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Noisey

Contra la música buena: The Shaggs

Su padre las quería convertir en estrellas de rock a toda costa, pero le acabó saliendo el tiro por la culata.

The Shaggs posando para una foto de grupo. Fotografía sacada de la difunta página de la banda.

_Llevamos siglos intentando aceptar que el arte debe medirse por la capacidad de transmitir ideas y emociones, no por su pericia técnica. Pese a lo cual sigue siendo difícil pasear por cualquier museo sin escuchar aquello de "mi sobrina lo haría mejor". ¡Y quizá sea cierto! "Contra la música buena" es un ataque al buen gusto y a un alegato a favor de la risa, intentando recuperar la definición original de belleza, _"Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual". ¿Dónde pone aquí que necesitamos solos de guitarra infinitos y duetos con Montserrat Caballé? La buena música apesta, ¡acabemos con ella!

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Hasta finales del siglo XIX la música popular difícilmente podía categorizarse como buena o mala. Para que la música llegase a las casas alguien tenía que tocarla y no hacia falta estar alfabetizado para hacer sonar un instrumento. Las canciones se transmitían de persona a persona, se aprendían de memoria y se modificaban por falta de memoria o por puro juego. Sin notas escritas que aprender probablemente no había demasiado error a lamentar: si el abuelo canta disonante, en esa familia la buena música será disonante o no será. Eso explica porque en algunas de las canciones más festivas recopiladas en la antología de música folk norteamericana de Harry Smith, hay violines que suenan como el chirrido de una puerta oxidada y voces que parecen imitar el grito de una grulla. No importa: cada una de esas interpretaciones es perfecta. Suenan seguras y orgullosas, de espaldas a la eternidad, sólo para los oídos, ojos y cuerpos que tenían delante.

La música popular sólo empezó a estar bien o mal cuando empezó a imitar una canción grabada en estudio. Fuera de contexto, esa canción plastificada se convirtió en la versión correcta, una convención que poco o nada tiene que ver con la belleza o el arte.

Es muy posible que la intención de las Shaggs fuese sonar tan correctas como la música que les gustaba: Herman's Hermits, Ricky Nelson, Dino Desi & Billy… ídolos adolescentes repeinados, voces inmaculadas y los mejores músicos de sesión del momento, pero los resultados distaban mucho de sus intenciones. De haberlo conseguido nunca habrían sido el grupo favorito de nadie.

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Mientras los padres de medio mundo se enfadaban con sus vástagos por culpa del rock'n'roll, a las tres hermanas Wiggins se las obligaba a practicar día y noche. Su padre las quería convertir en estrellas sin atender a muchas razones, serían the Shaggs, un grupo tan malo como cualquier otro que escuchaba en la radio sin entender demasiado de que trataba todo aquello. Las sacó del instituto para que pudieran practicar más horas y no se mezclaran con las mentes calenturientas de otros adolescentes y en seguida se puso a buscarles un sitio donde tocar.

Su primer concierto fue en un concurso de talentos en el ayuntamiento de Fremont, el pequeño pueblo de New Hampton donde vivían. Las tres hermanas estaban completamente aterrorizadas frente a sus antiguos compañeros de instituto con los que apenas podían mantener el contacto, encerradas en casa como unas vírgenes suicidas sin ningún glamour. Como era de esperar, tuvieron que acabar su actuación antes de tiempo porque el público les tiró todo lo que tenían a mano. Lejos de desmotivarle, su padre dobló los esfuerzos por convertir a sus hijas en las estrellas que merecían ser. Más ensayos, contratar un estudio de grabación y gimnasia antes de ir a dormir. Era el plan perfecto, nada podía salir mal. Pero lo hizo, claro.

Cuando empezaron a tocar en el estudio, el ingeniero tuvo que salir de la cabina porque no se aguantaba la risa. Mejor así: inseguras y sin demasiado control de sus instrumentos, con su padre como único público, aquello era como estar en casa. Quizá ese sea uno de los motivos por los que las canciones suenan con esta intimidad casi desesperada. Al acabar la grabación, encargaron y pagaron 1000 copias del disco, de las cuales sólo recibieron 100. El resto, junto con el dinero y el fabricante desaparecieron para siempre. El resultado de ese disco lo conocemos gracias a una versión pirata que circuló durante los 70 hasta llegar a manos de Terry Adams de NRBQ, quien se empecinó en reeditar aquella maravilla. Poco antes Frank Zappa había puesto a los amantes de las rarezas tras la pista diciendo en la radio que eran mejores que los Beatles. Y así es.

Porque mientras los cuatro de Liverpool estaban sentando las bases de todo el aburrimiento que enterraría el rock'n'roll en tiempos venideros, convirtiendo el estudio en un quirófano donde se graba por pistas y se hacen experimentos que nunca serán tocados delante de humanos, las Shaggs grabaron sin querer el mayor y más emocionante retrato adolescente de la historia de la música moderna, lleno de candor, miedo, despecho, secretos, juego, amor e incomprensión. Una obra extraña donde todo suena enérgicamente desencajado, donde nada está cantado o tocado en frío porque apenas pueden dominar sus instrumentos. Sus canciones suenan como el primer gallo de un adolescente, algo involuntario en medio de un discurso que provoca frustración en uno mismo y burla cómplice en las comidas familiares, algo roto, en construcción, irrepetible, motor de los sentimientos que están por venir. Eso debería ser el rock'n'roll y no otra cosa. Porque hacerlo bien o mal no significa nada comparado con hacerlo de verdad.

Las Shaggs siguieron tocando hasta la muerte de su padre el año 1975. Tocaban en ferias locales, hospitales, residencias, y los sábados en el ayuntamiento de Fremont, donde algunas noches la gente reía, algunos se horrorizaban, otros sacaban a bailar a sus chicas porque al fin y al cabo ¿Qué otra cosa se podía hacer en un pueblo de poco más de mil habitantes un sábado por la noche mejor que ir a ver al grupo local tocando las mismas canciones una y otra vez? No se me ocurre, la verdad.