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Las terribles consecuencias de dormir con la gerente del restaurante

"Una noche, terminamos en el asiento trasero de mi auto en el estacionamiento del mismo restaurante. Todo parecía estar sucediendo, no tenía idea de que cogerte a tu jefa significaba perder tu trabajo".
Foto von Robert M via Flickr

Bienvenido de nuevo a Confesiones de Restaurante donde hablamos de las voces no escuchadas de la industria de los restaurantes, tanto del servicio como de la cocina, acerca de lo que realmente sucede detrás de escena en tus establecimientos favoritos. Para esta entrega, escuchamos a un bartender que trabajó en un casino donde se enamoró de su jefa.

Mi jefa era fuego —era absolutamente hermosa–.

Era la gerente de coctelería y yo era el nuevo y humilde bartender. Era uno de mis primeros trabajos como bartender en un nuevo restaurante dentro de un casino en LA. Era el tipo de lugar donde iban los cholos para jugar antes de ir a un concierto de viejitos o a una pelea de Pacquiao, y todo lo que servía era cerveza barata y vodka-tonics.

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Todas las empleadas usaban blusas de réferi ajustadas y minifaldas negras, nada más –incluyendo a la jefa–. Me fijé en ella desde el primer día que empecé. Un día, nos sentamos juntos en el almuerzo y lentamente fue avanzando hasta cenar juntos en el restaurante de mariscos cruzando la calle después de que nuestros turnos terminaran. Una noche, terminamos en el asiento trasero de mi auto en el estacionamiento del mismo restaurante. Pero tan increíble y natural como todo parecía estar sucediendo, no tenía idea de que cogerte a tu jefa significaba a final de cuentas despedirte de tu trabajo.

La llevé a comer fondue a The Melting Pot, estilo romance de barrio.

Sabía que le gustaba cuando empezó a programar mis descansos al mismo tiempo que los suyos. Si trabajas en la industria de comida o bebidas, sabes que el concepto de descanso es más una sugerencia lujosa que una necesidad. Era increíble, porque descubrí que estaba casada y que su esposo era un sheriff, un peleador de jiu jitsu, y un cholo veterano. Sin embargo, fajamos en mi auto en el mismo estacionamiento del restaurante de mariscos durante dos meses seguidos. Siempre estaba paranoica, porque su esposo era muy conocido en el vecindario, y según ella, le decía a los otros sheriffs que la cuidaran mientras hacían sus patrullajes.

Avanzó hasta que se volvió constante. Hacíamos las cosas completamente a escondias, tipo 007. Nos reuníamos en esquinas oscuras y callejones industriales cerca del casino, le poníamos y después cada quien iba a su auto y nos presentábamos a trabajar al día siguiente como si nada hubiera pasado. Sin embargo, mientras todo esto ocurría, noté que empecé a tener un trato especial de ella y del resto del personal el casino hacia mí. Tenía los cinco mejores turnos de la semana, y el resto de mis compañeros era excepcionalmente amable conmigo. Nadie se enojaba si tenía que desechar órdenes de bebida que servía mal. Si llegaba tarde algún día a nadie le importaba. Incluso la cocina me daba dedos de pollo gratis cuando quería. La lista siguió y siguió, era una especie de trato preferencial.

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Mientras todo esto sucedía, empecé a enloquecer. Llámalo tortura o como quieras. Después de esto, la relación comenzó a terminar progresivamente. Quiso empezar a salir en citas y lo intentamos una vez. La llevé a comer fondue a The Melting Pot, estilo romance de barrio, y por mucho que tratamos disfrutar la compañía del otro, ella estaba extremadamente paranoica y siempre miraba sobre su hombro durante la cena. En ese momento, supe que sólo era cuestión de tiempo para que su viejo nos descubriera. Sabía que tenía que terminarlo, pero yo, siendo joven, sabía que tenía que salir con ella una última vez, así que la invité al día siguiente.

No dejaba de molestarme, volvió a todos en mi contra, e hizo de mi trabajo un lugar muy muy incómodo –forzándome, eventualmente, a salir–.

Después de dormir juntos, empezó a hablar de su esposo. Le dije que estaba preocupado, porque empezaba a sentir algo por ella, pero no quería que un grupo de policías de Norwalk me golpeara. No lo entendió y pensó que estaba rompiendo con ella. "¡Arriesgué todo por ti!", me gritó y se fue. Naturalmente, estaba preocupado, porque no quería que le dijera a su esposo acerca de mí. Estaba genuinamente asustado.

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Al día siguiente fui a trabajar y sólo había silencio. Todo lo que hacía era mirarme de mala manera y molestarme. Me decía: "Necesito esto para este momento" y "Necesito esto para ya." Le dijo a mi otro jefe que mis bebidas tardaban demasiado, incluso si no era sí. Se quejaba y también le decía a mi otro jefe que había estado bebiendo la noche anterior y que no me afeitaba. Decía que llegaba tarde, aún cuando no era cierto. Llegó un momento en que los guardias de seguridad del casino empezaron a acosarme, después de que creí que nos llevábamos bien.

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Ella no dejaba de molestarme, volvió a todos en mi contra, e hizo de mi trabajo un lugar muy muy incómodo –forzándome, eventualmente, a salir–. Renuncié, y eso fue todo para mí en ese establecimiento. Todo porque andaba con mi jefa. No estoy particularmente orgulloso de mis actos, pero se necesitan dos para bailar.

Nunca regresé.

Tal y como fue contado a Javier Cabral


Este artículo fue publicado originalmente en abril del 2016.