“Nunca cruzo la frontera del ridículo”, Mordzinski, el fotógrafo de escritores

“Mi primera foto a un escritor-perro”

Daniel Mordzinski busca el mejor encuadre para fotografiar a Linda Guacharaca, una perra criolla que presentó su libro en la Feria del Libro, en los brazos de Yamila Fakhouri, quien escribió el libro en cuestión. Pide a la mujer y a su cachorro que miren la cámara.

Mordzinski ha retratado a centenares de autores, entre ellos varios Premios Nobel, de Iberoamérica. De ahí se ganó el alias “fotógrafo de escritores”. Más de treinta años después de su primer retrato al poeta argentino Jorge Luís Borges sigue tomándose con pasión y humor su trabajo. Le caracteriza el estilo divertido de sus fotinskis que no hacen caer al escritor en el ridículo. Después de estar encargado de la fotografía oficial de grandes ferias literarias, como el Hay Festival, llegó a Bogotá a finales de abril para ser el fotógrafo de la FILBo.

Mordzinski fotografiando a Linda Guacharaca y a su dueña, Yamila Fakhour. Foto de Aitor Sáez.

Allá, en Corferias, Mordzinski charló con VICE Colombia sobre sus métodos de trabajo y nos reveló sus experiencias con Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Javier Cercas y J.M. Coetzee.

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VICE: ¿Qué diferencia hay entre un retrato común y el de un escritor?
Daniel Mordzinski: No hay actividad más solitaria que la escritura y por ende menos fotogénica. Se puede fotografiar a un pintor pintando, a un bailarín bailando, pero un escritor escribiendo es un “lugar común”. Desde mis primeras fotografías pretendo sacar al escritor de su pose de escritor.

Sí, siempre hablas de sacar al escritor de su “lugar común”. ¿Cómo lo consigues?
Los lugares comunes son el escritorio, la biblioteca. Me niego rotundamente a hacer una foto de un escritor con su libro. La última vez que hice la foto de un escritor con su libro fue a Antonio Muñoz Molina hace 25 años. Teníamos poco tiempo. Cruzamos la calle cuando ya se había acabado la entrevista, estaba lloviendo y Antonio usó su libro para taparse. Ahí le tomé la foto. Esa fue la única excepción que hice de escritor con libro.

Si me dan 20 minutos para una foto, prefiero dedicar 18 a charlar con el escritor y dos para la foto. Soy extremadamente rápido. En este momento de mi carrera, en que los escritores han entendido que nunca los traicionaré y aceptan mi mirada traviesa y juguetona, es más sencillo y puedo hacerlo más rápido.

Y luego hay algo fundamental: yo conocí a J.M. Coetzee en el ascensor. Tenía seis pisos para convencerlo a hacerle una foto. No me intimido por nadie. Cuando has retratado a príncipes, Nobeles, jugadores de fútbol (los más difíciles), sabes aprovechar la suerte de cruzarte en el ascensor con un premio Nobel. Aprendes a limar el discurso. Si en ese ascensor comienzas a hablarle de tus libros y exposiciones, no consigues nada. Nunca hablo de mí. En esos treinta segundos hay que discernir entre la humildad y hacerle entender que lo que yo le propongo no es lo mismo de lo que le propondrán ni de lo que le han propuesto. Esa mirada singular.

Casualmente, Mordzinski también se encontró a Richard Ford en un ascensor en la Feria del Libro. Foto de Daniel Mordzinski para la FILBo.


¿Cómo logras esa mirada singular? En una ocasión dijiste: “Cada foto es un salto hacia lo desconocido, en el que factores imprevisibles modelan y matizan una identidad”. ¿Cuáles son esos factores?
Jorge Luís Borges fue el primer escritor que retraté. Yo tenía 18 años, durante el rodaje de una película. En un descanso yo entré y no le hice fotos. Me acerqué a presentarme y temblaba. Imagínate a un becario frente al gran poeta ciego. Sentí que no porque fuese ciego iba a hacer la foto sin avisarle. Era una traición. Por eso soy retratista, porque me interesa el otro. Le dije que estaba trabajando de becario y quería aprovechar la pausa para decirle que lo admiraba mucho y que había leído algunos de sus cuentos, poemas, y que mi padre me había prestado su cámara. Entonces él me preguntó mi nombre y qué me gustaba de sus cuentitos. No recuerdo qué le dije, intenté estar a la altura. Recuerdo que Borges empezó a elogiar mi respuesta como si el gran erudita fuese yo y el pibe de 18 años fuese él. Ese día aprendí que la humildad es una característica fundamental en el artista.

En esa primera foto a Borges hay una mano dentro de plano que podría parecer un error. Y, sin embargo, es el elemento que le da potencia al retrato. ¿Siempre buscas uno de esos elementos en tus fotos?
Ése es el factor. Claramente, de toda la serie que hice, esa mano fue un accidente. Es el director de fotografía señalando algo. Lo que es maravilloso es que nosotros cambiamos pero las fotos no. En ese momento, en la plancha de contacto (revelado) había descartado esa foto, porque la mano me molestaba. En 1978, si hubiera Photoshop, la hubiera quitado. Veinticinco años después volví a mirar las planchas y me di cuenta de que el valor de esa imagen era esa imagen. Y qué bonita alegoría que lo que antes no me gustaba ahora creo que es lo que le da valor a la imagen. Por eso creo que cada foto es un encuentro hacia lo desconocido.

La historiadora y escritora Diana Uribe. Foto de Daniel Mordzinski para la FILBo.

¿Son los escritores los que usan elementos, o tú se los propones? Por ejemplo, en la foto de Rushdie Salman en la bañera con un racimo de uvas.
Es en ambas direcciones. A veces los tengo que frenar un poco porque los escritores conocen mi estilo y me piden cosas que son demasiado. Hay una frontera invisible que nunca quiero cruzar que es el ridículo. Es muy fácil cuando tienes humor caer en ese lugar. La foto de la bañera y las uvas es interesante. Ya lo había retratado dos veces para prensa en la época que él estaba perseguido. Luego, hace pocos años, me lo encontré en Cartagena y le pregunté si me invitaba a su cuarto. Claramente no se acordaba de mí, pero los ingleses a veces entienden más mi humor que los españoles o los latinoamericanos.

Entré al cuarto de Rushdie y ya sabía lo que yo quería, pero si lo dices muy brusco es probable que te digan que no. Poco a poco le fui haciendo fotos. Le pregunté por el baño. Entramos y me dijo que esperara un minuto. Cuando volvió, traía el racimo de uvas. Hay un valor icónico muy fuerte en la imagen. Soy consciente de que nos gustan las fotos de los escritores que nos gustan. Me gustan esas fotos con las que de repente me preguntan cuál es el escritor, porque estoy rompiendo el valor icónico.

Para un buen retrato, ¿qué porcentaje depende del escritor y cuánto del fotógrafo?
La ecuación es uno más uno igual a tres. Está mi propia mirada, la mirada que me está regalando la persona que retrato y luego está esa tercera dimensión que solo se consigue con la interacción entre fotografiado y fotógrafo.

El escritor y Premio Nobel J.M. Coetzee. Foto de Daniel Mordzinski para la FILBo.

Tu vocación de joven era ser escritor. ¿Convertirte en fotógrafo de escritores fue casualidad o fue a raíz de esa vocación?
Cuando era muy joven, en el marco de una dictadura militar, soñaba con la misma intensidad ser cineasta, escritor o fotógrafo. Quizá la fotografía en tercer lugar. Todo me llevaba a evadirme, a escaparme de esa terrible dictadura. Me refugiaba en las historias, películas, y pensaba que un mundo mejor era posible. Como gran lector, me di cuenta de lo mal que escribía. Intenté hacer cine y también me pareció que era todo muy banal, que no había logrado esa capacidad de traducir lo que sentía. Y no sé si soy un fotógrafo mediocre pero, por lo menos, me siento a gusto. Encontré mi propio camino.

Viviste siete años en Israel cubriendo conflictos en Oriente Medio para varias agencias. ¿Por qué abandonaste el periodismo de guerra?
Nunca me sentí demasiado cómodo, nunca fui bueno. Yo era buen conseguidor, no había cámaras digitales. Lo importante para las grandes agencias no era que la foto la hiciese Daniel Mordzinski, sino que la foto llegara a tiempo. Entonces, en lugar de meterme a hacer fotos en los territorios ocupados, lo que hice fue contactar fotógrafos locales, comprarles el material y enseñarles a fotografiar. Ellos eran los mejores.

A mí me interesaba más el ‘por qué suceden las cosas’ sobre ‘cómo suceden’. Era una época en que las fotos de guerra valían mucho dinero. Ahora, pagan más por la foto de un famoso saliendo de un restaurante que por el trabajo de un reporter que pasa meses en Afganistán. Es grotesco.
Recuerdo que la foto emblemática de ‘Paris Match’ era un niño con una piedra en la mano y un soldado apuntando. Y yo agarraba a ese niño y le decía si me invitaba a su casa para hablar con sus padres. Y cuando entraba a esa casita y veía una sola pieza con nueve colchones, me decía: esto es el origen del conflicto, esto es mucho más potente que la piedra y el soldado. La pasaba muy mal porque no les interesaba eso.

La escritora chilena Camila Gutiérrez, autora de “Joven y alocada”. Foto de Daniel Mordzinski para la FILBo.

¿Cómo fueron los retratos a Gabriel García Márquez?
Lo retraté por primera vez en el 94 y luego varias veces. Esa primera vez me llamó para preguntarme si se ponía corbata o no, imagina lo profesional que era. La última fue el 28 de enero de 2010 en Cartagena. Él ya estaba muy enfermo, casi no recibía periodistas y tuve la suerte de que aceptara. Esa mañana fui a desayunar y me encontré a Mario Vargas Llosa. Me invitó a sentarme con él hasta que le pregunté si le podíahacer una fotinski (foto + Mordzinski = fotinski). Son esas fotos divertidas. Y él siempre tan elegante, con miedo al ridículo, lo convencí. Planeamos una foto para el mediodía.
Al momento, me llamó Mercedes, la esposa de Gabo y me dijo que me esperaba al mediodía. No sabía cómo cambiar la hora sin nombrar a Vargas Llosa. Finalmente, conseguí cambiarlo para una hora más tarde. Ese día fue una maratón. Llegué a casa de Gabo sudado y con la guayabera sucia por unos chocolates derretidos que llevaba de regalo. Ya no estaba nervioso por fotografiarlo sino porque estaba impresentable. Saludé a Mercedes y mientras charlábamos apareció Gabo, todo vestido de blanco, con una camisa amarilla. Yo estaba seguro de que Mercedes se iba a quedar, pero nos dejó solos. Gabo me preguntó a dónde íbamos y le dije que a su cuarto. Ese fue un encuentro de silencios, él hablaba muy poco y fue muy intimidante.

En general hago pocas fotos y rápido. Pero esa vez había pasado una hora y seguía con Gabo. Eso es muchísimo. Salí un momento para buscar a Mercedes y cuando volví lo encontré acostado. Parecía muerto, fue terrible lo que sentí. Mi reflejo fue hacerle una foto con la puerta entreabierta. Luego ´le hice unas fotos a contraluz, con ese perfil tan reconocible y despacio lo fui despertando.

Me invitaron a almorzar. Yo me moría de ganas pero tenía tanto miedo de meter la pata que preferí no quedarme. Me sentía un niño con miedo a decir lo incorrecto: la misma sensación que con mi primera foto de Borges pero treinta años después. Cuando estaba saliendo Mercedes me dijo: “¿Daniel, yo que te hice?”. Nunca me había tuteado antes y me pareció extraño. Pensé que estaba enojada y le pregunté: “¿Hay un problema?”. “¿Por qué no me haces fotos con Gabito?”, me dijo. Todo el mundo sabe que a ella no le gustaba salir en fotos. Y ahí le hice unas fotos increíbles.

El sociólogo brasileño Boaventura de Sousa Santos. Foto de Daniel Mordzinski para la FILBo.

Has trabajado en muchos festivales literarios, entre otros el Hay Festival, ésta es la primera vez que trabajas en el Festival del Libro de Bogotá. ¿Cuál es la peculiaridad de la FILBo?
Me siento muy bien, muy a gusto, veo que hay una interacción entre el público y los escritores. Veo algo muy raro: que el público tiene acceso a los escritores. Muchas veces el problema no son los escritores, sino la organización. Aquí la prensa y la comunicación están a nuestro servicio, para poder hacer mejor nuestro trabajo, en lugar de formar una barrera. Comenzamos diciendo que no hay trabajo más solitario que el de escritor, pues creo que después de años de soledad del escritor, el festival literario es el lugar donde el escritor por primera vez se encuentra con sus lectores. En esa labor de encuentro con los escritores, creo que la FILBo es uno de los mejores festivales del mundo. Hay un programa maravilloso, los escritores están mimados y contentos. Sabes que hago muchas fotos en los hoteles y ahí los veo animados. Al final hay una constante obsesión en mi trabajo que es la memoria. La fotografía es un vector para conservar esa memoria y me alegro de que hayan pensado en mí para festejar estos treinta años del festival.