En unos segundos, ella queda totalmente inmovilizada. La cuerda está claramente muy tensa, esa tensión se refleja en el rostro de ella momentáneamente, porque poco a poco va relajando el gesto. Salvador la manda sentar y le da un azote. Ella vuelve al sofá.

Su pseudónimo en este mundo es Luz. Es morena, de pelo largo, y veintitantos años. Lleva gafas, y parece tímida, aunque la seguridad de su tono va creciendo conforme pasan los minutos. Lleva unos meses viviendo con Salvador.

Dejó su vida en otra ciudad, su familia, para venir a vivir con él y establecer una relación 24/7 (Dominación/sumisión 24 horas al día, 7 días en semana). Salvador nos explica qué significa estrictamente esto: "en mis perversiones, tú eres mi sumisa, pero en todo lo demás, eres libre. Tenemos un contrato. Está firmado. Ella entrega su voluntad a mi persona, yo soy su dueño, pero en algunas cosas. En otras yo no tengo ni voz ni voto, ni lo quiero. Yo no le pregunto con quién habla por teléfono, ni lo que hace con tal o cual."

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Mientras nos explica esto, atiende permanentemente a las manos de ella. Palpa sus dedos para conocer su temperatura, está claro que quiere evitar un corte serio de circulación. "Un Dominante es también el responsable. Ella se entrega y confía en mí, porque yo cuido de ella." En un giro de la conversación, eleva el volumen, toma un tono enérgico y le pregunta a Luz: "Tú qué llevas encima". Ella responde: "Esto es mi Señor. Esto es un abrazo de mi Señor". Está haciendo referencia a las cuerdas, claro.

Yo ahora soy libre, porque así hago lo que quiero, esto es lo que realmente quiero

"La sumisa es en general, insegura, una mujer que tiene altas metas pero no tiene la autodisciplina para alcanzarlas. El Amo es su apoyo, su guía. Si yo le ordeno que pueda, ella puede. Y lo único que hay que hacer, a veces, es darle la orden adecuada. Con esas cuerdas encima, ya puede enfrentarse a lo que quiera. Imagínate, la otra chica, mi otra sumisa, tenía un entrevista de trabajo y no se atrevía a ir. Ella vive en Madrid. Yo, por teléfono le dije: ponte unas bolas chinas, y ve y sal y haz lo que tienes que hacer. Y lo hizo."

Luz define esta relación categóricamente: "yo ahora soy libre, porque así hago lo que quiero, esto es lo que realmente quiero".

En nuestro siguiente encuentro conocimos a Xey, 20 años, media melena rubia, con un aspecto más frágil que Luz. Transmite cierta inseguridad. Sin embargo, relata sus vivencias con convicción.

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Lleva encontrándose con Salvador desde hace unos tres meses. Viaja desde Madrid a Málaga algunos fines de semana, y ahí se encuentra con él, y con Luz, claro, son "hermanas". A la pregunta de qué te ofrece tener esta relación con Salvador, Xey nos cuenta una relación que tuvo anteriormente. Conoció a un chico por Internet, que decía tener un rol dominante. En una ocasión tuvieron un encuentro, él le dio unos azotes, y ya está. Todo era muy virtual.

Xey

Coinciden en una crítica a la aparente libertad que las redes sociales permiten. "Ahí, todo el mundo dice hacer de todo, pero luego no es verdad. Y la gente vive engañada y confundida porque su deseo les acerca a algo que, después, no existe en ninguna parte y no se puede hacer cuerpo", sentencia Salvador.

"Los mejores sumisos son hombres de poder. Gente con mucha responsabilidad, que tiene que estar ordenando y dirigiendo todo el día. Por eso necesitan delegar, descansar, liberarse de todo. No sólo buscan el placer sexual sino la humillación, la máxima descarga del peso de ser alguien. Sin embargo, la sumisa busca la intensidad de un todo, pues crean un vínculo más fuerte que el amor convencional. No les satisface lo normal. No todas tienen que ser masoquistas, pero lo que siempre necesitarán es intensidad".

Mientras Salvador habla, ellas asienten. "Uno de los peligros aquí son los maltratadores. No tienen nada que ver con ser Amos o Dominantes. Muchos acosadores, maltratadores, se disfrazan en este mundo. Pero el Amo es dueño de la sumisa, no de la mujer".

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De nuevo, las redes sociales. Las sufren, como lugar donde la apariencia impide la materialidad de los deseos, y a la vez, las utilizan. Tanto Xey como Luz conocieron a Salvador en la Red, y él usa Facebook para dar a conocer su Cuarto Rojo. Se trata de encuentros en su casa, convocados por él mismo, y que siguen la estructura de una especie de terapia de grupo. Cada asistente se sincera, habla de lo que le gusta, de lo que no, encuentra un lugar donde poder explicarse. A veces, estos encuentros terminan en sesiones y otras no. "Una sesión, para que sea una sesión, tiene que durar por lo menos cinco horas", nos dice mientras nos invita a pasar a su mazmorra.

Un pequeño dormitorio contiguo al salón ha sido adaptado a mazmorra self-made. Una lámina de somier roto se ha adaptado para dar azotes, y le ha grabado "Scalibur", una trampa eléctrica para mosquitos se convierte en un aparato de electroestimulación. Para hacer una prueba, manda levantarse a Xey. La ata a una estantería donde descansan buena parte de los instrumentos de tortura, y le cubre los ojos con una venda. Aproxima a su cara el aparato, sin llegar a tocarla. Después, manda a Luz que se agarre "a la puerta, como a ti te gusta".

Estamos en el salón, y ella abre la puerta de la cocina y se inclina hacia adelante. Se oye el látigo. Salvador tiene un gran manejo, a penas le roza y ella gime delante nuestra. "Esto le gusta más que follar. Eso sí, hay que saber utilizarlo. Si te dejara esto a ti [refiriéndose al autor de estas líneas], lo primero es que te sacarías un ojo".

Xey y Luz

La disciplina. Lacan comparaba a Sade con Kant, debido a esa entrega a la búsqueda del goce, similar a la exactitud de relojero del filósofo prusiano. El límite no existe más que para transgredirlo, y eso exige una dedicación de cuerpo y alma, una sofisticación que para nada es compatible con la improvisación. Experimentar para "seguir haciéndose preguntas, yo hay muchas cosas que todavía hoy no entiendo". Salvador Lozano y sus acompañantes no dan para un artículo, sino para una novela. De hecho, él mismo está preparando una con base autobiográfica llamada "Rosa de metal". Pero yo ya he visto bastante por hoy. En breve, llegarán invitados y comenzarán sus sesiones conjuntas.

Así, se cierran a nuestra espalda las puertas del BDSM, y volvemos a las calles de Málaga. Los niños juegan en la plaza, junto a nosotros, una mujer espera el autobús.