Relacionados: Un día en mi vida como prostituta
Llego tarde y acalorada.
Publicidad
Relacionados: "Cada vez más mujeres elegimos libremente ser putas"
Mi relación con la pornografía comenzó cuando era menor de edad. Durante la madrugada me escondía bajo la mesa del comedor para frotarme con cosas mientras veía en la televisión —siempre en silencio— los canales codificados. Nunca se distinguía con claridad lo que estaba sucediendo, pero saber que no debía verlo era excitación suficiente: lo convertía en un acto más salvaje y liberador. Después llegó el momento en que el internet se volvió accesible y, a partir de ahí, no paré. De pronto se abrió delante de mí un vórtice de obscenidades sin límites ni restricciones que me hipnotiza. Se activa en mí un estado hedonista dirigido hacia el placer sexual que siempre ha ido a más. Pero hacerme mayor me adjudica, sin que lo pida, una conciencia sobre el mundo y me doy cuenta que la pornografía no es sólo una forma de entretenimiento. Está en la casa de todos y nos acompaña en distintas etapas de la vida. El porno educa y moldea sociedades. Las escenas que vemos nos influyen e interfieren en nuestra percepción del sexo y los roles de género. Como prostituta, lo noto en las relaciones con mis clientes, en sus expectativas y preferencias. Hace tiempo decidí que si iba a exhibir mi sexualidad sería para crear un impacto positivo. Entonces recuerdo leer a Annie Sprinkle: "La respuesta al porno malo no es prohibir la pornografía, sino hacer mejores películas porno". Nico me maquilla, arreglo mis uñas y hablamos sobre lo que vamos a hacer, cómo y por qué. Es fácil olvidar los nervios cuando la figura que dirige tiene en consideración todo lo que pienso y siento. No es casualidad que quiera grabar mis orgasmos por primera vez bajo su dirección. En la primera conversación que tuvimos me preguntó: "¿Qué quieres hacer tú? ¿Por qué quieres grabar conmigo?" El contenido que vamos a hacer es una mezcla de mis fantasías y su visión sobre el deseo. Yo busco un espacio seguro para explorar guarradas y él sabe convertirlas en algo bonito. Nuestro punto en común son las ganas de aportar un valor.
Publicidad
Relacionados: Carta de una sexoservidora para la esposa de su cliente
El plano está centrado y empezamos a grabar. Se me acelera el ritmo cardíaco por tener un objeto extraño apuntando a mi cara, pero el primer beso me calma. Sin intentarlo tenemos una coordinación casi idílica. Hay contrastes continuos de sus manos siendo delicado y agresivo. Empiezo a excitarme y la cámara se convierte en un elemento que añade morbo. Es como estar de pie dentro de un escaparate compartiendo mi placer con quien quiera verlo. Una manera nueva de conectar con otros. Fin de la escena. Ahora el plano apunta a la cama. Todo lo que se muestra de forma explícita es una invitación a que pienses sobre lo que te estamos ocultando. No hay segundas tomas. El vídeo es una documentación auténtica de las respuestas inmediatas que tiene mi cuerpo a cada estímulo. Sin actuación. Es como si te permitiera estar a mi lado.