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Cultură

Los pútridos voyeurismos de Peter Sotos

El trabajo de Peter Sotos no es precisamente fácil: abarca un abanico de intereses que la mayoría de lectores, incluso aquellos que se ufanan de tener gustos transgresores, rechazaría visceralmente por repelentes.

No es fácil, precisamente, aprehender el trabajo de Peter Sotos. Es probable que la mayoría de la gente ni siquiera desee hacerlo. Su trabajo aborda un abanico de temas que la mayor parte de los lectores, incluso aquellos que se regocijan pensando que sus gustos son transgresores, encontrarían visceralmente repelentes: un punto de encuentro entre la violencia y la pornografía tan exento de límites que en ocasiones resulta difícil decidir qué es exactamente lo que estás leyendo. La voz narrativa adopta las personalidades de asesinos en serie, violadores, acosadores de niños, gente carcomida por el odio y otros personajes que moran en un espacio que está mucho más allá de lo que hasta las mentes más inquietas considerarían asuntos que se deban tratar, en su mayoría expuestos en una primera persona que sitúa al lector en un marco mental en el que posiblemente no desearía estar. Sotos, con frecuencia, escoge escribir sobre criminales y víctimas de la vida real –explorando, por ejemplo, los violentos asesinatos de Lesley Anne Downey en su obra de no ficción Selfish, Little–, y lo hace tendiendo un puente entre las más grotescas extensiones de la fantasía y la realidad, desafiando los límites de la libertad de expresión y analizando el horror de un modo que hace difícil, si no imposible, identificar con certeza sobre qué clase de terreno nos está obligando a caminar.

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Algo más de contexto sobre Sotos: fue miembro de la seminal banda ruidista Whitehouse. Cuenta 52 años y vive en Chicago, donde fue arrestado por posesión de pornografía infantil tras publicar en la portada de su fanzine, Pure, una fotografía de una fotocopia en la que aparecía un chico menor de edad en una práctica sexual. Sus libros suelen publicarse en tiradas extremadamente cortas, convirtiendo el hacerse con ellos en una tarea onerosa en lo económico. Sotos no tiene problema en hacer explícita su afición por los objetos susceptibles de llevarle más allá de los límites de la experiencia. Habla de su interés en el snuff y el porno con animales sin tapujos y de un modo que glorifica su capacidad para mostrar “cómo eres realmente en situaciones feas”. No carece de corazón, aunque halle placer viendo esas cosas, y no le preocupa convertirse en cómplice de los actos que describe. Todo esto hace del acto de leerle, o incluso simplemente pensar en leerle, una de esas experiencias que abren una ventana a un lugar con el que buena parte de nuestra cultura parece interesada en juguetear –piensa en Dexter, o en películas como Seven o El silencio de los corderos–; Sotos, por el contrario, lleva la obscenidad a niveles que prácticamente se pueden sentir.  Con sus libros, uno se siente casi avergonzado, cómplice de algo por el simple hecho de tenerlo en las manos.

Aunque la obra más reciente de Sotos, Pure Filth, parece mansa en comparación con sus primeros trabajos, ofrece un vistazo a su universo sin llegar a extremos ilegales o grotescos. Pure Filth tiene como tema los films gonzo dirigidos por la estrella del porno Jamie Gillis, cuya trayectoria fue adaptada en aquellas escenas de Boogie Nights en las que Burt Reynolds se lleva a Heather Graham fuera de la ciudad en una limusina para que practique sexo con desconocidos ante la cámara. Resulta, y no es ninguna sorpresa, que la versión que P.T. Anderson hace de la serie de Gillis “On The Prowl” está aguada hasta lo irreconocible. Los vídeos auténticos muestran a Gillis llevando a una serie de escorts de pago a asientos traseros de coches, sucias librerías y habitaciones de hotel para que tomen parte en cualquier tipo de actos disolutos a los que los hombres con los que se encuentran deseen someterlas. Gillis dirige las escenas con una constante sarta de pullas, comentarios hirientes, burlas y estímulos, y normalmente suelen desembocar en la participación del mismo Gillis. En sus films hay lluvias doradas, analingus, violencia física y una sensación general de degradación de las mujeres, aunque ellas tomen parte de forma voluntaria y, aparentemente, con placer.

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Pure Filth consiste en transcripciones de los diálogos que se mantienen en algunos fragmentos seleccionados de estos films. Ni más ni menos. El texto provee poca o ninguna dirección al respecto de lo que está sucediendo en el vídeo; da, como mucho, unas mínimas anotaciones entre paréntesis como: (anal) o (meada). Los lectores carecen de imágenes que doten de contexto a la escena, y esto, de alguna manera, levanta ante ellos un infernal, despiadado muro en blanco. Reduciendo lo que está sucediendo a términos de mero lenguaje, es la mente del lector la que debe cargar con el peso de elucubrar ella misma las imágenes, llenando los espacios en blanco a partir de lo que sólo puedo describir como un retorcido, enfermo ruido ambiental. Al principio esto implica poner imagen mental a ridículos, chirriantes pasajes como “Oh. Sí. Sí. Oh, cariño, ¿dónde has conseguido esas bragas? ¿Dónde has conseguido esas bragas? Oh. Oh. Déjame ver más de tus bragas. ¿Dónde las has conseguido? Oh, Jesús. Hermoso”. A medida que avanza el libro y Gillis va derribando sus propios muros, los diálogos se vuelven más y más inquietantes: “¿Eso es mierda de perro? ¿Mierda de perro? ¿Eso es mierda de perro? Mírate. Venga, tú ya sabes lo que eres. ¿Quién es una jodida puta? ¿Eh?” El libro consigue inducir progresivamente un estado de violencia sorda, sofocada, pero aun así evidente, real, casi tangible.

Cada escena se acompaña de una introducción escrita por el mismo Gillis que Sotos usa para dotar de contexto privado al cerebro del hombre que está empleando ese lenguaje. Estas introducciones permiten que Gillis se revele a sí mismo de un modo que ni las escenas en las que aparece masturbándose y gritando a las mujeres pueden. Por momentos habla, con tono jocoso, como un hombre de negocios, o como un director, mientras que en otros lo hace como un intolerante, como un abusador, como un canalla perfectamente al tanto de que es un canalla, con una especie de honestidad idiota que lo reviste todo de una extraña capa que casi consigue que olvidemos que todo lo que dice es real. Cuanto más se extiende y profundiza el diálogo, más percibe el lector que el comienzo del libro está conectado en línea directa con su final: es una máquina obligada a devorarse a sí misma. No sé muy bien como explicar esto, pero al terminar el libro uno no se encuentra insensibilizado ante las ideas que expresa; se siente, más bien, recubierto de ellas.

Estoy seguro de que muchos de vosotros os estaréis preguntando, “¿Por qué querría alguien saber de esto? ¿Quién sino alguien que guste de la pornografía infantil estaría interesado, abierto a leer el trabajo de un tipo que no condena el porno infantil? Yo no soy de la clase de personas que sienten curiosidad morbosa por ver los cuerpos en un accidente, pero puedo decir que el trabajo de Sotos me atrae tanto como me deja de una pieza. Este mundo está habitado por gente muy distinta entre sí. Tengo una madre y un padre y amigos y personas queridas, y todas ellas coexisten en el mismo mundo en el que estas cosas suceden. Hay

@blakebutler