#NoMeLoEscondo: mi vida como mujer trans usando bikini

Un atardecer en la playa o broncearse al lado de una piscina o un paseo de olla pueden ser momentos de descanso y ocio para la mayoría de las personas, pero para algunas personas trans esto puede ser sinónimo de mucha ansiedad. Todos estos planes implican ponerse un vestido de baño y mostrar el cuerpo. Para empezar, es muy difícil ponerse un vestido de baño porque uno no sabe a que vestidor ir: ¿al de mujeres o al de hombres? En ninguno de los dos eres bienvenida y no conozco lugares turísticos en Colombia con lockers o baños de género neutrales. Pero ahí no termina la aventura. Las personas trans nos mantenemos con miedo y ansiedad de lucir vestidos de baño en lugares públicos. Estamos a toda hora escondiéndonos algo. Por ejemplo, algunos hombres trans temen quitarse las camisetas porque se sienten inseguros de mostrar los senos. Inclusive, aquellos que han decidido quitárselos, pueden no sentirse cómodos de mostrar las cicatrices. La mayoría que conozco optan por vendarse su pecho y se dejan la camiseta puesta.

El primer bikini que compré lo pedí por internet cuando vivía en Estados Unidos a un sitio web que se dedicaba a hacer ropa interior y bikinis para mujeres trans. El bikini era negro con bolitas de colores. La parte de adelante del calzón era de un material duro que hacía que la parte delantera se viera más plana. Además, tenía una faldita que cubría el pene. Mientras llegaba el bikini por correo, googleaba artículos, hablaba y chateaba con otras personas trans sobre la inseguridad y el miedo que me generaba ponerme por primera vez un bikini. Una amiga trans me dijo que ella no se escondía su pene (ni siquiera para ponerse un vestido de baño), que ella estaba orgullosa de ser trans y que no tenía por qué esconderse nada. Otra amiga me decía que para ella era un asunto de seguridad, que la transfobia se podía presentar en insultos, violencia física o la muerte, y que en las vacaciones ella no quería temer por su vida. Otras mujeres trans que deseaban hacerse una cirugía de afirmación sexual, me decían que se escondían su pene porque no les gustaba cómo se veían.

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Finalmente llegó el bikini y me lo medí varias veces en el espejo antes de empacarlo. Me sentía muy insegura de lo que veía en el espejo y el pene no era mi única preocupación: tenía una espalda gruesa, un abdomen medio peludo, hombros grandes, mandíbula brusca, cintura recta, panza flácida y rellenita y una mini manzana de Adán. En el avión de ida, no dejaba de pensar que lo que veía en el espejo era un monstruo, ¡de que me veía como un hombre en bikini! En pocas horas acabé con mis uñas y pedí varios vinos a la azafata. La ansiedad y el miedo de estar en público en bikini eran totalmente abrumadores: ¿qué iban a pensar? ¿Me iban a chiflar? ¿Me iban a insultar o a ridiculizarme? ¿Alguien podría agredirme físicamente? ¿Me iban a echar del hotel? Pero además del susto, había algo terriblemente doloroso que no podía cambiar: me sentía fea.

Pensé que la mejor forma para perderle el miedo al bikini, era poniéndomelo, enfrentando así la situación. Me fumé un porro, me emborraché un poquito, me puse gafas oscuras y me fui a la playa. La faldita me cubría el pene y pasé desapercibida, excepto cuando hablaba. Mi voz gruesa hacía que las miradas cambiaran de desapercibidas a confundidas, asqueadas, curiosas y hasta excitadas. Esto hacía que intentara no hablar tanto o que modulara la voz para que sonara más suave, y así ser lo más invisible posible.

Cuando volví de vacaciones sentía rabia por tener que esconder una parte del cuerpo para que el resto del mundo estuviera más cómodo. Yo tenía que perder mi voz y esconder mi pene para evitarle al mundo la molestia de mi existencia. Cuando las personas trans nos vemos obligadas a esconder nuestro cuerpo sentimos que debemos odiarlo, que es feo, que nadie debería verlo porque es vergonzoso: que hay que maquillarlo, operarlo, disimularlo, disfrazarlo o borrarlo. No dejaba de pensar en mis amigas del barrio Santafé en Bogotá, que no escondían su pene. Durante mucho tiempo me pareció vulgar, pero ahora me parecía valiente y digno. Parecer trans no tenía por qué ser algo malo, indeseable o desagradable.

Cuando las personas trans construimos nuestra identidad, muchas veces el miedo y las inseguridades hablan más duro que nuestra opinión sobre cómo deseamos vernos. Nuestra cultura nos dice constantemente que ser trans significa ser fea: “tengo voz de travesti”, “esa vieja tiene cara de man”, “parece un travesti”. Y esos imaginarios también están presentes cuando nos preguntamos cómo queremos ser. Es muy difícil amarse y sentirse sexy si eres trans. Nunca escuchas en el bus: “qué lindas que son las mujeres trans”. Es muy difícil creerte el cuento de que tu también puedes ser linda y sensual, cuando el mensaje en todas partes es el contrario.

Laverne Cox, actriz trans afro-americana conocida por su papel en Orange is the New Black, de Netflix, inició el hashtag #TransIsBeatiful (TransEsBella/o) para enviar mensajes positivos sobre el autoestima y la apariencia física de las personas trans. Cuando inció su hashtag me hizo cuestionar muchas de mis inseguridades y me retó a amarme a mí misma, me retó a verme con otros ojos, a pensar en mi pene con mis tetas como partes de mi cuerpo: una combinación sexy y diferente, a resignificar mi voz ronquita y mi espalda ancha como parte de un conjunto delicioso.

Ahora, me encanta ser trans. Me encanta tocar mi verga y mis tetas. Me encanta que los pezones traspasen la camisa y la verga se forre en el pantalón al mismo tiempo. Que rico es desearse desde los propios ojos.  No me da pena decir que me siento linda, sexy, regia y divina. Sí, soy convencida, prepotente, caprichosa y egocéntrica. ¿O nos prefieren inseguritas, prudentes y miedositas? Es un acto revolucionario amarse a sí misma, cuando toda la vida te han dicho que debes sentir asco por tu cuerpo.

Ahora cuando voy a la playa #NoMeLoEscondo porque no hay vergüenza en ser trans. Al contrario, mis pezones y mi pene se forran en mi bikini mojado sin ningún tipo de remordimiento. Aunque me he demorado, me he dado cuenta de que ser trans no es únicamente aceptable. Ser trans está bien. Ser trans es bueno. “Parecer trans” nos hace lindas porque ser trans es sexy. Tener tetas y pipí es delicioso y se ve precioso. Las personas trans que se operan son divinas, y las que no también. Somos regias porque somos trans, no a pesar de ser trans. Somos hermosas por nuestras voces gruesas, espaldas anchas, pies y hombros grandes, y caderas rectas. Las personas trans feas no existen.