
Recuperarse de algo así es muy difícil. Es como nadar en el océano. Una vez que pasas los cien metros, parece que ya nadaste 200, y entre más te alejas más difícil es regresar a la costa; terminas nadando por siempre y nunca llegas a ningún lugar. Es algo que no tiene fin, que sólo se expande y se expande. Me refiero por supuesto a las penalizaciones y a los intereses. Evidentemente tengo problemas pasados, pero es algo que se vuelve tan abrumador que llega un punto en el que dejas de nadar por completo. Estás sumergido, intentando respirar, intentando sobrevivir, con un popote que apenas se asoma a la superficie. Es la cosa menos natural y más frustrante por la que he tenido que atravesar: sofocado y preguntándome si sobreviviré otro día para pagar más deudas.Durante los últimos cinco, seis o siete años, he intentado… vivir. Me han desalojado de casas, he vivido en la cochera de amigos, y he botado de casa en casa. Poner dinero en mi cuenta se volvió algo aterrador, porque era muy probable que el gobierno me lo confiscaría de inmediato. La cosa escaló a tal grado que a mi hija Josie, su apellido es Canseco, la drenaron en una ocasión. Me dijo que luego se lo devolvieron, pero cualquier cosa relacionada con el apellido Canseco se volvió una pesadilla. En mi experiencia, los recaudadores de impuestos son una bola de pirañas. Me comieron vivo.El problema es muy sencillo: si tienes amigos y familiares, entre más dinero tienes más gastas en ellos. Digamos que gastas la mitad de tu dinero en ellos y el resto en ti y en pagar tu estilo de vida. A veces sucede que en medio de todo eso olvidas pagar tus impuestos. Y de la nada, las penalizaciones y los intereses se comienzan a acumular, y terminas parado sobre arena movediza de la que no puedes escapar.
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