Jugué a ‘Pokémon Go’ sin el teléfono

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Jugué a ‘Pokémon Go’ sin el teléfono

Quiero ser el protagonista de uno de esos artículos de periódico que hablan de gente a la que han robado frente a un Gimnasio, pero mi móvil es una mierda de las grandes, así que decidí jugarlo en la vida real.

No puedo esperar más. Lo demás ya no importa. Estoy deseoso de experimentar la sensación de perseguir a un Vulpix por el campo; de alimentar a un Rattata con caramelos y verlo evolucionar; de compartir bromas con otros entrenadores de Pokémon… Quiero ser el protagonista de uno de esos artículos de periódico que hablan de gente a la que han robado frente a un Gimnasio. Quiero… No, necesito tener Pokémon Go.

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Pero hay un problemilla: mi móvil es una mierda. Pero de las grandes. La pantalla está agrietada, solo le caben cuatro fotos y a veces se queda colgado incluso antes de encenderse. Básicamente, solo sirve para enviar mensajes, porque hasta la cámara está rota. Tampoco me deja conectarme a la App Store, así que no tengo forma de bajarme el juego.

Todas las fotos por Chris Bethell

Pero, ¿por qué el hecho de no tener la aplicación debería suponer un impedimento? No debería, porque Pokémon Go es más que una aplicación; es una fuerza que ha logrado lo impensable: ha conseguido despertar a toda una generación, levantarnos de nuestras sillas ergonómicas, hacer que nos olvidemos del sexo y que salgamos todos a la calle. ¿Voy a dejar que una nimiedad como la de no tener el juego se interponga en mi camino? ¿O voy a escuchar la llamada de mi generación, salir ahí afuera y hacer mi sueño realidad? Solo había una opción: patearme las calles de Londres sin aplicación alguna con el único objetivo de hacerme con todos. Solo me harán falta un par de cosas.

Poké Balls: sí; Pokémodelito: sí. Ya casi estoy listo para empezar el viaje. Solo me falta un aspecto de obligado cumplimiento: someterme al mismo ritual por el que han pasado 70 millones de personas y facilitar todos mis datos personales, así que me despedí de mi pasaporte y mis datos bancarios y los puse a disposición del público, frente a la entrada principal. No importa, porque estoy preparado para iniciar mi nueva vida como entrenador de Pokémon.

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Ahora tengo mucho que hacer para ponerme al día. El resto del mundo lleva casi una semana jugando y torturándome con sus publicaciones en redes sociales, alardeando de haber atrapado un Rattata o un Articuno. Decido salir en busca de una comunidad de entrenadores. Recorro las calles, husmeando tras las vallas y en los callejones, hasta que tropiezo con un grupo de posibles candidatos.

"¡Hey, tíos! ¿Sabéis de algún sitio que esté bien para cazar Pokémon por aquí?".

"¿Cómo dices?", responde este hombre mientras deja caer un saco de gravilla.

"Soy entrenador de Pokémon y estoy buscando un sitio para cazarlos. Prefiero los de Fuego, pero tampoco tengo manías".

"Joder, no entiendo nada de lo que estás diciendo, colega", dice mirando a sus compañeros. "En serio, es que parece que hables otro idioma".

Saltan las alarmas y me alejo a todo correr. Ya conozco esas triquiñuelas y esas caras: es la estratagema clásica del Team Rocket. Pero van a tener que currárselo más para enredar a este entrenador. Pero sigo necesitando consejo de alguien que conozca bien los entresijos de este universo. Tengo que hablar con el profesor Willow.

Tras una búsqueda exhaustiva en Google, por fin lo encuentro. El profesor trabaja en una universidad de Northampton, pero ha adoptado el nombre de "Doctora Willow Berridge" y la apariencia de una mujer experta en la historia de Sudán. Muy típico de Willow. Rápidamente le envío un email con todas mis preguntas.

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El profesor ha ignorado mi correo, pero me da a mí que con esto ha querido enviarme otro tipo de mensaje: no siempre vas a tener ayuda en la vida. A veces te ponen delante de una puerta y debes tener la suficiente confianza en ti mismo como para atreverte a abrirla. Le doy las gracias al profesor por esta valiosa lección.

Armado de determinación, me aíslo del mundo que me rodea, dedico una rápida mirada a mi Poké Ball y me dejo llevar por mi instinto. Después de mucho caminar, dar vueltas y desandar el camino, termino, como por arte de magia, justo en el lugar adecuado: el parque. He oído historias de Magikarps que aparecen en sus lagos y Nidoran que retozan en la hierba. Me detengo un momento a mirar el horizonte y a respirar una bocanada de PokéAire y de repente lo veo. Es otro entrenador.

"¿Estás jugando, amigo?".

"Pokémon Go", responde con media sonrisa. "Sí, estoy jugando. Mi nombre es Doug".

"¡Yo también!", respondo eufórico. "Me llamo Oobah. ¿Jugamos?".

"Claro".

"¿Dónde están los Pokémon?".

"Aquí están por todas partes".

"Pero, ¿dónde?".

"¡Pues mira, hay un Vulpix justo ahí!".

Aquí tengo que hacer un acto de fe y confiar en Doug. Ahora estamos en el mismo equipo. Guiado por mi instinto, lanzo la Poké Ball para atrapar al Vulpix.

"¡Eureka!", exclamo, y doy un salto. Corro a recoger mi Poké Ball. "¡Ya tengo mi primer Pokémon!".

"¿Te estás quedando conmigo?", pregunta Doug, incrédulo. Le dedico una mirada de desconfianza y me alejo. Ahora es un oponente más. Seguro que habrá más Pokémon cerca. "Como por ejemplo, ahí. ¡Me ha parecido ver un Gyarados!", exclamo mientras espanto los pájaros que me entorpecen la vista. ¡Bum! Lanzo la Poké Ball al río.

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En menos de una hora, he logrado cazar un buen grupo de Pokémon. Mi sueño se está haciendo realidad. He pasado de ser un tipo mediocre a convertirme en un entrenador. El siguiente objetivo es obvio: tengo que hacerme con el control de un Gimnasio. Para ello debo hacer acopio de caramelos y pulsar el botón de actualizar. Necesito una Poképarada, así que me dirijo a la más cercana.

Son lugares curiosos, las Poképaradas. Se parecen mucho a las tiendas del mundo real, pero en ellas no impera ley alguna. Por ejemplo, leí en internet que en una Poképarada se podían cambiar Pokémon por caramelos, pero cuando le formulo la petición al hombre, este responde negando con la cabeza. Resignado, compro una caja de huevos y le pregunto si son de los que se crían con 5 o con 10 km. El tipo se limita a suspirar sonoramente. Le compro los huevos de todas formas.

Ya estoy preparado para controlar un Gimnasio. Es el momento de reclamar lo que me pertenece por derecho. Inspiro profundamente y entro.

Atravieso las pistas de bádminton como una bala y voy directo al núcleo de los cachas, donde están todos los alfa. Una vez allí, en el anfiteatro en el que se decidirá mi destino, lanzo mi reto a voz en grito.

"¿Alguien para una pelea de Pokémon?", pregunto con un rugido. "Ya he entrenado suficiente y estoy preparado para tomar este Gimnasio". La gente no se atreve a mirarme a la cara del pánico que siente. Camino con decisión hasta el centro de la sala, donde estaban las Poképesas, mientras jugueteo con la Poké Ball en una mano. Noto que todos los pares de ojos presentes siguen cada uno de mis movimientos. Me ruegan piedad con la mirada, o incluso que me vaya de allí. Siento compasión por ellos y atiendo a sus ruegos, puesto que de todos modos no hay en la sala ningún entrenador digno de retarse conmigo. He ganado la batalla de la forma más limpia. ¡El gimnasio es mío!

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Estoy en lo más alto, soy un maestro de la creación. Todavía no doy crédito a mis logros. Desde hoy…

Pero, ¿qué cojones…? Todo se ha ido al garete. "¿Eres real?", me pregunta una mujer, y debo reprimir las ganas de preguntarle lo mismo a ella. En un instante he perdido mis Pokémon, el control del Gimnasio y todo aquello que tanto me ha costado conseguir. ¡Qué gran injusticia! Pokémon Go, no molas nada.

Al menos sigo conservando los huevos. Ya debo de haber recorrido 5 km.

Todo ha sido inútil. ¿En qué estaba pensando? La mujer que se me acercó en la calle tenía razón: ¿soy real? ¡Por supuesto que no! ¡Mírame! Abandonado por mis propios Pokémon y sin propósito en la vida. He querido saltarme la cola con Pokémon Go, pero me he pasado de listo. He querido llegar a lo más alto y ser un maestro Pokémon, pero no soy más que un chaval con una gorra chula. Pero entonces… entonces alzo la vista.

¡Pues claro! El zoológico infantil de Battersea Park! Cruzo sus sagradas puertas a toda prisa y entré en un verdadero oasis. No puedo creer lo que ven mis ojos. ¡Es el Valhalla de los Pokémon! Voy de jaula en jaula, tarareando el tema principal de Pokémon.

¡Psyduck!

¡Growlithe!

¡MEGAMULA!

¡Estaba en lo cierto! Están todos aquí; todos los Pokémon del mundo y yo soy el único ser humano a la vista. En cuestión de horas me convierto en el mayor maestro de la historia. Ah, dulce victoria, voy a saborearte por toda la eternidad.

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En ese momento de plena euforia aparece un entrenador del zoo. Solo puede venir a felicitarme o a quejarse por el escándalo que estoy armando. Cada paso que da en mi dirección se vuelve más cauto. Lleva el móvil en la mano y, con una sonrisa en la cara, me señala. Eso solo puede querer decir una cosa: que después de todo no soy un entrenador de Pokémon, sino un Pokémon mismo.

"Pensabas que podrías salirte con la tuya, ¿eh, Oobah? Pero la única verdad es que si no posees la aplicación, la aplicación te posee a ti".

"No, señor, por favor…".

"Sí, Oobah. Ya has estado tiempo suficiente haciendo de Pokécazador cuando realmente eres una Poképresa. Como el resto del mundo. Y te voy a decir algo de las Poképresas, Oobah: tengo que hacerme con todos".

"¡Esa frase es mía!".

"Oobah salvaje, tus PC son muy bajos y te voy a mandar al carajo!", gritó.

"¡No! ¡No! ¡Nooooooo!".

Sigue a Oobah en Twitter.

Traducción por Mario Abad.