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La guerra del taxi

Fui en Uber, Cabify y taxi por Barcelona para entender por qué se pelean

Fui en UberX, Cabify y un taxi para hablar con los conductores del conflicto en Barcelona.
Todas las fotografías por el autor

Hace un par de semanas, Barcelona se llenó de anuncios con el regreso a la ciudad de una estrella internacional que en su primer intento de establecerse salió escaldada. Uber, la empresa global de taxis de mentirijillas, ha vuelto con intención de quedarse. La ingente cantidad de turistas que conocen su marca global y buscaban sus servicios en la ciudad catalana era demasiado apetitosa para la multinacional, por lo que esta vez, para que no le pase como con la marca UberPop en 2014, que chocaba de frente con la legislación vigente sobre transporte de pasajeros, se han sacado de la manga UberX.

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Fundamentalmente, han copiado lo que ya venía haciendo Cabify: comprar licencias VTC para operar con ellas. Estas licencias son, en pocas palabras, las de los coches de lujo con conductor que se han usado toda la vida para bodas, bautizos y comuniones, en funerales y en congresos de alto copete. La gran diferencia que tenían estas VTC respecto al taxi es que no circulaban buscando servicios, ofrecían un servicio puntual contratado con antelación y volvían a cochera a descansar. Con las nuevas aplicaciones móviles, los conductores de estas VTC operadas por Uber y Cabify están todo el día dando vueltas en la calle. Hacen de taxistas.


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El sector del taxi, que a diferencia de otras ciudades del mundo está operado mayoritariamente por autónomos con licencia propia con precios y estándares regulados por el Ayuntamiento, lleva unos años en pie de guerra y la pequeña tregua favorecida por las acciones del Gobierno municipal de Ada Colau para protegerlo puede estar a punto de saltar por los aires con el regreso de Uber. El ambiente está caldeadito y, si ya ha habido enfrentamientos entre taxistas y conductores de Cabify, la tensión en las calles cuando se cruzan ambos tipos de vehículo, ahora que ha llegado el nuevo competidor, se puede cortar con un cuchillo.

Para ver por dónde iban los tiros, apenas unos días después de que UberX empezara a operar, me monté en un Cabify, un taxi y un Uber, en tres días consecutivos, para hablar con los conductores sobre su situación y sobre el conflicto. Ninguna queja del servicio de ninguno de los tres, todo coches y chóferes impolutos como los de un ministro, aunque en el Cabify hubiera botellitas de agua a mi disposición. El precio, extremadamente similar en los tres casos. Cinco euros y pico en Cabify y Uber y siete el taxi, pero en los dos primeros hice un trayecto que Google Maps marca en algo más de dos quilómetros y medio y en el segundo, cuatro.

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Cabify

El primer día, me meto en Cabify y busco la carrera mínima para poder charlar con el tipo. Voy a ir desde mi barrio hasta la Sagrada Familia. Así pues me recoge en la calle, nos presentamos, me da los buenos días ceremoniosamente nada más sentarme y empezamos el trayecto.

Rígido, educadísimo y de pocas palabras, me deja claro desde el principio que él es “un empleado” y que algunas de las cosas que le pregunto no las sabe. Que él solo hace su trabajo para una empresa que a su vez trabaja para Cabify ofreciéndole coches en servicio cada vez que la aplicación pide uno.

De quién es la licencia, me asegura no tener ni idea. Lleva más de seis meses trabajando para la empresa y entró a través de una ETT, después de haber hecho “de casi todo”, desde profesor de gimnasia hasta tener su propio restaurante. Y respecto a las condiciones laborales, “son más o menos las habituales que hay en el mundo en el que estamos. No son buenas”.

Retratos de los taxistas y las taxistas de Madrid

Trabaja también por un bonus por objetivos, que si bien no es gran cosa no es difícil de conseguir. Asegura estar todo el día encochando clientes, “pim-pam, pim-pam”. Se le ve resignado a un mercado laboral bastante duro pero, dentro de lo que cabe, satisfecho con su tarea.

Y sobre el conflicto del taxi también mide bien sus palabras. Dice no saber si los taxistas tienen razón o no porque, de nuevo, él solo es un empleado, pero denuncia formas de protesta de una parte del sector que no son del siglo XXI, sino de la edad media. Añade, abriéndose un poquito más, que si fuera taxista habría algo que le haría pensar: “Cuando tú vas al aeropuerto, hay un montón de taxis y pese a eso la gente se toma la molestia de esperarse diez minutos a que nosotros lleguemos”. ¿Por qué sucede?

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Dice tener sus dudas de que Cabify o Uber puedan precarizar el sector porque las condiciones del taxista asalariado son muy parecidas a las suyas. El problema, y eso ya no se lo digo a él, es que el trabajador por cuenta ajena en el taxi es una parte pequeña del sector. Como decíamos, la mayoría son autónomos. Sobre eso sí que reconoce que el problema grave es el precio de las licencias: “la gente ha pagado verdaderas animaladas y ahora se encuentran con una competencia que no esperaban”. “Pero eso nos ha pasado a todos”, dice, y recuerda cuando le abrían restaurantes al lado del suyo.

En un momento dado, en el fragor de la charla sobre el libre mercado, el buen hombre se desvía por error de la ruta más corta y aunque le digo que no tengo prisa, que no pasa nada por el error, se muestra algo inquieto. La empresa controla las rutas y sabe en cada momento lo que está haciendo. Si se desvía le preguntaran qué ha pasado. Tampoco quiere que le haga fotos a él por lo que pueda pasar. No por lo que puedan hacerle los taxistas sino porque no quiere comprometer su puesto de trabajo, aunque al fin y al cabo no haya dicho nada malo sobre la empresa. Me deja en Sagrada Familia y con un apretón de manos nos despedimos

Taxi

El segundo día cojo el taxi, también en mi barrio, y pido que me lleve a Rosselló con Girona, no muy lejos de donde me dejó ayer el Cabify. En este caso, el vehículo también está nuevecito, impoluto; hace pocos meses que lo cambió.

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Al taxista no le importa salir a cara descubierta y, de hecho, tiene muchas más ganas de hablar que los otros dos conductores. La licencia es suya por lo que vive el conflicto de forma directa: “Veo cada vez más competencia”, me dice.

“Ahora que la crisis parece que empieza a bajar y hay más trabajo, en vez de poder trabajar menos horas, aparece esta competencia y hay que trabajar más para conseguir un sueldo normal”. No entra a detallar números, pero para desmontar el mito del taxista por cuenta propia multimillonario detalla todos los gastos que tiene que descontar de lo que factura y lo interminables de sus jornadas laborales. “Cualquier trabajador que hiciera una jornada y media o doble jornada, ganaría mucho más de lo que gana”.

Respecto al conflicto, asegura que prefiere no meterse en jaleos con otros conductores, pero aunque haya cosas de las mobilizaciones del sector que no le gusten, cree que se están haciendo las cosas bien. Y que una cosa es la imagen pública de agresividad y otra la realidad. Al hablar del follón, él prefiere apuntar hacia arriba, a las multinacionales tecnológicas que precarizan aun más las condiciones laborales, con la excusa de que son economía colaborativa cuando no es verdad.

“Es un problema que no es solo entre nosotros, no es solo entre Cabify, Uber y el taxi, sino que afecta a toda la sociedad. ¿Queremos igualar las condiciones laborales por debajo?”, se pregunta. Además, asegura que “estas empresas son multinacionales que no miran por el cliente. Que tienen las sedes fuera, pagan pocos impuestos y además no los pagan aquí, aunque sí que contaminen aquí y usen las carreteras de aquí”.

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Además, es muy crítico con el discurso de las nuevas tecnologías porque, si nos ponemos así, también existen aplicaciones para taxis. Uber y Cabify “no revolucionan nada: son coches con cuatro ruedas que llevan gente. Y el que quiera valorar si los conductores llevan corbata o no… es marketing, al fin y al cabo”. Reconoce, sin embargo, que todo este jaleo le va venir bien al sector porque en el taxi de Barcelona, aunque funcione muy bien, hay que mejorar cosas. “Para no dormirse”.

Me dice que le gusta su trabajo aunque reconoce que es estresante y que para poder currar y no volverte loco tienes que cambiar el chip al volante. Cuando llegamos a destino, para en segunda fila y tras hacerle algunas fotos, me sigue contando sobre los intríngulis de las licencias VTC, de los cambios legales con intereses detrás para quedarse con el pastel del sector… Quizá porque le va la vida en esta guerra o porque no hay nadie que le controle, se explaya sobre el asunto y de los tres conductores es el que parece tener un discurso más elaborado.

UberX

Un día más a la Sagrada Familia desde mi barrio, en una ruta parecida. A este vehículo lo tengo que esperar un rato más, quince o veinte minutos bien buenos en la calle, que atribuyo al aterrizaje reciente de la compañía en la ciudad. De momento no debe haber muchos coches circulando por ahí.

Al entrar en el coche, el conductor, de traje como el de Cabify y Ray-Ban de chófer, me recibe con amabilidad y no tiene demasiado problema en que le haga cuatro preguntillas, aunque también resulte ser parco en palabras y enjuto de expresión. De fondo, la voz sensual de un GPS va cantando la ruta.

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Como el de Cabify, este hombre no trabaja directamente para Uber sino para una empresa que adquirió las licencias VTC y que trabaja para la app. Las condiciones, afirma, están bien. Trabaja doce horas, de ocho de la mañana a ocho de la tarde, pero le gusta lo que hace.

Lo primero que me dice, apenas ocho días después de su primera salida, es que se esperaba un comportamiento peor de los taxistas. Pensaba en cristales rotos, zarandeos… pero de momento solo le han tirado huevos, algún insulto y alguna foto.

Su opinión del sector del taxi se limita a la única vez que cogió uno y se encontró al taxista borracho. “Desde ese momento, ya no lo cojo más”. Le pregunto si comprende de lo que se quejan y me dice que sí, “aunque ellos a nosotros no”. “Les entiendo porque nosotros somos asalariados y ellos, en cambio, se tienen que buscar las habichuelas cada día. Pero ellos nos tendrían que dejar trabajar”.

De lo que está más que seguro es de que la gente tenía ganas de Uber. Lo dice con la contundencia del devoto. Lo ve en los clientes que suben y se lo dicen. Por el hecho de que la carrera tenga un precio fijo, por la forma de trabajar…

Antes de despedirme también me pide con aplomo que no le saque la cara en las fotos por lo que pueda pasar, mientras apunta en un bloc los servicios que ha hecho durante las últimas horas. Le valoro, claro está, con cinco estrellas.

Sigue al autor en @crespix.