Artículo publicado por VICE Colombia.
“Lo romántico es político,
Ningún amor es ilegal,
Otras formas de querer son posibles”
Videos by VICE
– Coral Herrera.
La escritora feminista Coral Herrera no se equivocó al decir que otras formas de querer son posibles. Pero a esta la frase le añadiría algo más: otras formas de ser también son posibles.
Esta semana, la celebración por la diversidad de la comunidad LGBTIQ ha estado presente en las principales ciudades del país. ¿Pero qué pasa cuando esa diversidad, esa disidencia y esa rebeldía no quiere ni por un segundo ser encasillada? Hablamos entonces con personas que no se identifican ni como hombres ni como mujeres, y que tampoco consideran que necesariamente estén transitando hacia alguna de estas dos direcciones. A través de estas conversaciones descubrimos que la relación con el cuerpo y la estética, la identidad de género y las distintas formas de amar son manifestaciones políticas que buscan transformar la sociedad desde la base. También vimos de cerca que aunque hemos avanzado en nuestras agendas públicas en cuanto a la diversidad de género, la realidad a veces nos confronta con microviolencias que se viven en lo cotidiano.
Historias en Medellín, Bogotá, Cartagena y Cali, muchas de las cuales están en clave de buscar reconocimiento e igualdad de derechos. Todas compartiendo lo obvio: la celebración del amplio abanico de posibilidades que tenemos al alcance para ser quién queremos ser.
Analú Laferal, 26 — Medellín
“La identificación de mi propio género depende de muchas cosas. En esta etapa de mi vida me identifico como una persona no conforme con el género y siento que está bien. Por asuntos propios de movilizaciones y demás, el lugar donde menos ‘incomode’ me siento es en lo trans, pero en lo trans a secas.
He encontrado prudente el pronombre ‘elle’ para que se refieran a mí misme. Yo sé que no está autorizado por la lengua castellana, pero creo que es una nueva posibilidad. En ese sentido, una persona no sería llamada ni linda ni lindo, sino linde. Sin embargo, no suelo ofenderme con el pronombre que usen conmigo. Antes prefería el femenino, pero últimamente he puesto énfasis en la “e” porque es un espacio de creación súper potente.
No siento la necesidad de que el Estado me reconozca. No me he preocupado por el cambio del componente de género en mi cédula. Es una burla. Eso fue lo que me pusieron cuando nací y no tengo problema. La cédula está mal planteada porque dice ‘sexo: masculino’ y ni siquiera hace la diferencia entre sexo y género. En mi cédula sale el nombre que me pusieron mis papás: Luis Gabriel y tampoco tengo raye con decirlo. Hay muchas compañeras y compañeres que sí tienen problema con eso, totalmente respetable, pero yo no tengo lío. El uso que le doy es más pragmático; para papeles y eso. Tengo un pacto conmigo y es dejar los papeles como están.
De Bogotá no puedo hablar mucho sobre cómo es vivir sin definir mi género, porque me vine muy chiquito a vivir a Medellín. Fue en esta ciudad donde surgieron mis preguntas por el tránsito y el género. Siento que todo este debate sobre los géneros no binarios y fluidos se han posicionado recientemente en las agendas públicas, por eso es algo que la gente no se toma muy en serio. Cuando hablamos sobre este tema, pesa el fantasma de la gente bisexual. Esta sociedad opera bajo unas lógicas corporales, y cuando tu cuerpo de repente no encaja según la norma, todos los privilegios que tenías antes, si es que tenías, disminuyen.
Desde jovencite, he militado en muchos movimientos y organizaciones. Para mí la militancia es procurar cambiar las cosas y generar un cuestionamiento en otra persona, sobre sí misme. Trabajo en las políticas públicas de la Alcaldía de Medellin y en colegios e instituciones educativas para hacer pedagogía sobre discriminación de género. También me he dedicado a través de prácticas artísticas como el posporno, a hacer reflexiones sobre el heteropatriarcado. En la universidad una vez hice un video masturbándome con una zanahoria como si fuera un dildo, simulando penetraciones anales. Lo hice para generar una discusión sobre el antiespecismo y el feminismo. Estas formas sexuales audiovisuales son una herramienta para explorar estas reflexiones. A pesar de que nunca creí que fuera arte, porque el arte era un espacio elitista a veces, fui entendiendo que el mundo del arte es un encuentro y un lugar de conversación”.
Si quieres conocer el trabajo artístico de Analú Laferel, ingrese a Euneka, su portal posporno sobre trans_veganismo_sexual .
Lady Texas, 27 — Bogotá
“Me considero una persona gay, pero pero fluyo en muchos lugares. Por mi aspecto fisico tengo la posibilidad de inmiscuirme un poco en la androginia y verme ambigua en muchas ocasiones. No tengo una postura transgénero, pero trato de jugar mucho con esa ambigüedad que mi cuerpo me ofrece. En algunas ocasiones trato de exaltarlo más hacia lo femenino y aún así, siendo chico, tiendo a verme muy femenino sin tener una indumentaria. Quizás sí entraría un poco en esa dualidad de género. Pero si hablamos desde un aspecto sexual, pues soy un chico que tiene relaciones con chicos. Ya desde el género estaría en muchos lugares; en el ámbito de lo femenino y lo masculino, estaría en lo ambiguo.
Habitar de esta manera una ciudad como Bogotá es cómodo. En Bogotá es mucho más abierto. Diría que la ciudad está entrado en una etapa en que la gente ve estas ambigüedades como una manifestación política y estética. Bogotá se ha convertido en un epicentro para las manifestaciones queer en cuanto a la moda y la política. Aún así sigue habiendo mucha discriminación. Pero si hablamos de Ibagué, que es donde nací y crecí hasta los 14 años, lo no binario es prácticamente nulo. O eres gay hombre y no se nota o eres un maricón o travesti. Es muy complicado y creo que en Colombia entender esa no-dualidad es bien difícil. Entrar y salir de esas clasificaciones, que la gente tiene en la cabeza genera confusión.
Lo digo porque muchas personas, sin ser malintencionadas me dicen como: ‘me encanta tu transición’. Y yo respondo que cuál transición, yo no estoy transitando a ningún lado. Juego con las posibilidades que mi cuerpo me ofrece: poderme ver femenino un día, y al otro, alguien “muy normal”. No me gusta que me digan que soy cisgénero o pansexual o lo que sea. Yo sé que esas clasificaciones dan una voz, pero generan la necesidad de clasificarse. Me parece mejor poder tener la libertad de sentirse muchas cosas al mismo tiempo.
Desde que salí de Ibague aún tenía el miedo y la duda de qué era lo que me gustaba. Pero desde pequeño sabía que tenía una inclinación hacia los chicos y hacia travestirme. Me vestía con las cosas de mi hermana y me maquillaba, pero lo primero que me decían era como: “¿usted qué hace?”, “tiene pipí”, “tiene que comportarse como un hombre”. Empecé a ir al psiquiatra por una decisión familiar y le decía a mi mamá que me gustaban las niñas para dejar de ir allá. Después llegué a Bogotá y vi la posibilidad de ser yo mismo, pero en el colegio me hacíann bullying. En la universidad todo se expandió más y me di cuenta que tenía un abanico de posibilidades de ser lo que quería ser. El hecho de salir del closet fue muy duro. Mi mamá tuvo que aceptar que había perdido mucha plata en el psicólogo y ahora lo acepta a medias.
Lo digo porque muchas personas, sin ser malintencionadas me dicen como:“me encanta tu transición”. Y yo respondo que cuál transición, yo no estoy transitando a ningún lado.
Ahora me dedico a ser “mamá” en el grupo de Las Tupamaras. En la cultura ballroom de los 70 u 80, la mamá era una especie de madrina que protegía a un grupo (no necesariamente de baile) que estaba marginado: personas con VIH, latinos, negros, etc. Los grupos vivían en una casa y asignaban una mamá. Por eso, es que Cobra Tamara— mi novio— y yo iniciamos nuestra casa, acá en Bogotá. Nunca con una intención de apadrinar a nadie, sino de investigar sobre género y música. Nos encanta hablar del mariconeo y borrar la idea de que ser un maricón es sinónimo de algo ofensivo”.
Honey Vergony, 27 — Bogotá
“Vivir en Bogotá sin definir necesariamente mi género es curioso. Es estar expuesto constantemente. La gente es muy tibia. No es que hagan algo, pero tú los ves y se quedan con muchas ganas de decir o hacer algo, pero a veces no lo hacen. Por ejemplo, estás en el bus y la gente te mira fijamente, te analiza, se ríe o hace un comentario interno. Entonces el lenguaje corporal dice mucho: están incómodos o se sienten curiosos. Los que tienen personalidades más fuertes se atreven a decirte algo. No cosas malas, sino en serio te quieren conocer. La verdad no me he sentido atacado en la ciudad. Lo que siento es que la gente tiene curiosidad.
Yo reacciono de acuerdo a lo que me ofrezca la otra persona. Me visto para que me vean; soy una mezcla entre dos mundos. Soy un rapero o skater, pero con las uñas y los labios pintados. Juego mucho con la estética. Por eso mismo la gente se queda sin armas, porque como no entiende, eso causa un choque. Si alguien quiere realmente saber y entender algo de mí, me puede preguntar, pero si me mira con odio, yo no voy a responder de la mejor manera. Nunca sería violento, a menos de que me violentaran, pero si alguien me mira mal, lo voy a mirar fijamente, le voy a sonreír irónicamente o como soy actor, le voy a hacer un juego de gestos o de miradas.
Siento que nunca he tenido los privilegios de tener un cuerpo de hombre heteroformado o de “machito”. Siempre me he expresado como he querido. No me siento ni hombre ni mujer. Tengo este cuerpo, esta carne que está habitado por un espíritu o una energía y este cuerpo responde a unas necesidades. Así lo he hecho toda mi vida. Siempre he sido el marginado y hasta en los lugares que creo que encajo más, realmente no encajo del todo. Cuando era niño lloré mucho porque sentí que no tenía nadie a mi lado, mi aspecto era muy femenino, era delgado y tenía el pelo largo. Una vez me corté el pelo y llegué a mi casa llorando porque en la calle me dijeron como: ‘¿qué es eso? ¿un niño o una niña?’. Me sentí mal por esa maricada, pero después hice la reflexión y dije: ¿por qué lo hice si yo soy así?.
Si tú eres diferente en donde sea, siempre vas a ser señalado. Pero uno crece y el mundo se vuelve más ‘vale huevo’. Uno solo quiere que la gente sea tratada por igual. Bueno listo, yo soy gay y soy una reina, pero soy igual a todo el mundo y lo único que quiero es respeto. No busco que me toleren, porque ‘tolerar’ es como ‘me toca tolerar esto así no me guste’, prefiero que se vayan y no actúen de formas violentas hacia mí simplemente por ser quién soy”.
Daniel Aro – Bogotá
“Personalmente no me defino o identifico con una categoría de género. Siento que se trata más de una estrategia política. Es un juego por reclamar en algunos espacios algo particular, ya sea frente al Estado o frente a un espacio que solamente está dominado por hombres, por ejemplo. Hay diferentes posturas para hablar de las personas que no nos identificamos con un género en particular. Depende mucho de los discursos que uno va pensando. No es algo estático, sino una evolución. Y esa evolución llega a ser estratégica. Pongo el ejemplo del baño: esa obligatoriedad de definir el género en el baño es innecesaria, tu vas a orinar y ya. Pero lo que pasa es que la sociedad está acostumbrada a pensarse en términos de lo binario y no en las diversas posibilidades que hay de ser. Por eso mi diario vivir es un asunto político: yo me maquillo, tengo barba, el cabello largo y mariqueo al mismo tiempo. Es un asunto de encontrar una tranquilidad, más que de forzar un tránsito.
Yo creo que, particularmente en Bogotá, ser no binario depende de dos cosas: una, el área en la que estás; dos, los sesgos particulares que existan. Yo trabajaba en Salitre, y para unas personas podía parecer exótico, pero no raro. Es decir, era una posibilidad. Pero en el sur, hay otros juegos sobre eso y una necesidad evidente de entender lo que está sucediendo. Generalmente las señoras mayores son las que me preguntan que porqué soy así: con barba y cabello largo, por ejemplo. Yo creo que simplemente soy yo y no tiene ninguna implicación. Siento que la violencia sale a flote con representaciones de la sexualidad, no tanto del género. Me ha pasado dos veces que estoy en la estación de Transmilenio de Ricaurte y voy cogido de la mano con mi novio y la gente me grita: ‘¡locota!’. No les gusta que sea público o visible. También por ejemplo hay espacios donde me han dicho que porque soy así si hay niños cerca.
Mi actitud es una mezcla entre apertura, valor y un importaculisimo sobre lo que piense el otro, obviamente tejiendo redes de afecto con los demás. Siento que si debo enunciarme como marica, lo hago. La identidad es algo político y no todos nos sentimos cómodos en el tránsito. En la cotidianidad hay un activismo que permite hablar y debatir. Por ejemplo, yo trabajo en una organización que se llama ‘Libros del armario‘ y hacemos un ciclo ‘cuir’ literario con ‘c’, pensándonos en nuestras diversas posibilidades desde la interseccionalidad: lo latinoamericano, la raza, la clase, posición política, privilegios, etc. Porque es muy diferente por ejemplo, la violencia que puede vivir una persona que se identifique como trans y además sea negra en el Chocó, con la que pueda vivir una persona trans, negra, en Bogotá”.
Camilo Rojas Tello, 24 años — Bogotá
“Vengo de un hogar feminista. Me criaron dos mujeres; una antropóloga y una filósofa. He pensado y cuestionado mucho estas cosas del género desde pequeño. Creo que la masculinidad y feminidad no son nada naturales, son acordes a las pautas de crianza que hemos tenido. He explorado mucho esas cuestiones en mí y aunque vivo ‘normalmente’ como un hombre, no me interesa encarnar la masculinidad hegemónica. En una época me reconocí bisexual, pero ya no siento mayor feeling con los hombres. Me estoy pensando de otras formas. Heterosexual tampoco es una categoría en la que entre.
De pronto porrosexual, sería una cosa mas bacana.
Siento que utilizo el género de una manera muy estratégica. Aunque me siento muy bien siendo hombre — que es donde me paro, pensado en términos de estética— siento que sería lo mismo si me dijeran mujer. Esas construcciones son tan ficticias que si llegaramos a cambiar ese significado, no tendríamos tanta necesidad de reafirmarnos tanto en lo uno como lo otro.
La manera más importante de hacer activismo en Bogotá es cuestionándose. Por ejemplo, en las relaciones que he tenido, he intentado romper ciertas normas que están dadas por hecho. O el hecho de ser afectuoso con hombres heterosexuales, no tener límites reales para expresar el afecto, y nunca llegar a ser “caballeroso”, sino amables tanto con hombres como con mujeres o lo que sea, hace la diferencia. Podemos rompernos y dejar salir lo que toque, ¡carajo!
Otra manera con la que hago activismo es con la música. Escribo y hago reggaeton y mi propuesta claramente no es machista. Es cuir, en la medida que rompe las etiquetas, burlándose de esos modelos que desde el reggaeton hablan de la masculinidad y feminidad.
En un país como este, uno siempre está en peligro cuando piensa y siente de formas distintas. Lo bueno es que estamos en momentos en los que la tecnología, los medios de comunicación y los derechos humanos son formas de protegernos. El arte es un medio de cuidarnos y dar un mensaje de reivindicación”.
Lila Fucsia, 26 años — Arauca
Soy originario de Arauca y actualmente vivo entre Bogotá y Cali. Soy psicólogo de la Universidad Nacional y llevo muchos años apoyando procesos de la comunidad LGBTI. En lo últimos dos años me he dedicado más a procesos de temas trans, travestismo y drag porque es lo que más me gusta. Desde que tengo memoria nunca me he identificado con los hombres y tampoco me interesa transitar y ocupar un lugar siendo mujer. No me llama la atención. Por eso simplemente no tengo género y soy muy público respecto a mi opinión frente al tema.
Todas las personas que me conocen saben que trabajo en estos temas, que me encanta travestirme y que no me identifico ni como hombre ni como mujer. En mi cotidianidad, como no me trasvisto, mi apariencia no demuestre tanto el hecho de ser no binario. Por eso muchas personas cuestionan la lógica de mi identidad de género y están esperando que me transvista siempre. Pero intento pasar desapercibido y que las cosas sean más invisibles, siempre y cuando yo lo desee de esa manera. En mi trabajo por ejemplo, yo no me trasvisto porque quiero estar tranquilo. Pero hago drag. Ahorita por ejemplo estoy haciendo vestidos y armando pelucas en mi tiempo libre; en mi casa, con mi pareja.
Siempre he creído que para ser no binario hay que tener ciertos privilegios y cumplir con unas condiciones sociales mínimas. Por ejemplo en Arauca, las personas LGBT se tienen que enfrentar a múltiples formas de violencia. ¿La razón? Todos los actores armados están en la zona, por eso no es posible que una persona exprese abiertamente su orientación sexual o identidad de género: se convierten en un blanco de violencia.
Por otro lado, siento que Cali es una ciudad muy gay friendly, pero por el momento no he visto nada queer en la ciudad. He visto que es friendly con los gays y las lesbianas, pero con temas no binarios es más cerrado. Por ejemplo, las luchas trans en Cali se están fortaleciendo, pero, en las convocatorias de la marcha de personas trans o travestis, quienes pueden organizarlas tienen que estar planteados desde un binarismo. Ahí es donde yo digo “yo no pertenezco acá”. Por eso en esta ciudad he sido más bien distante en el activismo.
¿Por qué tengo que transformar mi cuerpo para encajar en el imaginario que tienen las personas sobre lo no binario?, ¿ tengo que encarnar ciertas corporalidades para validar mi identidad de género o cambiar no solo mi identidad de género, sino también mi cuerpo?
Creo que las personas no binarias no pueden habitar la calle, salvo en las capitales. En Bogotá es más fácil. En Cali nunca he visto una persona no binaria o que tenga una performancia no binaria en público. Pero de que las hay, las hay. Lo que pasa es que no son visibles. Y en Arauca no es posible ni lo uno ni lo otro: ni nombrarse como no binario, ni expresarlo a través de la vestimenta o la performancia.
Si nos agreden en la calle por travestirnos, ¿quien va a estar a nuestro lado para defendernos?