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Ahora bien, la picaresca no es patrimonio ruso, y el atractivo de los pedruscos espaciales (“Hay mucha gente detrás de los meteoritos; unas veces por interés, otras por codicia y otras porque los consideran objetos mágicos”) ha provocado que proliferen los engaños, los fraudes y las falsificaciones. Al propio José Vicente, en más de una ocasión, se le ha acercado gente ofreciéndole fragmentos de supuestos meteoritos que él, a simple vista, ha detectado que eran rocas vulgares cogidas en cualquier sitio. José resta importancia a estos intentos de dar gato por liebre y los achaca a la necesidad o a la ignorancia; más grave encuentra el monumental cambiazo realizado en el Observatorio de Lima, en Perú, donde se exhibía una voluminosa pieza procedente del meteorito de Tambo Quemado que se reveló como una reproducción, y además de las burdas. “Aquello fue una vergüenza. Yo estuve allí buscando piezas y logré coger alguna pequeña esquirla. El fragmento grande, de unos 140 kilos, estaba expuesto en Lima, pero entonces una empresa de Nueva York lo puso a la venta en Internet. Eso no podía ser; no podía estar en dos sitios al mismo tiempo, y de la pieza central no se cortó nada. Descubrimos que lo que estaban exponiendo era una reproducción. El meteorito original se había vendido a escondidas a una empresa americana y, para que nadie lo echase en falta, sustituido por una réplica en cobre. ¡Incluso se podía ver el cordón de soldadura en la parte de atrás! Vergonzoso.”
A José le subleva que “haya más gente que se dedique a comprar y a vender que a buscar”, aunque admite que buena parte de los meteoritos de su colección particular, y la suya es una de las más grandes de Europa (el 5% de ella en su casa, incluyendo uno gigante de 600 kilos que es el meteorito más grande de España; el resto, repartido en distintos museos), los obtuvo comprándoselos directamente a los tuaregs. “Ya sabes que existen las verdades, las medias verdades, las mentiras y lo que se publica en Internet, y yo en Internet he leído cosas de lo más descabelladas. Como que los meteoritos servían para financiar guerrillas”, dice José. “Lo que sí es cierto es que hoy en día los beduinos tienen Internet, se han convertido en expertos y saben a cuánto se vende lo que encuentran en el desierto. En algunos pueblos, lo que sacan mancomunadamente de recoger meteoritos lo emplean en hacer mejoras sociales. En M’Hamid, al sur de Marruecos, compraron una ambulancia. Y en otros lugares ha servido para realizar obras de saneamiento”. En casos como estos, puede decirse casi literalmente que los meteoritos han sido un regalo del cielo, ¿no? “Una vez, en el Sahara, un beduino me dijo que no entendía cómo podíamos gastar tanto dinero en ir al cielo si el cielo nos regalaba rocas para estudiarlo.”
En general, los problemas a los que se enfrentan los cazadores de meteoritos están en las antípodas de las sombras de la imaginación producidas por… sí, el Efecto Hollywood: “En cierta ocasión, unos periodistas querían que les contara cómo teníamos que pelearnos con traficantes, con los de Al Qaeda… Y no es así. No, porque se evita. A los que buscamos nos encantaría ir a Argelia, pero no vamos precisamente porque Al Qaeda está allí. Y luego hay otra cosa, que en el desierto vamos a zonas totalmente deshabitadas, lejos de las líneas de comunicación, a zonas a las que ni siquiera Al Qaeda va porque, aunque suene a broma pesada, allí no hay nadie al que secuestrar. Así que no es tan peligroso.” Tampoco los meteoritos, en sí, entrañan ningún peligro: “En realidad son las rocas menos radioactivas que conocemos. Los meteoritos llevan millones de años desgastando su radioactividad latente. Cualquier roca granítica terrestre, como las de la zona de Montserrat en Catalunya o el Valle de los Caídos en Madrid, contienen más radioactividad. También me hablan a veces de microorganismos, pero de haberlos serían auténticos supervivientes. Al entrar en la atmósfera, la parte externa del meteorito puede llegar a seis, siete, ocho mil grados de temperatura. Ningún organismo puede sobrevivir a semejante calor. Como argumento de película es bonito, pero no resiste ningún análisis científico.
Haciendo el ganso con otro cazador de meteoritos, Robert Haag. Puerto Lápice (España), 2007.
No, señores. Los auténticos problemas a los que se enfrentan José y los demás cazadores son bastante más prosaicos, de esa clase que produce indignación a un científico y cabreo a cualquier ciudadano de a pie: las trabas burocráticas, el desinterés de los estamentos políticos y las normativas caóticas. En Estados Unidos, por ejemplo, quien encuentra un meteorito pasa a ser su legítimo propietario, mientras que en Argentina, por mencionar otro ejemplo, se decretó en 2007 que los meteoritos eran bienes culturales y, por tanto, no podían salir de su territorio sin un permiso expreso. “Esa es toda una historia”, dice José. “No tengo ningún problema en decir lo que pienso aunque me acarree luego algún problema. Países como Suecia o Dinamarca facilitan recoger meteoritos, y si alguno es interesante para la ciencia se lo queda alguna institución. En Dinamarca, hace poco, hicieron un llamamiento a la población para que ayudara a buscar fragmentos de un meteorito que había caído. Recogieron cientos de ejemplares. La mayor parte se devolvió a la gente que los había encontrado, y unos cuantos se los quedaron las instituciones científicas para su análisis y exposición. Argentina, sin embargo, prohíbe estas cosas. Hace dos años cayó un meteorito y todos los fragmentos aparecieron, por arte de magia, en Uruguay. Especularon con ellos. También en otros países está prohibido sacarlos del país, pero es la propia policía la que te los vende, aprovechándose de esa normativa para ganarse algo. Es así de triste. No importa la ciencia sino sobrevivir y sacarse un dinero cada día.”
Y, como no podía ser de otra manera, en España, este país en el que tragedia y comedia se funden en sola cosa, todo es incluso más complicado. O, como José Vicente dice, un chiste. “En lo que se refiere a los meteoritos, España no es un estado sino 17. Cada comunidad autónoma es propietaria de su patrimonio; ahora bien, depende de cada comunidad decidir si un meteorito constituye patrimonio o no.” También lo es resolver si una piedrecita hallada en pleno campo es un meteorito o una piedra ennegrecida en una hoguera del paleolítico. “Para eso tendríamos que tener expertos en las 17 comunidades autónomas y que fueran ellos a examinar el hallazgo, pues de excavar cualquier otra persona se le consideraría furtivo. Pero es que hace seis años cayó un meteorito en Palencia y todavía estamos esperando que la Comunidad haga los primeros estudios para su búsqueda e investigación. ¿A qué están esperando? Estoy convencido de que, en España, todo meteorito que caiga se va a perder.” Para José, como investigador y apasionado de esos pétreos regalos caídos del cielo, la situación es sangrante. “He dado muestras fehacientes de que mi interés no es económico, sino científico. Instituciones políticas como las de Castilla y León nos tratan más o menos como a locos, como chalados. Nos preguntan cosas como, ‘¿Pero por qué andáis cogiendo eso? Si es que hay gente para todo…’.” Y así nos va.
FOTOGRAFÍAS CORTESÍA DE JOSÉ VICENTE CASADO
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