Llega el verano y con él los festivales. Y, probablemente y salvando las bodas y las fiestas patronales de pueblos de menos de 10 000 habitantes, no hay eventos con una mayor asociación prácticamente intrínseca con el alcohol y las drogas que los festivales de música.
Dani (27 años), vocalista de Favx, lo sabe de buena tinta. Fue straight edge durante un tiempo en el que también militó en movimientos antifascistas, pero ni antes ni después de serlo ha tenido una relación estrecha con el alcohol. “Siempre he tenido una distancia con el alcohol y los estupefacientes, previamente a mi etapa straight edge y ahora, que bebo o me drogo en ocasiones muy concretas también. No entiendo el consumo de otra manera”, comenta.
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“En los festivales a los que he ido, ya fuera por trabajo o por mero disfrute, he consumido siempre de la misma manera: nada o para calmar la sed. Parece que están diseñados para transmitir un modelo de ocio concreto que es el de hacer botellón con música de fondo. Yo no comparto esa idea porque me gusta disfrutar de la música, e igual que no consumiría estupefacientes en, por ejemplo, el cine, porque me apetece poder disfrutar de la experiencia al 100%, tampoco lo haría en un concierto. Si consumes sustancias para ‘hacerte más ameno’ un concierto significa que realmente no querrías estar ahí. Y en ese caso mejor vete a otro sitio. No lo entiendo”, añade.
Yo hace tres meses dejé de beber y de drogarme. No fue algo meditado ni estudiado. No fue por cuestiones ideológicas ni de salud, ni porque tuviera un problema con el alcohol, o no más grande que el que tenéis prácticamente todos vosotros: cada vez que quedaba con mis colegas me echaba unas cañas, cuando salía con los del curro un jueves me echaba unas cañas, cuando tenía un cumpleaños o una cena me echaba unas cañas, cuando entrevistaba a alguien me echaba unas cañas, cuando tenía una cita me echaba unas cañas. Casi todas mis interacciones sociales pasaban de una u otra manera por el alcohol.
“Si consumes sustancias para ‘hacerte más ameno’ un concierto significa que realmente no querrías estar ahí. Y en ese caso mejor vete a otro sitio”
Pero una mañana, tras una resaca tampoco monumental pero sí molesta, me di cuenta de que la ecuación coste/beneficio de mojarme el labio me salía siempre a deber. Beber implica gastar —bastante— dinero, tener lagunas y resacas y decir o hacer de vez en cuando alguna gilipollez para nada grave pero sí con frecuencia ridícula, además de un estado de falsa locuacidad, alegría y jovialidad que ni quiero ni necesito y que me da bastante tedio cuando veo en otros seres humanos. No beber no implica necesariamente nada de lo anterior. Así que hablé con varias personas que no beben ni se drogan en festivales para saber qué es lo mejor y lo peor.
Lo peor: que los que bebéis y os drogáis dais mucho la turra
Desde que dejé de beber y de tomar drogas hace unos meses todo ha estado en orden. Todo ok salvo ocasionales comentarios de mierda de conocidos y no tan conocidos, como el camarero que un día me vaciló con que no me sacaba un refresco porque “todos los demás se están pidiendo cañas, cómo vas a ser menos”, o como la tía que me dio la chapa con que el alcohol era mucho mejor que cualquier zumo que no fuera natural porque tenían “mazo de azúcar” y que incluso si eran naturales se rompían las fibras de las frutas y no se qué hostias a las que no presté demasiada atención. O como cuando mis colegas me dijeron que “albergaban la esperanza” de que esa noche bebiera, como si fueran a encontrar la autorrealización o la felicidad en que yo me pillase una moña.
Para la peña que ha vivido uno o varios festivales sin beber ni drogarse, las turras de la peña que sí lo hace también son uno de las peores daños colaterales. Candela, que tiene 21 años y tuvo que ir a un festival sin beber el año pasado porque estaba tomando una medicación, dice que la reacción de sus amigos al enterarse de que iba a ir, y de que iba a ir sin beber, no fue del todo alentadora. “Su primera reacción fue decirme que vaya movida, que no iba a aguantar hasta las 6 de la mañana y que iba a tener que quedarme con ellos a regañadientes porque no iba a irme yo sola al camping. Acabé haciéndolo, porque las últimas noches ellos estaban a las cuatro de la mañana como si el cansancio no existiera y yo no”, comenta.
“Yo me he tenido que enfrentar a momentos con el alcohol que parecían más pruebas de masculinidad que otra cosa”
Porque a veces, como en el caso de ese “no te vas a ir sola al camping”, los comentarios y las actitudes que dice o adopta la peña que bebe y se droga con la que no tienen que ver con el género. “Con ser abstemio uno se enfrenta a problemas muy parecidos a los del veganismo: hay mucha cultura del macho alrededor del beber. No es casualidad que incluso esté mal visto según qué circunstancias para las mujeres ser bebedoras ocasionales, alcohólicas o drogadictas. Por eso yo me he tenido que enfrentar a momentos con el alcohol que parecían más pruebas de masculinidad que otra cosa, en los que tampoco es casualidad que los que me hayan interpelado cuando han visto que no tomaba parte de ello sean hombres”, comenta Dani.
En el otro lado, Victoria, que lleva yendo a festivales desde los 13 —tiene 27— y que solo ha bebido en uno de ellos, el Sonorama, dice que a veces hay tíos a los que parece que les jode que una tía no beba de fiesta. “Pasa sobre todo cuando te quieren invitar a una copa y dices que no, que no bebes. Eso da lugar a una situación extraña en la que el tío o no te cree o te dice que no te ralles, que te va a invitar él, y te ves en la tesitura de tener que convencerle de que por extraño que pueda parecer no te mola el alcohol”. “Supongo que es normal”, dice Juan, de 28 años, que decidió dejar de beber hace seis meses para rendir más en el deporte y porque hace tiempo que venía planteándoselo. “A la gente le extraña porque es una excepción, porque casi cualquier interacción social pasa por las drogas de alguna manera, ya sea el tabaco, el alcohol u otras sustancias. Y si se trata de un festival, normalmente prima más la socialización que la música”.
Otro de los daños colaterales de no beber a los que hacen referencia es darse cuenta de lo absurdo que es con frecuencia el comportamiento y las situaciones a las que da lugar la peña ebria es otro de los daños colaterales de no beber en festivales.
“Cuando vas sobrio y estás rodeado de gente que no lo va te das un poco cuenta de las tonterías que se hacen por el estado de embriaguez, y de pensar ‘joder, qué gracioso esto’ pasas a ver que en realidad es un imbécil y que está actuando como tal volcando un baño portátil. Pero tampoco suelo fijarme mucho en la gente que no conozco cuando salgo o voy a un festival, y con mis amigos, vayan ciegos o no, me gusta estar”, señala Juan.
“Estar con gente borracha o drogada puede ser un poco tedioso, sobre todo si les da un pedo amistoso o no dejan de hablar de lo que se han metido. Pero yo siempre lo he visto más como que si no me renta el plan por ir sobria igual no me renta el plan y punto”, dice Alba, de 26, que estuvo varios años en tratamiento farmacológico y dejó de beber pero siguió yendo a festivales como el Viñatek o a raves.
“Las fiestas en honor a vírgenes y santos acaban en borracheras, ¿cómo va a ser diferente un festival?”
En la parte buena, la de no ser quien pierde el abono, ni las llaves ni el móvil ni la cartera y tiene que ir a la caseta de objetos perdidos del festival sin poder apenas articular palabra está la de encontrar las cosas de los demás. Macarena, de 23 años, bebe solo en ocasiones puntuales y en uno de los últimos festivales a los que fue se encontró un paquete de tabaco que resultó tener dentro una gran piedra de hachís.
“Esa vez fue rara porque todo el mundo iba puestísimo a mi alrededor, era un festival de música electrónica, pero en general no suele importarme no beber. Supongo que si me molestara que la gente a mi alrededor fuera ciega lo pasaría fatal, porque forma parte de la cultura española. Las fiestas en honor a vírgenes y santos acaban en borracheras, ¿cómo va a ser diferente un festival?”, reflexiona.
Lo mejor: el día de después
“A veces es raro porque sientes que hay gente a tu alrededor que va puestísima y se lo está pasando mejor que tú. Está más exaltada, viviéndolo todo muy intensamente. Pero a mí me gusta la música y no me perdonaría a mí misma perderme un concierto de alguien que me gusta o no recordarlo al día siguiente porque iba hasta arriba”, dice Victoria. Porque esa es otra: ¿hasta qué punto, si realmente lo que nos mola de los festivales son sus carteles, es entendible que nos expongamos a no fabricar recuerdos de los conciertos?
“En el Arenal del año pasado un amigo, al que más le molaba Bad Bunny de todos nosotros estaba tan excitado con ir a verlo que se bebió siete copas en menos de una hora. Cuando íbamos al concierto, andando hasta el escenario, se nos cayó al suelo. Lo tuvimos que llevar a la Cruz Roja arrastrándolo entre seis”, cuenta Candela. Acordarse de los conciertos y ser una persona y no un despojo humano es una de las mejores cosas de no ingerir estupefacientes de ningún tipo durante un festival. En eso están de acuerdo tanto los que no beben ocasionalmente como los que no beben nunca.
“Es una pena darnos cuenta de que volcar un baño portátil no es tan gracioso y ver que a partir de las 3 de la mañana no hay nadie al volante en las cabezas de nuestros colegas”
Es una pena no poder reconstruir entre risas las lagunas de la noche anterior, porque no las tenemos. Es una pena tener que ser el que guía al grupo, el que lleva el papel con los escenarios a los que hay que ir y no lo pierde o el que dice “el concierto de X sí lo vimos lo que pasa que no te acuerdas”. Es una pena desesperarnos porque va a empezar el concierto que queremos ver y nuestros acompañantes están haciendo la cola de la barra o la del baño para pintarse unas.
Es una pena darnos cuenta de que volcar un baño portátil no es taaaaaaaan gracioso y ver que a partir de las 3 de la mañana no hay nadie al volante en las cabezas de nuestros colegas y es una pena tener que estar respondiendo constantemente preguntas como “¿Pero no bebes nada en serio?” o “¿Y cómo aguantas?”. Pero la satisfacción de despertar sin dolores de cabeza ni molestias en el estómago, acordándonos de los conciertos de la noche anterior y contarle a algún colega que se lió con alguien y que no sepa, que nunca vaya a saber si es verdad o mentira, eso no nos lo quita nadie. Como a vosotros vuestras resacas.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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