Pocas declaraciones de identidad más diáfanas existen que los carteles que cuelgan de las paredes los estudiantes universitarios de primer año. Esos pósters con marco de aluminio que los infelices éstos le endilgan a la pared de su dormitorio a los pocos minutos de tomar posesión de su catre hablan bien a las claras de la imagen que desean proyectar: no es tan descarado como largarle al compañero de cuarto un panfleto titulado “Así es como quiero que pienses que soy”, pero casi. Se trata de una materia de estudio apasionante y digna del profesor Cojonciano, hasta el más lerdo estará de acuerdo, y puesto que el insigne profesor debe estar ocupado en otras cosas hemos decidido ser nosotros mismos quienes nos encarguemos de trazar la evolución de la decoración del típico apartamento universitario para dos personas, desde los días en que éramos nosotros los que simulábamos estar estudiando hasta sus más recientes encarnaciones. ¡Venga, acompañadnos!
El Beso de Robert D’Oisneau – Se solía encontrar en el extremo opuesto de la habitación a donde estaba el contrachapado con la típica foto de Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany’s. La algo menos típica (pero no mucho) foto del beso fue en su día una de las piedras angulares en las que se sustentaba la decoración de los dormitorios femeninos, pero con el tiempo se ha convertido en algo marginal, una reliquia de una época más timorata que esta. En la actualidad es indicativo del tipo de chica que cubre con un mantel el mobiliario, por birrioso que sea, y necesita un par de días en pijama y sin salir de casa cada vez que un novio le da puerta.
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Lazos Ardientes – La piedra Rosetta de las que se las dan de bolleras porque queda chic hasta que dejan el colegio y se olvidan de exploraciones adolescentes. Este es el póster que anunció el paso del simple flirteo entre mujeres, naïf y con trasfondo feminista, al lesbianismo brutal y sin coartadas. Marcó también el inicio de aquella corriente tan fastidiosa caracterizada por chicas que hablaban y no callaban acerca de lo guapa que encontraban a la actriz esa de pelo negro; actriz, por cierto, de la que hoy en día no se acuerda ni su padre. Ni qué decir que la peli de marras apenas la vio nadie. Lógico, porque era una puta mierda tramposa.
El Beso de Tanya Chalkin Dyke – Finalmente ambos posters convergen en uno solo, justo en un momento histórico en el que se considera 100% aceptable que dos chicas heterosexuales follen la una con la otra siempre y cuando ambas estén buenas.
Las siluetas de La Naranja Mecánica – Esto es lo que los estudiantes de cine que iban de durillos ponían para que se les distinguiera de esa patulea seudoartística que croaba las virtudes del plasta de Wim Wenders y vestían jerseys de cuello de cisne. Gran película, claro que sí, aunque el transcurso del tiempo haya dejado un tanto desfasado su sentido de la violencia.
De Reservoir Dogs a Pulp Fiction – En el interregno del estreno de la primera película de Tarantino y el de la segunda se dio una extraña transición entre los tipos que decían ser fans del director. En origen se trataba de aficionados al cine de orientación “arty” que pretendían ser duros y “auténticos”, dando éstos paso a chicos corrientes y molientes que pretendían ser duros y “auténticos” y, además, ser aficionados al cine. Al final se ha demostrado que se trataba tan sólo de nenes que gustaban de soltar tacos sin que viniese a cuento.
El Precio del Poder – Finalmente han tenido que ser los hip-hoperos los que encontraran una solución que reconciliara a los tipos duros, los aficionados al cine y los amantes de las palabrotas. Gracias a De Palma y Pacino nacía una franquicia de pósters con un gran futuro por delante.
La lengua de Einstein – Este póster brindaba a los empollones la oportunidad de decir a los chulillos que estaban metidos en algo que ellos, con su minineurona, jamás podrían llegar a entender. Matemáticas, física o algo así. Aunque eso no significara que no les gustara el fiestorro tanto como al que más, claro está.
John Belushi “College” – Aquí fue cuando los empollones empezaron a decir, “¿sabéis qué? Pues que ya no me gustan tanto las matemáticas. Vamos a pasarlo bien, qué coño”.
Belushi empinando el codo – Ahora los empollones son también los chulillos y viceversa.
El Baile de Matisse – Las chicas que colgaban el póster del Beso de d’Oisneau también solían colgarse la foto de Einstein enseñando la lengua. Quizá estuviesen sugiriendo que necesitaban un buen cunnilingus, quién sabe. Fuera como fuese, el cartel de Matisse daba a su propietaria un barniz ligeramente más “arty”.
El Niño Geopolítico de Dalí – El único caso del que se tiene noticia de un póster de dormitorio evolucionando hacia otro ligeramente más sofisticado. Ahora bien, no se descarta que lo vieran en un episodio de Dawson’s Creek o alguna mariconada por el estilo. Entre los chicos triunfaba más La Tentación de San Antonio, de El Bosco.
Noche estrellada – El año pasado visité a mi hermana pequeña en el centro donde cursa estudios, y os juro que vi este cartel en al menos tres putos dormitorios. La hostia, ¿cuándo empezaron a admitir en cursos superiores a gente con el coeficiente intelectual de un niño de diez años?
Bob Marley – Dentro de 300 años, cuando la mezcla interracial haya convertido a toda la población mundial en seres de color gris y llevemos todos placas solares injertadas en el cuero cabelludo, que servirán además para protegernos de los rayos ultravioleta, puedo asegurar que todavía habrá un buen mogollón de apartamentos de estudiantes ocupados por tontos del culo que, sentados en sillas de cámping, tocarán la guitarra acústica creyendo que impresionan a las tías, y con el careto pensativo de Marley colgando de la pared. Me apuesto cinco dólares, neng.
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Fujifilm X Half – Credit: Fujifilm -