La nueva masculinidad no debería ser cosa de hombres

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Yo no debería estar escribiendo este texto. Al menos, es lo que pienso después de leer el comienzo de Game Boy (Caballo de Troya) de Víctor Parkas. Un viaje al corazón de las tinieblas de la masculinidad tóxica que arranca con párrafos así:

“Todo, para colmar la única ambición de la que un hombre es capaz: humillar a sus coetáneos. Ser el más sensible. El más vulnerable. El más feminista, incluso. Convertirse en la voz de una generación. (…) Por supuesto, eso nunca acaece (…). Porque todo hombre blanco hetero tiene, como nexo común con sus iguales, la irrelevancia.

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Y sin embargo yo estoy ante este artículo como él, después, de esas líneas, levanta todo un ensayo (que se difumina y roza la autoficción) para agarrar al lector de sus solapas y gritarle: “eh, tú, aunque no lo creas —quizá más aún en ese caso—, sigues siendo machista”.

Game Boy es una más de las publicaciones que, durante los últimos años, se interrogan por el papel de los hombres en un mundo en el que el feminismo se ha convertido en el eje fundamental de todos los debates. El camino que tiene que recorrer el movimiento feminista (hasta lograr la igualdad efectiva) es, por desgracia, todavía largo, pero, mientras tanto, algunos autores se preguntan de qué modo pueden ellos ayudar o cómo hacerlo sin acaparar protagonismo en una lucha que es la de todos pero, es evidente, especialmente la de las mujeres.

Antonio J. Rodríguez ha escrito La nueva masculinidad de siempre (Anagrama), un ensayo que llegará a las librerías en septiembre, para responder a estas cuestiones. En primer lugar, llama “nuevas masculinidades” a las formas que adopta el liderazgo masculino en tiempos de feminismo viral. Rodríguez encuentra ejemplos de esta nueva masculinidad en el mundo de la política (Macron, siempre impecable, frente al grosero Trump) o los negocios. Así, estamos ante un desplazamiento en la conciencia de los hombres, que asumen ciertos postulados feministas, pero también ante una estrategia para conservar las posiciones de poder o alcanzar el éxito. En relación con el capitalismo, surge una nueva forma de virtud, que desprecia los excesos de los viejos referentes (brókers impulsivos y adictos a la cocaína, estrellas del rock megalómanas y arruinadas) y recoge valores del mundo del deporte de resistencia (el runner es el nuevo hombre por excelencia: su cuerpo pierde peso y gana fibra mientras el cuerpo femenino —la belleza Kardashian— se expande) para construir héroes intachables. Elon Musk, con sus madrugones, sus ochenta horas de trabajo por semana y sus empeños (que parecen) imposibles es el mejor ejemplo de este nuevo paradigma: deseable pero recto, genial y, además, disciplinado.

La poeta canadiense Anne Carson acaba de ganar el Princesa de Asturias de las letras. Su poemario más conocido en España, La Belleza del marido, explora los espacios de deseo y traición que surgen en el centro de cualquier relación idealmente monógama y recoge sus últimos años de matrimonio, tras la aparición de una amante que su marido le quiere mostrar (e incluso ofrecer: el valor de ambos reforzado por la conquista de un tercero). Como un monstruo de dos cabezas, el padre adúltero queda a mitad de camino entre dos modelos masculinos de éxito: el progenitor entregado y el conquistador que acumula trofeos sexuales como mercancía. Defiende Rodríguez en su ensayo que el futuro pertenece al primero: la familia, como espacio de los cuidados, pasa a ser una forma de organización reivindicable desde posiciones progresistas. Los cuidados han ganado prestigio (de alguna manera, se han convertido en un lujo) y ya no comprenderíamos la figura del gran escritor (son tantos: por ejemplo, Juan Ramón Jiménez) que levanta su carrera gracias a una mujer abnegada que ejerce de secretaria, editora, enfermera, madre y cocinera.

Pero no todos los hombres se han entregado a esta nueva virilidad (sospechosa, por otro lado, de ser un subterfugio para asegurar la pervivencia de la hegemonía masculina): se escucha a cada vez más jóvenes que, estando en el centro de la sociedad, temen perder privilegios. Estos individuos —que se sienten fuera de los mercados afectivos y de consumo— conviven con la idea esquizofrénica de que la libertad sexual ha arruinado sus vidas, precisamente, por falta de oportunidades en ese terreno. Son los incels y sus testimonios llenan foros como 4chan o Reddit (en España se encuentran en Forocoches o Burbuja.info). Quizá ellos, en medio de una contradicción ridícula (disgustados ante la promiscuidad ajena pero exigiendo a la vez su parte de ese supuesto festín) son el mejor ejemplo de que la crisis de la masculinidad tradicional no es sólo simbólica.

Lamentablemente, y aunque tantas voces la erosionen, seguimos enfrentándonos a muchas situaciones en las que todos (y de nuevo, especialmente las mujeres) padecemos la vieja masculinidad. Algunas las recoge Alberto Marcos en su Hombres de verdad (Páginas de Espuma), un libro de relatos que presenta a varones ante dilemas, experiencias o sentimientos para los que los marcos en los que han sido educados resultan insuficientes o dolorosos.

Audre Lorde, poeta y activista, dijo en 1979 que “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Es necesario reflexionar sobre si, en ese caso, los hombres, acostumbrados a beneficiarnos de todo un sistema (a veces casi invisible, a veces evidente y burdo) de privilegios, podemos ser también sujetos del feminismo, es decir, si podemos contribuir a la desaparición de nuestros privilegios o estos nos serán arrebatados y basta con que no opongamos resistencia. ¿Los comportamientos que recoge la nueva masculinidad surgen por una voluntad sincera de hacer justicia o son una estratagema para seguir siendo protagonistas de todos los relatos? A este respecto, concluye Aixa de la Cruz, autora de Cambiar de idea (Caballo de Troya), un ensayo autobiográfico sobre feminismo: “Me parece una buena noticia que los hombres se hayan dejado interpelar por el auge del movimiento feminista y estén llevando a cabo un debate interno sobre cuál puede o debe ser su papel en el mundo ahora que han tomado conciencia de su situación de privilegio dentro del sistema patriarcal. No obstante, el concepto de Nuevas Masculinidades me genera muchas dudas porque presupone que hay algo ‘salvable’ en el concepto de masculinidad’, esto es, que se puede reescribir de forma positiva un rol de género cuya definición no es otra que la de haberse constituido en oposición a una categoría sobre la que se ejercía poder, abuso y explotación. ¿Necesitamos un nuevo tipo de masculinidad o, como dice Víctor Parkas, solo queda entregar las armas y disolverse? A veces me pregunto qué quedaría de “masculino” en un hombre que interiorizase por completo el valor de la fragilidad, se arrogara la responsabilidad de los cuidados y desechara, en general, la épica heroica que privilegia los grandes gestos en la esfera pública en favor del compromiso anónimo y modesto que requiere el ámbito de lo privado. Me lo pregunto a menudo y suelo concluir que tan solo sobreviviría el uniforme, los fracs y las camisas con los botones a la derecha, aunque según vaticinó la última alfombra roja de los Oscars, esto también está en proceso de cambio. Quizás, después de todo, el único lugar donde tenga sentido librar este debate sobre Nuevas Masculinidades sea sobre las pasarelas.”