Cuando le digo a la gente que soy adicta a las papas fritas, la risa es usualmente su primera reacción. Luego me preguntan mi sabor favorito. Pero, ¿le preguntarías a un alcohólico si prefiere el vino o la cerveza? Al parecer, una adicción a las papas fritas no se toma muy en serio.
Yo misma le he restado importancia durante años, pero creo que mi adicción comenzó en el momento en que probé mi primera papa Sabritas. El comercial tan famoso en los ochentas que decía: “¿A qué no puedes comer solo una?” se hizo real en mí.
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Me como al menos una bolsa todos los días. No es raro que despierte con antojo de papas fritas. Voy al supermercado a comprar una bolsa, aunque no me haya bañado antes. Para contener mi adicción, he hecho un trato conmigo misma: nada de papas fritas antes de la una de la tarde, excepto cuando estoy cruda. Es el único alimento que puedo soportar en esas situaciones.
Las papas fritas son el aperitivo ideal. ¿Alguna vez has oído a alguien decir: “No me gustan las papas fritas?” No, ¿verdad?
Mi madre me hacía comer papas fritas de un tazón de modo que las porciones pudieran medirse. Eso era muy molesto, pero en cuanto se volteaba, rellenaba el tazón y me metía un puñado en la boca.
Me di cuenta de que mi adicción se me iba de las manos cuando empecé a esconder las bolsas vacías. Me sentí como un alcohólico que vacía una caja de cartón de jugo y la llena con vino. Hace doce años me vi obligada a ocultar mis bolsas de papas de mis hermanas y de mis padres; ahora hago lo mismo con mis compañeros de cuarto. Solía esconderlas en un cajón debajo de la cama donde guardaba mis diarios. Recientemente me enteré de que todas mis hermanas sabían. No sé qué es peor: el hecho de que leyeron mis diarios en aquel entonces, o que se comían las papas fritas de mi escondite secreto.
Mis compañeros de cuarto una vez se comieron mis papas cuando las dejé en la cocina por accidente. Pocas cosas en la vida son peores que volver a casa y encontrar una bolsa vacía de papas fritas. Me gusta cocinar, pero las papas fritas me gustan más. Por lo general me siento con nauseas durante la cena, porque siempre vacío una bolsa de papas fritas antes.
Veo a la gente en los supermercados pensando qué demonios harán de cenar, pero para mí lo más importante siempre es: ¿Qué tipo de papas fritas debo comprar? Si no he averiguado eso de antemano, paso mucho tiempo delante del pasillo de papas fritas, escogiendo cuál quiero. Después de años de ser adicta, no tengo un solo tipo favorito de papas fritas. Realmente no me importa demasiado, siempre y cuando me las pueda comer. Pero hay un sabor que realmente prefiero no comer: la variedad básica y salada. Las personas que compran esas cosas son raras. Son probablemente las mismas personas que comen pizza hawaiana porque piensan que es más saludable. Me dan asco.
Si me salto un día de comer papas fritas, me siento desanimada. Me decepciona mucho cuando mi noche está tan ocupada que no me da tiempo de comer papas fritas antes de acostarme.
Los momentos en que estoy sola con mi bolsa son los mejores: acostada como un adicto a la televisión, mi mano ahí metida. Es encantador. No entiendo a las personas que las consumen mientras caminan por la calle. Las papas se deben comer en interiores, en un lugar que te guste mucho.
Incluso dejé a un novio una vez por una bolsa. A veces me desaparezco del círculo social porque prefiero estar sola en casa comiendo papas fritas. Si la noche termina en un lugar de comida rápida para bajar la borrachera, por lo general termino yendo a casa a disfrutar mis papas en la cama en vez de comer una mala hamburguesa en un lugar mal iluminado.
No quiero dejar de comerlas, pero sé que no es saludable. Tienen enormes cantidades de aditivos y toneladas de sal. Pero por lo general como tres comidas saludables al día, y me siento mucho peor sin las papas. Tal vez con el tiempo trataré de comprar menos papas, y me limitaré a comerlas en las fiestas. Para la mayoría de la gente, comer papas fritas es algo para compartir, y compartir puede ser divertido. Supongo.