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Todo lo que está mal en la escultura a los 'héroes de la pandemia'

El problema no es que la escultura sea fea, sino que una administración pública aproveche la ocasión para quererse marcar un tanto con una crisis sanitaria aún por resolver.
escultura ayuso victor ochoa

Acompañadme en esta bonita y sorprendente historia: en 2017 el artista Víctor Ochoa creó una escultura en tonos blancos y dorados con una figura poco precisa que, tal y como publicaría unos meses después en su cuenta de Instagram, pertenecía a la serie “#MASTER bronce, resina y esmalte blanco”. El autor acompañaba la fotografía de esta obra con una descripción conmovedora: “Incapaz de mantener el equilibrio de mis sueños sobre una realidad amenazante y de lanzarme al tiempo sobre las tradiciones de este oficio, decidí mutar tan primitivas herramientas y dejarme llevar”.

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Será este mismo Víctor Ochoa, el escultor, quien hace solo dos días, en una muestra de su inmensa generosidad, decidió regalarle una escultura en tonos blancos y dorados con una figura poco precisa a la Comunidad de Madrid, llamada Héroes del COVID-19. En la web del propio artista –donde salta a la vista que a Ochoa las mayúsculas y los hashtags le gustan tanto o más que la palabra “desinteresado”– se especifica que se trata de un trabajo original, creado exclusivamente por un impulso de gratitud y de una manera conmovedora, muy conmovedora, para “quienes arriesgan sus vidas por protegernos del COVID-19” y también para “quienes no fueron capaces de superarlo”.

La mezcla es un poco siniestra, algo así como la fusión entre una columna de la victoria y una tumba al soldado desconocido, pero a estas alturas y con Madrid todavía en la fase 0, tampoco estamos como para rechazar esculturas. O por lo menos eso es lo que debió pensar la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que encantada con este obsequio, celebró una inauguración en petit comitè para dar la bienvenida a la obra en el patio de la Real Casa de Correos. Gracias a Twitter, la historia quedó plasmada para la eternidad.

Ahora permitidme que añada yo la moraleja como broche final: en la era de las redes sociales no presumas de generosidad regalando una escultura inédita si hace dos años colgaste una foto de esa misma escultura en Instagram. Sobre todo no lo hagas sin borrar la primera foto de 2017 porque es muy posible que en un estado de aburrimiento como el actual, los ciudadanos –y aun más los que están en Twitter– vean una cosa así y se pongan a investigar, dejando después comentarios como “visionario de pandemias” o “Tiene usted la cara más dura que esa escultura” en la propia imagen. Especialmente esto ocurrirá si además esa cosa que regalas es bien fea, da para memes y comentarios infinitivos, y no representa ni por asomo lo que se supone que dices que representa.

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Aunque la polémica también tiene sus cosas positivas. Por ejemplo, Víctor Ochoa habrá hecho muy feliz a todas esas personas que al menos una vez al año –normalmente en marzo, durante la feria ARCO– pronuncian la frase “esta escultura/pintura/instalación la podría haber hecho mi hijo de 3 años”. Por fin han podido confirmar sus sospechas: los artistas contemporáneos se inventan al tuntún el significado de sus obras. Además, habrá servido como lección exprés sobre cómo no gestionar las redes: subir un recorte con tu cara y tu nombre acompañada del texto “Siempre he dedicado parte de mi trabajo a ayudar a los demás” y los hastags #arte #escultura #sculpture #artgallery #artwork ya era cutre en la época de Fotolog, pero hacerlo 15 días antes de regalar una escultura como agradecimiento a las víctimas de una crisis sanitaria resulta, como mínimo, ofensivo.

Pero ya que estamos, hagámoslo bien. ¿Quién es Víctor Ochoa y por qué aun en 2020 no sabe que las fotos que sube a Instagram se quedan guardadas en el feed? ¿qué le llevó a regalar este extraño objeto surgido en 2017 tras “dejarse llevar” como "un homenaje a todas esas personas que han tripulado la situación durante este difícil y terrible naufragio"? Y sobre todo, ¿por qué tiene una cuenta llamada vochoaescultor donde habla de sí mismo en tercera persona como si perteneciera a un fan suyo y no a sí mismo?

Gracias al trabajo de distintos expertos tuiteros en buscar el pasado de quien sea hoy sabemos más cosas sobre él. Por ejemplo, que vendió otra de sus obras, El Zulo, por 740 000 euros al ayuntamiento del Partido Popular de Cartagena para que este la utilizase como homenaje a las víctimas del terrorismo. Aquí su imaginación le llevó a esculpir un hombre con el pene del tamaño de un niño, que se agarra las rodillas y mete la cabeza en medio. No sé, juzgad vosotros mismos.

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El escultor proviene de una familia bien, digamos, vamos que es sobrino-nieto de Severo Ochoa, el Premio Nobel de Medicina. Por supuesto, como tantos genios no cree que el apellido le haya abierto puertas en el mundo del arte: mismamente en esta entrevista publicada ayer explica que la verdad del arte está por encima de los intereses políticos. Ochoa se dio a conocer gracias a un busto de siete metros con la altura de Juan de Borbón, y desde entonces ha esculpido a muchos más reyes, “desde Alfonso XIII hasta el actual”, aunque reconoce que vive como un estigma la etiqueta de escultor monárquico. Lo que no le molesta en absoluto, sin embargo, es que se le vea como un artista muy relacionado con ciertas administraciones y partidos políticos, farda de sus contactos “directos” con “presidentes, secretarios y entidades”.

Pero volviendo a la estatua en homenaje a los héroes del coronavirus, el propio Ochoa justifica este desliz en que los artistas van creando sus obras “premonitoriamente”, a lo largo de su vida, esperando a que estas cobren sentido. Explica que en el caso de la escultura donada se trata de un trabajo que empezó en 1995, sobre cuya base ha añadido la figura de un “espíritu que se levanta para defenderse del Covid-19”, con una mascarilla y una astilla de barco en la mano que simbolizan la indefensión frente al virus. Al principio, entonces, la estatua representaba a una figura mitológica poco concreta con la que el escultor no sabía qué hacer. "La tenía guardada en mi casa hasta que un día la miré y vi un símbolo, un emblema de los miles y miles de personas que se han visto involucradas poniendo en riesgo su vida. Cuando tomé conciencia de que era la obra perfecta para definir esto, hice unos retoques, llamé a la Comunidad de Madrid para donarla y aceptaron".

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Bromas aparte, lo cierto es que Ochoa lleva años escribiendo y dando charlas sobre cómo se otorga significado a una obra de arte, y sobre el momento exacto en que se puede considerar que una escultura está acabada. En 2014, por ejemplo, hablaba de ello con Mario Vargas Llosa en Aranda de Duero. Y aunque esto no hace que su gesto sea menos oportunista, por lo menos podemos pensar que es coherente con su personaje público.

Lo problemático, en todo caso, no es que la escultura sea fea o que se trate de un viejo armatoste de bronce que el artista ya no sabía dónde guardar, sino que una administración pública –con la crisis sanitaria todavía sin resolver– aproveche la ocasión para quererse marcar un tanto, y presentar toda la pantomima como un gesto sincero de reparación hacia las víctimas del coronavirus. Por suerte, la picaresca del escultor –que él llama “premonición”– ha servido para dejar evidenciar todavía más este movimiento.

Como me decía el filósofo Carlos Thiebaut en este reportaje sobre el dolor de las víctimas y el sentido de un homenaje público de reconocimiento, cualquier acto de este tipo debe ser también un ejercicio político de prevención: “deberíamos expresarles a estas víctimas no solo nuestra solidaridad, sino nuestra condolencia, decirles me apiado de tu dolor; y también no paliar la rabia, tratar de que las causas de esa rabia no se repitan en el futuro. Al final la clausura del daño en términos generales se resume es esto: que no vuelva a pasar.”

Lo que ha ocurrido con esta escultura en honor a los héroes del Covid-19 ha sido justo lo contrario: en un gesto de improvisación artística y política han despojado el homenaje de todo el valor social y emocional que un ritual de este tipo se supone que debe tener para el conjunto de la sociedad. Porque de la misma forma que el “pizza cada día” de Ayuso no será nunca un menú escolar aunque sea comida, tampoco repescar una escultura de un fauno con una mascarilla tallada en 1995 convalida como restitución pública del dolor. El homenaje fast food más bien sugiere lo contrario: que nadie se está preocupando realmente por todo este sufrimiento, ni por hacer justicia y mucho menos por asegurarse de que no vuelva a pasar. Lo que vemos aquí es un intento fallido de sacar rédito político a una situación de dolor compartido.

@Berta_Gomez