¿Es el MACBA de Barcelona el mejor lugar del mundo para patinar?
Foto de Daniel del Río

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¿un referente global?

¿Es el MACBA de Barcelona el mejor lugar del mundo para patinar?

Patinar en el MACBA de Barcelona no es fácil: el lugar no es un 'skatepark' y muchas veces tienes a la Policía detrás. ¿Por qué, entonces, tantos skaters lo consideran la 'Meca' de su deporte?

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Es muy pronto por la mañana, algo así como las 9. El tímido sol de septiembre empieza a calentar el asfalto, que ha descansado durante toda la noche para aguantar el continuo frotar de las ruedas y de las tablas que lo visitan cada mañana. En breve montarán el típico concierto diario en el casco antiguo de Barcelona.

Frente al MACBA, el museo de arte contemporáneo de la Ciudad Condal, skaters de todos los orígenes, etnias y edades se juntan día tras día para competir contra sí mismos en una única canción echa de golpes, choques, gritos y risas que empiezan por la mañana y acaban por la noche. Al caer el sol, el ruido de las latas que se abren y los cristales que se rompen las sustituyen.

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"Perdona, ¿me sacas una foto, tío?", me pide un chaval bastante joven con un acento súper raro. Pronuncia la palabra "tío" de una manera que parece un ataque de tos a medio concierto de música clásica.

"Claro", le contesto, y agarro la cámara. El tío coge el skate, sube en la rampa, empieza a acelerar cada vez más, y en el momento de saltar la tabla se le va, como si una bomba hubiera explotado y el skate hubiera sido lanzado más lejos posible. El tío cae al suelo de bruces y aprieta los dientes como si fuera algo analgésico.

"No sacaste ninguna foto, ¿verdad?", me pregunta tocándose frenéticamente la pierna. "Tengo que volver a intentarlo porque luego vendrá mucha gente aquí. ¿Me dejas intentarlo otra vez, por favor?", me pregunta.

"El cuerpo es el tuyo, haz lo que quieras, hermano" le contesto sonriendo.

"Gracias, tío" me contesta con su potente acento. Por la forma de decir 'gracias' me queda claro que el tipo es británico.

El tío se dio una hostia increíble, pero no una, o dos, sino tres veces, y eso me pareció tan absurdo como fascinante. Foto de Daniel del Río.

"Decidí mudarme a Barcelona porque es la mejor ciudad del mundo donde hacer skate… y si a lo mejor me estoy pasando, seguramente sea la mejor de Europa al menos", asegura mi 'nuevo' amigo. "En el lugar de donde vengo no hay mucho sol. En cambio, aquí es una pasada. El sol te da ganas de patinar, es prácticamente la única condición de tiempo que te permite practicar este deporte".

Toda la gente con quien hablo deciden no decirme su verdadero nombre, no sé si porque tengo pinta de policía o por alguna razón oculta que se me escapa. Quizás es que forman parte de una especie de hermandad secreta donde todos son fundamentales sin importar el nombre o la procedencia. O quizás sencillamente no quieren que sus familias se enteren de que se pasan el día patinando allí, quién sabe.

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"Aquí delante del MACBA no hacemos competiciones, no hay rencor entre nosotros. Al revés de lo que mucha gente piensa, cada skater compite contra sí mismo todos los días; te despiertas con un truco en la cabeza, llegas aquí y lo intentas, y cuanto más difícil se pone más cercano a Dios te sentirás cuando lo logres", explica mi nuevo colega, a quien llamaremos R. a partir de ahora.

"Es algo que no se puede explicar: si le das mucho a este deporte, también él te devolverá mucho", me asegura R. "Yo no estoy obsesionado en convertirme en un 'pro': lo hago por placer y nada más, como diría que casi todos aquí".

A medida que el sol se acerca a su cénit, el ruido de los skates aumenta. Hacia las diez y media, ya hay ocho o nueve skaters patinando, intentando trucos cada vez más complicados. Al principio, sin embargo, se mueven y dan vueltas, como si estuvieran calentando. No puedo evitar decirle a otro skater, de origen colombiano, que no soporto el ruido constante.

"Pues a mí me encanta", ríe él. "Es como mi despertador cada mañana. Cuando lo escucho sé que será otro día de skate, y cuando miro fuera de la ventana y veo que hay sol, la sangre empieza a hervir en mis venas y lo único que quiero es salir y venir aquí para patinar", me cuenta.

Ruedas, choques, gritos, risas, latas: todos estos sonidos juntos dan vida a la que es la banda sonora natural del Macba —que te pueda gustar o no, esta es otra historia. Foto de Daniel del Rio

¿Por qué todos parecen coincidir en que el MACBA es el sitio mejor del mundo para hacer skate?, me pregunto. Hay muchos 'skateparks' en Barcelona, y uno muy nuevo en Badalona que tiene un montón de espacio y rampas que te permiten hacer lo que quieras… y sin embargo, la gente prefiere venir aquí. ¿Por qué, si tampoco parece que la estructura te permita hacer demasiadas cosas?

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"Porque el suelo es súper liso, hermano", me comenta otro skater encendiéndose un porro. "El sitio es perfecto y te permite hacer muchas cosas en realidad. Más que nada, además, es por el ambiente: aquí hay un montón de skaters, a veces llega un 'pro' y todos lo miran, a veces llegan patrocinadores, corre la voz y todos empiezan a sacar lo mejor de sí. Es como un campo de batalla que nosotros hemos construido, que nosotros hemos elegido y que muy difícilmente dejaremos… aunque parece que intenten echarnos cada día".

Mientras dice la última frase, el tío hace un movimiento con la cabeza indicándome una furgoneta de la policía. Bajando un poco el porro que acaba de encenderse y escondiéndolo detrás de la cerveza me dice: "Nunca se sabe cómo se habrán despertado hoy. A lo mejor tienen ganas de liarla y entonces empiezan a multarte, o a lo mejor tienen algo más que hacer y te dejan en paz".

Otro se me acerca y con una forma de hablar descaradamente italiana me dice: "Tengo un amigo que debe algo como 1.400 euros en multas, pero está claro que no las pagará nunca. Además, si no eres de aquí es mucho más fácil [evitar la multa]". Al preguntarle si para ellos todo esto les parece legal, me contestan que depende de si pagas o no la suma: una vez la pagas es todo legal, si no no.

Como una pareja a quien ya no quieres pero que a la vez no puedes dejar, o del mismo modo en que Barcelona odia a los turistas pero no puede vivir sin ellos, la policía intenta cada día echar los skaters sin echarlos, sea porque no puede o porque no quiere. En la plaça dels Àngels se ha generado un ambiente autosuficiente y autosugestionado donde está permitido hacer cualquier cosa si demuestras amor por el skateboarding.

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Una estampa clásica del MACBA: un skater haciendo un truco y una turista china sacando fotos. Foto de Daniel del Río.

"Da igual que construyan 'skateparks' en todas partes. La belleza de hacer un truco por la calle te da mucho más de hacerlo en un 'skatepark'. Además, el skate viene de la calle: lo que se hacen en los 'skateparks' es distinto. Lo que digo yo es que el 'street' es más un estilo de vida, como el surf", me sigue contando el chico del porro. "Digamos que nosotros surfeamos el asfalto, porque es lo que tenemos y lo que nos mola".

El chaval pasa el porro a otro amigo suyo. Éste se da la vuelta al gorro, coge el canuto, le da una calada aspirando con más fuerza que un submarinista antes de una inmersión y luego dice, entre una nube de humo: "Igual que los surfistas buscan olas, nosotros buscamos sitios para hacer skate. Dudo que si les construyeras a ellos un sitio con olas artificiales ellos fueran con muchas ganas… al menos, seguro que tendrían menos que cuando van a mar abierto a buscar olas con sus propias fuerzas".

Creo que tiene sentido, y entiendo que haya movimientos en cada ciudad que tienen que fluir de manera natural. Son un poco como pequeñas hierbas que crecen donde y como quieren, y que aunque quieras quitarlas siempre volverán. En el caso de los skaters, estas hierbas han elegido el MACBA para echar sus raíces.

Los colores que dominan el escenario del MACBA… es decir: todos. Foto de Daniel del Río.

El tío del gorro me pasa el porro como si quisiera enseñarme que puedo estar ahí, que me ha como aceptado. Declino su invitación y entonces me ofrece un trago de su cerveza. Me flipa que puedan estar fumando y bebiendo tan pronto y se lo hago saber: "Son las 11 de la mañana, hombre, me sabe mal empezar así el día… ¿como podéis vosotros estar todo el día aquí fumando y bebiendo y patinando?".

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"La cerveza tienes que verla como una barra de pan: al final lleva un montón de carbohidratos", me explica. "El porro, y la marihuana en general, los tienes que ver como si fueran algo para motivarte". Pienso que es una tesis cuando menos curiosa.

"Yo no podría hacer skate sin fumar marihuana", tercia otro. "Yo tampoco", comenta un tercero, "porque si no fumas e intentas cerrar un truco, lo intentarás solamente unas cuantas veces: en cambio, cuando fumas te pones cabezota y no lo dejas hasta que no lo logras". Le ha quedado muy enfático, así que el tipo decide rebajarlo un poco: "Bueno, esta es mi opinión al menos", ríe.

Me siento un rato a verles patinar y admiro su gracia. Algunos lo hacen mejor, otros peor, pero noto como hay reglas unas reglas no escritas que funcionan bastante bien: primero un tío se acerca a un lugar concreto e intenta hacer un truco, luego otro prueba el mismo, y luego un tercero logra cerrarlo. Entonces, el que ha triunfado lo vuelve a intentar añadiendo detalles.

Cada vez que un skater cierra un truco gana una letra: el objetivo al final del día es acabar la palabra 'SKATE', es decir, conseguir 5 trucos seguidos cerrados. Y así pasan las horas antes de tener que volver al trabajo, la labor que permite a los skaters mantener los costes de su pasión: las tablas, las cervezas, algunos gramitos de marihuana y, muy importante, unas zapatillas deportivas nuevas —porque las antiguas están acabadas.

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"No os ofenderéis si os digo que vestís todos iguales, ¿no?", les pregunto con cierto aire jocoso ahora que les tengo un poco más de confianza.

"Bueno, no, es normal… aparte de la comodidad de la ropa, que tiene que ser similar a esta sí o sí, la vestimenta también depende de si tienes algún patrocinador que te deje prendas y gadgets", me contesta mi amigo del porro, que después de rularlo ya lo ha recuperado.

"Me parece bien", les digo, "solo que a veces parece que los skaters estéis en un mundo aparte, como en un movimiento colectivo… con sus reglas no escritas, su ropa, su música y su estilo de vida, ¿no?".

"Cada uno tiene ganas de pertenecer a algo, eso no se puede negar", me contesta otro skater con un marcado acento francés —lo noto porque su forma de pronunciar las erres es inconfundible— mientras se baja las gafas a la punta de la nariz para mirarme. "A todos les mola ser independientes y únicos y esas mierdas, pero al final lo que acabamos haciendo es buscarnos un trabajo de mierda en un bar, ponernos la ropa que se ponen todos, y terminar yendo todos los días a los lugares adonde van nuestros amigos. Es nuestra zona de confort", admite.

"Pero eh, eso no solo lo hago yo: también lo haces tú, hermano, tú también vas a sitios en los que te sientes bien y te pones ropa que se parece a la que llevan tus amigos. Es normal", apostilla el francés con cierto aire metafísico. Seguidamente, se vuelve a colocar las gafas, me deja el porro casi acabado que lleva en la mano y mientras me invita a matarlo se lanza a intentar un par de trucos.

Ya son las 4 de la tarde y se muere del calor que hace, así que está bien descansar antes que sea tu turno. Foto de Daniel del Río.

Sigo dando vueltas y termino solo, porque parece que todos tienen más ganas de hacer skate que de hablar conmigo. Ahora sí que hay mucha peña alrededor del museo, así que me aparto y me quedo mirando a estos chicos que dibujan figuras sobre el asfalto con sus tablas y dan vida a lo inanimado.

Al final me ilumino y creo entenderlo: lo que hace del MACBA el sitio perfecto para patinar no es el resultado de un diseño urbanísticos bien pensado, ni tampoco nada que tenga que ver con el Ayuntamiento. No, el MACBA es el lugar perfecto porque los skaters lo han decidido así: son ellos quienes han creado un lugar donde encontrarse y una comunidad en la que reconocerse.

Las apariciones constantes de medios y patrocinadores por la zona no son más que una consecuencia inevitable de esta mezcla entre cultura y vida callejera. Es inútil que la policía aparezca de vez en cuando como si de un depredador se tratara y se lleve a algún skater: los demás seguirán viniendo.

Este ecosistema funciona y funcionará probablemente durante mucho tiempo a pesar de que haya gente que no lo quiera. Es la conclusión a la que llego mientras miro a estos tipos luchando contra sus propias capacidades. Seguidamente me doy cuenta de otra cosa bastante fascinante: con el pasar de las horas, he olvidado que el ruido me molestaba.