“Nunca imaginé que así iba a ser mi boda”, dijo Rashida cuando nos conocimos hace un mes. “Pero tampoco tenía otra opción”.
Se calcula que en Malasia viven cerca de 90.000 refugiados rohinyá si bien, según los expertos, es difícil determinar el verdadero tamaño de la población. La agencia de refugiados de la ONU en Kuala Lumpur ha registrado 53.896 refugiados rohinyá pero el número de rohinyás indocumentados es casi el doble de los que están inscritos en el programa de refugiados del ACNUR.
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Declarados apátridas por el gobierno birmano, que los considera migrantes bangladesís, y confinados en asentamientos en un estado apartheid, los rohinyás constituyen uno de los pueblos más perseguidos del mundo. En 2012, una nueva ola de violencia antiislámica en el estado birmano de Rakáin desterró a cerca de 140.000 personas, dando pie a una crisis humanitaria en la región. Durante los primeros tres meses de 2015, alrededor de 25.000 rohinyás, así como algunos migrantes bangladesíes, intentaron llegar a Malasia a bordo de embarcaciones saturadas de personas. Cientos murieron en el trayecto.
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En Malasia, los hombres forman el grueso de la población rohinyá. Esta situación ha generado demanda de mujeres rohinyá en lugares como Ampang, un vecindario del extrarradio de Kuala Lumpur, donde vive un gran número de hombres rohinyá. Los traficantes de personas notaron esta demanda y empezaron a robar niñas de los campamentos rohinyá de Birmania ofreciéndoles un viaje seguro a Malasia por una fracción del precio normal. Pero después de partir, los términos del acuerdo cambiaban. De pronto, las niñas debían más de mil dólares y las que no podían pagar esa cantidad eran encerradas en campamentos en la selva. Muchas fueron violadas por sus traficantes. Otras fueron vendidas para casarse en Malasia.
“Conocemos mujeres que fueron captadas en el estado de Rakáin a cambio de nada o por un precio muy reducido porque los traficantes esperaban cobrar una cuota mucho más alta a los hombres en Malasia”, explicó Amy Smith, de Fortify Rights, una organización sin fines de lucro que documenta las violaciones de los derechos humanos en el Sudeste Asiático.
‘Nunca imaginé que así iba a ser mi boda, pero no tengo otra opción’ — Rashidah
Los expertos dicen que es difícil determinar exactamente cuántas mujeres han sido vendidas para matrimonios forzados. Los matrimonios de conveniencia son comunes en la sociedad rohinyá y en Malasia es costumbre que los hombres paguen el viaje de su futura esposa a Malasia. Es una tradición semejante a la del matrimonio forzado. Sin embargo, mientras que las mujeres en un matrimonio arreglado normalmente tienen contacto con su esposo y la aprobación de sus familias, las víctimas de los matrimonios forzados nunca tienen contacto con su esposo antes de la boda ni intenciones de casarse cuando salen de Birmania.
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“El matrimonio forzado es un término capcioso”, dijo Richard Towle, representante del ACNUR en Malasia. “El hecho de que los padres arreglen un matrimonio no lo convierte en un matrimonio forzado. Hay muchos matrimonios acordados. Sabemos de muchas familias que mandan a sus hijas a este país para contraer matrimonio. A veces nos llegan casos en los que hubo algún intercambio de dinero y coerción, por lo que hay ejemplos de todo tipo”.
Sharifah Shakirah, una mujer rohinyá que trabaja con las víctimas de matrimonios forzados en Malasia, explicó que la situación es consecuencia de un sistema cruel. Los traficantes de personas exigen sumas considerables de efectivo para llevar gente a Malasia y algunos hombres, que están dispuestos a pagar por una novia en un lugar donde hay muy pocas mujeres rohinyá aptas, contribuyen a esta extorsión al pagar a los traficantes lo que exigen. Shakirah trabaja con una coalición de hombres y mujeres rohinyá para tratar de convencer a otras personas de que esta práctica es injusta, pero el diálogo es difícil, sobre todo con los hombres que llegaron hace poco y poseen un nivel de educación muy bajo.
Y para las mujeres que rehúsan aceptar los matrimonios, el futuro puede ser mucho peor: “Aquí hay muchas chicas desafortunadas”, dijo Shakirah. “Los agentes las venden como prostitutas y las obligan a trabajar en centros nocturnos. Algunos traficantes obligan a estas chicas a pedir dinero en las calles. Les cortan las manos o les sacan los ojos para que den lástima. He visto muchos casos así. No puedo explicar lo difícil que es la vida para estas chicas”, dijo Shakirah.
La llegada de nuevos refugiados rohinyá disminuyó después del sombrío descubrimiento de más de 100 fosas poco profundas cerca de la frontera entre Tailandia y Malasia. Las medidas de actuación del nuevo gobierno de Birmania, dirigidas por la Liga Nacional para la Democracia (LND) de Aung San Suu Kyi, para mejorar la situación del pueblo rohinyá, inicialmente despertaron la esperanza en algunos rohinyá y enfurecieron todavía más a los nacionalistas birmanos. El anterior secretario general de la ONU ahora dirige una investigación aprobada por el LND sobre la violencia comunitaria en el estado de Rakáin, un proyecto que muchos ven como un paso adelante del nuevo gobierno para acabar con lo que un estudio denominó un sistema de genocidio patrocinado por el Estado.
Sin embargo, la violencia reciente y las presuntas violaciones cometidas por los soldados en el estado de Rakáin despertaron nuevamente el miedo a un resurgimiento de las condiciones brutales en las que se vivía antes de que el partido de Suu Kyi ganara las elecciones. Parece ser que todavía falta mucho para lograr una paz duradera.
Hoy en día, decenas de miles de rohinyás apátridas siguen atrapadas en un limbo en Malasia: no pueden trabajar legalmente, no pueden regresar a casa y tienen que esperar años para un posible reasentamiento a cargo del ACNUR. Y entre la población rohinyá hay mujeres como Rashidah, adolescentes que los traficantes de personas vendieron para matrimonios forzados. Estas mujeres, pobres, sin conocimientos de inglés o malayo y temerosas de la ley, terminan siendo invisibles en Malasia.
‘Algunos traficantes obligan a estas chicas a pedir dinero en las calles. Les cortan las manos o les sacan los ojos para que den lástima. He visto muchos casos así. No puedo explicar lo difícil que es la vida para estas chicas’— Shakirah
Rashidah, cuyo apellido fue omitido por VICE Indonesia para proteger su identidad, se reunió conmigo en un pequeño internado musulmán a las afueras de Kuala Lumpur. Su sari verde con estampado floral y su blusa estaban salpicados de pintura blanca después de pasar toda la tarde pintando los muros de la escuela, uno de los muchos trabajos con los que se mantiene ella y su familia.
Su hijo, un niño regordete, dormía en el suelo. Su esposo estaba relajándose al otro lado de la escuela, un espacio sencillo pero repleto de cosas en una destartalada tienda. Rashidah conoció a Aziz en un mercado local. Aziz era amable y de la misma región del estado de Rakáin. En aquel entonces, Rashidah estaba atravesando uno de los periodos más oscuros de su vida. Acababa de llegar a Kuala Lumpur después de pasar meses como prisionera de traficantes de personas tailandeses en un campamento en la selva, en la frontera entre Malasia y Tailandia. Estaba sola, sin dinero y era la chica más joven del campamento, una combinación muy peligrosa.
Los traficantes la violaron en repetidas ocasiones. Cuando quedó embarazada, contactaron con un hombre en Malasia y la vendieron como esclava. El hombre, un residente rohinyá de Kuala Lumpur identificado como Islam, pagó a los traficantes 3.000 ringgits (cerca de 650 euros) y se llevó a Rashidah a su casa. Islam le dijo a Rashidah que tenía que cuidar a sus hijos y limpiar su casa para pagar su deuda. También la obligó a vivir en una choza diminuta en la parte de atrás de su casa.
Rashidah dijo que cuando Islam se dio cuenta de que estaba embarazada, buscó a un médico para que abortara. Pero un ustad local lo convenció de que le permitiera tener al bebé. Poco después, Islam empezó a buscar a otro hombre dispuesto a pagar su deuda y tomarla como esposa.
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Cuando Aziz supo de la situación de Rashidah, prometió pagar su deuda si se casaba con él. Fue una propuesta muy compleja para Rashidah, quien confiesa que si las circunstancias hubieran sido diferentes, no habría contraído matrimonio. Pero al mismo tiempo estaba sola, era prácticamente una esclava y estaba embarazada del traficante de personas que la violó. Y de pronto aparece un hombre amable dispuesto a salvarla de la explotación sexual que le esperaba si rechazaba el matrimonio.
“Si mis padres siguieran conmigo, podría haberme casado con una persona educada o una persona con dinero para mantenerme”, dijo Rashidah. “Pero en ese momento no tenía dinero suficiente para sobrevivir y nadie que cuidara de mí”.
Rashidah dice que su esposo la cuida y la trata bien. Pero si tuviera la oportunidad de volver atrás en el tiempo, jamás habría salido de Birmania. “De haber sabido todo lo que iba a pasar, nunca habría venido”, dijo Rashidah. “Creo que Birmania era mejor para mí”.