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El regreso del hombre radioactivo

Volvimos a Tomioka para ver cómo le va a Naoto Matsumura en el tercer aniversario del desastre nuclear de Fukushima

NOTA: Para activar los subtítulos en castellano tenéis que hacer click en segundo icono en el player de Youtube

El año pasado publicamos El hombre radioactivo, una historia sobre las consecuencias del desastre nuclear de Fukushima. A punto de cumplirse el tercer aniversario del suceso, VICE Japón volvió para comprobar cómo se desarrolla el proceso de limpieza.

El 18 de noviembre de 2013, la Tokyo Electric Power Company (Tepco) inició el peligroso proceso de retirada de los elementos combustibles gastados de la Unidad 4 de Fukushima Daiichi para transferirlos a un almacén centralizado. Desde el 10 de febrero, se han logrado transferir 308 elementos a su nueva ubicación, con lo que quedan otros 1.225 de un total de 1.533 que deben retirarse antes de finales de este año.

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Traslado de los elementos de combustible en Fukushima Daiichi.

En circunstancias normales, la retirada de combustible es una tarea relativamente segura y rutinaria. En el caso de Fukushima, sin embargo, es extremadamente peligrosa. Nadie sabe a ciencia cierta hasta qué punto los contenedores que albergan los elementos actualmente resultaron dañados durante el terremoto de magnitud 9,0 que se produjo el 11 de marzo de hace tres años.

Si los contenedores están dañados, los elementos podrían haberse volcado o estar apoyados sobre otros elementos, por lo que el método rutinario de extracción conllevaría el riesgo de volcarlos accidentalmente y provocar un desastre con las barras de combustible que hay en su interior. La rotura de una de estas barras podría suponer un grave aumento de la radiación, similar al que se produjo justo después de las explosiones en Daiichi.

Safecast, un grupo de hackers que utiliza contadores Geiger de fabricación propia y se sirve de la financiación colectiva para desarrollar un preciso mapa de datos de radiación, está especialmente interesado en monitorizar los cambios que se producen en la zona muerta alrededor de Daiichi durante los trabajos de extracción. El grupo obtuvo reconocimiento mundial gracias al increíble éxito de sus contadores Geiger portátiles bGeigie Nano, mediante los que cualquiera podía realizar lecturas locales de los niveles de radiación para contribuir a dibujar un mapa global.

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Sin embargo, la medición de cambios repentinos en la zona de Daiichi durante las operaciones de retirada de combustible requiere el uso de contadores instalados de forma permanente, lo que plantea una serie de problemas. En primer lugar, es necesaria un suministro de energía fijo —toda una rareza en la mayoría de las zonas devastadas y abandonadas en las cercanías de Fukushima. Los contadores deben estar en lugares seguros, resguardados de las inclemencias del tiempo o de la fauna local; algo, también, difícil de conseguir. El último inconveniente, y quizá el mayor de ellos, es que los aparatos requieren intervención humana para su mantenimiento y control, en caso de que se produzca alguna incidencia.

La mañana del 12 de febrero, el equipo de VICE nos dirigimos a Tomioka, Fukushima —a unos 10 km al sur de Daiichi—, donde nos encontraríamos con Joe Moross, de Safecast Japón. Queríamos presentarle a Naoto Matsumura, literalmente el único residente de Tomioka, quien accedió a que se instalara uno de los contadores de Safecast en su casa.

Si bien la casa de Matsumara ya no se encuentra en zona de exclusión, ya que esta se redujo en 2013, está justo en el límite. Esta reducción no ha supuesto ninguna mejora para el lugar: sigue pareciendo una verdadera ciudad fantasma.

A medida que nos acercábamos —abandonando la concurrida autopista de Joban y adentrándonos en la Ruta 6, que discurre hacia el norte por la costa hacia Tomioka—, empezamos a percibir todo el entorno como millones de noticias y fotografías en potencia. Primero nos percatamos de que la mayoría de los edificios y negocios que dejamos atrás están completamente abandonados e intactos.

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Un poco más lejos, vimos varios edificios más antiguos y que no resistieron la fuerza del terremoto. A algunos les faltaban partes del tejado y otros se habían derrumbado por completo. Tomamos una pequeña calle comercial que conduce a la desértica estación de tren de Tomioka, donde pudimos ver con nuestros propios ojos la magnitud del desastre que supuso el tsunami. No quedaba nada en pie.

Tres años después, poco ha cambiado. Continúa habiendo coches atravesados en las vías del tren o volcados por todas partes. En algunas casas todavía podían verse objetos que recordaban que una vez hubo familias viviendo en ellas. Era abrumador, muy triste. Todo el que tenga la oportunidad, debería verlo por sí mismo.

Dos coches volcados en la estación de Tomioka

Curiosamente, Tomioka estaba plagada de coches de policía, lo cual es sorprendente teniendo en cuenta que el lugar ya no se encuentra en la zona de exclusión y, por tanto, es accesible a todo el que quiera contemplar su devastación. Poco después de llegar a la estación, aparecieron unos tres coches de policía y seis uniformados. Con esa educación tan peculiar y fingida que caracteriza a la policía, empezaron a pedir datos a todo el equipo: tarjetas de visita, teléfonos, direcciones y cualquier cosa que se les ocurriera.

A mí me preguntaron por mi mujer y mi visado, e incluso me hicieron preguntas de lo más obtuso sobre lo que había hecho en Japón durante los siete años en los que viví allí. En cuanto llegó otro coche con nuevos visitantes, fueron a abordarles a ellos.

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Todavía no sabemos a qué vino todo aquello. La única respuesta que recibimos fue un ensayado discurso sobre seguridad y salud en la zona.

En la estación, hablamos un rato con Moross sobre el proyecto. Nos explicó que, aunque no creía que algo fuera a salir mal durante el proceso de retirada de combustible, la gente no conocía bien ni la operación ni los riesgos que esta conllevaba. “Creemos que la falta de información es más molesta incluso que dar malas noticias.”

Esta idea está acorde con la iniciativa de Safecast de crear una plataforma en la que se muestren datos transparentes y significativos sobre radiación y que culminaba con la instalación de contadores fijos cerca de la central. “Al disponer de un sistema de monitorización en la zona”, dicen, “podemos garantizar que, en caso de que se produjeran cambios en los niveles de radiación, lo sabríamos en cuestión de minutos”.

Poco después, Matsumura llegó en su diminuta camioneta blanca. Lo primero en que te fijas de este tío es su energía —tiene un trato cercano y sin reservas—. Nos dirigimos con los tres vehículos hacia la granja de Matsumura. El viaje fue lento debido a que la zona había sufrido una de las peores nevadas de su historia. Nos perdimos una vez y Matsumura tuvo que volver a buscarnos y llevarnos de nuevo por el camino correcto.

Una vez en la granja, Moross encontró un buen lugar para instalar el contador, en una casa abandonada que había sido destrozada por el terremoto y que estaba junto al edificio en el que Matsumara vive actualmente. “Nadie presta atención a esta casa”, comenta Matsumara entre risas.

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De hecho, la casa derruida fue el hogar de Matsumura y su familia antes del terremoto y todavía podían verse en ella muchos objetos de la vida cotidiana: fotografías, libros y un televisor estropeado. En nuestro anterior artículo, El hombre radioactivo, Matsumura nos contó cómo sus familiares y los centros de evacuación le habían dado la espalda. “No tenía otra opción que quedarme atrás”.

El zoo de Matsumura

En general, su granja parecía un lugar feliz, a pesar de la desolación reinante. Era como un zoo. Lamentablemente, una de sus avestruces había muerto hacía poco, pero otra de estas aves todavía recibía a los visitantes en la puerta principal, junto con un perro y un par de gatos. Mientras Moross se puso manos a la obra con la instalación del contador, charlamos con Matsumura sobre la retirada de combustible.

“Si la cagan, tendremos todos un gran problema. Supongo que pondrán el combustible en contenedores y los sacarán. Si se les cayera uno y hubiera una fuga, todo el mundo en la zona morirá por exposición a la radiación”.

Todo esto lo dijo con una media sonrisa, y añadió que “es despreciable”. La buena noticia era que, incluso habiendo pasado tres años en la zona, Matsumura afirmaba categóricamente que no había sufrido deterioro alguno en su salud, aunque reconoció que tampoco sabía qué puede pasar dentro de 10 o 15 años. Uno de los peligros de que se rompiera una barra es que se liberaría krypton-85, un isótopo cancerígeno.

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Matsumura se está convirtiendo en una especie de celebridad. El día que fuimos a su casa, había otro equipo de periodistas y nos cruzamos con otro periodista francés cuando nos íbamos. Matsumura incluso mencionó algo sobre una invitación para ir a Europa a dar charlas sobre su experiencia en la zona.

Por supuesto, todo esto ocurrió menos de un mes antes de que se cumpliera el aniversario del desastre, por lo que había grupos de periodistas por todas partes, ávidos de información para sus historias de Fukushima. Para Matsumura, entretener a los medios extranjeros ha pasado a ser una costumbre y, por otra parte, entiende el interés que suscita. También nos habló del poco interés, casi nulo, que mostraban los medios nacionales por el tema. Cuando Matsumura quería dar una conferencia de prensa, tenía que acudir a AP y al Club de Corresponsales Extranjeros en Tokio.

La situación era similar para Moross, que se reunió con nosotros más tarde porque recibió una llamada del South China Morning Post para hacerle una entrevista por teléfono. El día antes, un equipo de la televisión alemana había estado siguiéndolo. Debido a la escasa información sobre las operaciones de Tepco, ambos han pasado a ser portavoces improvisados de la vida en la zona y de las consecuencias del desastre.

Finalmente, tras muchos viajes a la oficina de Safecast en Tokio por temas de programación, coordenadas GPS y otros aspectos técnicos que no comprendí, el contador estaba configurado.

El aparato instalado en la casa de Matsumura constaba de un sensor externo anclado a la pared exterior, del cual salía un cable hacia lo que Moross llamaba “el cerebro”, una caja de controles que medía los pulsos de radiación, un enrutador, un módem 3G y un suministro de energía. Después de una serie de transmisiones entre servidores, la información llegó, por fin, a Safecast, desde donde se transformaría en gráficos.

Dado que los datos se envían en intervalos de cinco segundos, cualquier cambio en los niveles de radiación, provocado por algún accidente durante la retirada de combustible, quedaría registrado de inmediato. Estos datos se darían a conocer mucho antes de que lo anunciara Tepco o incluso los medios principales.

Al final del día, antes de las despedidas, Matsumura bromeó diciendo que ahora podría tener a raya a Tepco. “Les diré que tengo una máquina con la que puedo controlarlo todo”, dijo. “Y que está fabricada por la NASA.”

Joe Moross y Naot