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Noisey

Los hombres me dan lecciones sobre música

"¿Es para tu novio?"
Angélique Labbé

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"¿Qué te has pillado?

"Una importación japonesa de Saxon, un disco de Planxty y tía tienes que entrar ahí y ver un disco de Ride the Lightning con una imagen impresa en el vinilo. Es una pasada, aunque un poco caro".

"Vale, vigila al perro, ahora vuelvo", le dije, antes de dejar a mi novio y a nuestro enorme e inquieto cachorro en un banco para entrar en la pequeña tienda de discos. Era el cumpleaños de mi chico y tras ver lo flipado que se había quedado con ese disco y su extraño diseño decidí comprárselo sí o sí. A los dos nos flipan los discos, aunque a él un poco más que a mí; mientras yo voy llenando sin que se dé cuenta cada rincón de nuestro piso con libros, él contraataca aumentando sigilosamente nuestra enorme colección de vinilos. Básicamente nos gusta la misma clase de discos, (aunque sus LP de NWOBHM están empezando a superar los míos de black metal y country) así que para mí fue perfectamente natural entrar en la tienda y comprarle algo que los dos podríamos disfrutar.

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Sin embargo, el dependiente de la tienda no parecía opinar lo mismo. Aunque mis pintas son exactamente las que uno podría esperar de un fan del heavy metal —pelo largo, tatuajes, piercings, pantalones negros, camiseta de un grupo de heavy metal, chaqueta de cuero, etc.— el tipo decidió asumir que nunca había escuchado a Metallica. Ese día llevaba una camiseta de Acid, y aun así ese gafapasta con el pelo despeinado decidió que tenía que darme una lección de thrash/speed metal. Mientras rebuscaba el disco en cuestión en una caja con las últimas adquisiciones de la tienda, empezó a largarme un discurso informándome de sus preferencias por Ride the Lightning y "los otros primeros discos, como Master of Puppets", ignorándome cada vez que intentaba añadir algo, "Sí, los cuatro primeros" y soltando perlas como: "A Cliff Burton, que era el bajista, le flipaba la melodía, es algo que se nota mucho en este disco".

"Sí, lo sé, era lo suyo", logré intercalar, deseando acabar con la interacción antes de empezaran a soltar chispas por los ojos. "Bueno, a mí novio le va a encantar, estaba flipando ahí fuera con el disco".

"Ah, ¿es para tu novio?", dijo sin poder ocultar su satisfacción. "Eres de las buenas". Le lancé una mirada fulminante, pensando que solo le habría faltado darme unas palmaditas en la espalda.

Llegados a ese punto no me pude aguantar más y decidí romper con mi regla de no jugar al mismo juego y soltarle un par de nombres. Cuando empezó a largarme una historia sobre lo que poco que vale ahora Lars Ulrich y lo irrelevante que es el grupo, le respondí con una dulce sonrisa y le dije: "Pues resulta que el otro día le hice una entrevista para mi curro, y fue de lo más majo y accesible. El álbum también es bastante bueno; si tienes ocasión de escucharlo, deberías hacerlo".

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Sip. Le contesté y estoy orgullosa de ello, pero a veces tienes que callarte la boca y tragarte esa mierda. Mereció la pena solo por ver su careto y cómo se quedó inmediatamente sin palabras: "Ah guay", y empezó a envolver mi compra. De repente, se le habían quitado las ganas de hablar de música.

Mientras buscaba mi tarjeta la tensión empezó a respirarse en el aire. Pensé en la última vez que un dependiente de una tienda de discos me había hablado con tanta arrogancia. Fue hace unos años, mientras estaba de gira con Black Tusk ocupándome de su merchandising. Estábamos en Tulsa o alguna otra ciudad polvorienta del centro del país con una escena metalera pequeña pero muy dedicada. Me emocioné mucho al encontrar una tienda de discos justo al lado de la sala, pues comprar discos sigue siendo una de las cosas que más me gusta de viajar. En aquella ocasión fue incluso peor. Entré sola en la tienda y me puse a rebuscar encantada entre las pilas de discos durante casi una hora hasta que di con una joya: una copia impecable del clásico de debut de Reverend Bizarre, In The Rectory Of The Bizarre Reverend, que Svart Records sacó como doble LP en 2010. Me lo puse bajo el brazo y me acerqué hacia el mostrador con una sonrisa de oreja a oreja.

"¡He flipado al encontrar esto!", le dije al dependiente sin poder contener mi emoción. El tipo levantó la vista mientras le pasaba el pesado vinilo, me miró de arriba abajo y me preguntó amablemente: "¿Es para tu novio?"

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Le lancé una mirada asesina y le dije: "¿Cómo? ¿Te estás quedando conmigo?"

"¡Lo siento!, ¡lo siento!, ¡no pretendía ofenderte! Mucha gente compra discos para regalar…", me dijo tartamudeando mientras me daba la bolsa. Le lancé otra mirada fulminante antes de darme la vuelta y salir de allí pintado. Ninguno de mis compañeros de gira se asomó por esa tienda de discos ese día.

Mientras estaba en la misma gira, un chaval se me acercó a la mesa del merch durante un momento de calma y decidió empezar a hablar conmigo y con la otra encargada del merchandising (que resulta que también era una chica). Nos preguntó qué tipo de música solíamos escuchar y cuando le dije que básicamente me gustaba el black metal y el doom me soltó una risita de superioridad. Ese chaval —el típico adolescente rarito y lleno de granos al que le mola el metal y se viste con tejanos negros holgados— continuó entonces con una lección sobre el género, felizmente y sin darse cuenta de que se equivocaba en muchos detalles y que no sabía ni pronunciar el nombre de Euronymous. Pensad que era obvio que le pasaba unos cuantos años y que su lección no me impresionaba lo más mínimo. Me flipó también lo maleducado de su comportamiento; cada vez que intentaba interrumpirle o corregirle amablemente, me ignoraba y seguía con su discurso arrollador.

Ese es el tipo de comportamiento que he tenido que soportar en innumerables ocasiones durante los años que he osado ser una fan del metal con cuerpo de mujer, pero cuanto más mayor me hago más me pone de los nervios y menos dispuesta estoy a tragármelo. En esa ocasión, como representante de la banda, no podía ser muy, muy cruel con él —era un gilipollas, pero un gilipollas que también podía ser un cliente potencial— así que tuve que pensar en otra forma de poder largarle lo que pensaba. Sonreí por dentro cuando di con la solución: solo tenía que ganarle a su propio juego. Así que mientras soltaba su soliloquio, me remangué, le enseñé el tatuaje que tengo con la cabra de Bathory en la parte superior del brazo y le pregunté: "Si estás taaan puesto en el black metal, estoy segura de que sabrás decirme qué significa esto, ¿no?"

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"¡Es una cabra, tía!"

"Pero, ¿qué significa?"

"… No sé, ¿Satán?"

"No. Es el logo de una de las bandas de black metal más grandes de todos los tiempos. Lárgate de aquí chaval".

Balbuceó algo y se fue con el rabo entre las piernas, con un poco de suerte habiendo aprendido una lección muy valiosa: cualquier capullo no puede asumir que las mujeres —o cualquier otra minoría dentro de esa escena dominada por tipos blancos heterosexuales— no tienen ni puta idea sobre heavy metal. Hay una gran diferencia entre compartir información con alguien que ves como un igual y ponerte a largar con arrogancia una serie de hechos y opiniones sin siquiera dejar que la otra parte intervenga, y sin ser capaz de reconocer que podría tener algo que añadir a la conversación. Muchos de los fans masculinos parecen incapaces de darse cuenta de que seguramente sepamos mucho más sobre el género que nos gusta que ellos, pues hemos tenido que pasar años demostrándolo. Tenemos que saberlo absolutamente todo para que ellos crean que tenemos algo de idea. Nos han puesto a prueba, se han reído de nosotras, nos han tratado con desprecio y hasta nos han insultado, simplemente porque nos hemos atrevido a enamorarnos del mismo tipo de música que nuestros aparentes adversarios, parece absurdo, pero si preguntáis a cualquier mujer que haya pasado un largo periodo de tiempo involucrada en el heavy metal, el punk o cualquier otro género musical "difícil" o "complejo" os dirá lo mismo.

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Estoy acostumbrada a que me cuestionen, en Twitter me encuentro con gilipollas todos los días que intentan explicarme lo que es el metal, y eso que llevo escribiendo sobre el género de forma profesional (y muy pública) desde los 15 años. Recuerdo todas las veces que un chico de un grupo ha dado por sentado que era la novia de alguien (o me estaba arrimando para serlo) al verme en el backstage con la grabadora en mano haciendo mi curro. Recuerdo cada vez que un tipo se me ha acercado y tras observar detenidamente la camiseta del grupo que llevara me ha preguntado si "también" escuchaba esa música, para "probar" mis conocimientos y asegurarse de que no era más que una pose. Recuerdo la vez en que alguien me dijo que era "demasiado guapa" para que me gustara el metal y lo peor es que me lo dijo convencido de que me estaba soltando una especie de piropo retorcido.

Empecé a experimentar todo esto tan pronto como empecé a ir a mis primeros conciertos a los dieciséis años; me quedé hecha polvo la primera vez que me sometieron a "la prueba", pero luego me di cuenta de que no solo tenía que no bastaba con que pasara esos test de mierda, tenía que arrasar con ellos. Si esos tipos pensaban que solo andaba por ahí para restregarme con el guitarrista y demostrar lo buena que estaba, tendría que demostrarles que estaban tan equivocados que no les quedaría otra que respetar mis conocimientos, les gustara o no.

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Así que me puse a empollar. Leí todos los libros que pude encontrar sobre la historia del heavy metal, me subscribí a todas las revistas de metal que me pude permitir, compré algunas de importación en librerías, hice innumerables preguntas a los viejos fans del mental que conocía, intercambié CD-R con gente de todo el país, gasté todo el dinero que ganaba lavando platos y de dependienta en una droguería en CD y, básicamente, me sumergí en el género.

No lo sabía todo (y sigo sin saberlo), pero aprendí todo lo que una adolescente viviendo en una pequeña población rural sin internet podía aprender. Ese primer impulso feroz que me llevó a absorber todo conocimiento que pude sobre el metal me funcionó de formas insospechadas, pero también cumplió mi objetivo inicial: ningún chico iba a hacerme sentir pequeña, estúpida o por debajo de él, al menos no en este terreno. El mundo exterior era otra historia, pero aquí, dentro de los confines sagrados del heavy metal (o de cualquier bar, sótano o sala mugrienta en la que acabara), me sentía intocable.

Es algo que he llevado conmigo con el paso de los años, y algo por lo que estoy dispuesta a seguir luchando. Pertenezco a esta escena, igual que cualquier otra persona —independientemente de su identidad de género, sexualidad, raza, nacionalidad o lo que sea— que quiera estar aquí.

Y no voy a permitir que ningún capullo engreído y sin la más puta idea me haga sentir lo contrario.

Kim Kelly también está cansada de tu mierda en Twitter.

Traducido por Rosa Gregori.