La afición a un deporte, a un equipo en especial, no se puede entender sin un odiado rival. Se requiere de un némesis que exhalte nuestro amor por los colores que defendemos. El rojo escarlata, el de los Diablos Rojos, luce hermoso cuando se le compara –o se le comparaba–, con el horrendo naranja de los felinos playeros: el Tigres.
Como aficionada del más colorado de los huesos a los Diablos Rojos del México, nunca creí escribir una nota a modo de homenaje al equipo que más odio en el mundo mundial, galaxias circunvecinas y universos paralelos. Sin embargo, debo admitir que el club Tigres –de cualquiera de sus sedes en CDMX, Puebla y Cancún– extrajo emociones buenas y malas, según el resultado, pero nunca se fue sin dejar una huella significativa. Era de dos sopas: o “Pobres Gatos” o “Pobres Diablos”.
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Los Tigres Capitalinos, los “Fabulosos Tigres”, después poblanos y más recientemente de Quintana Roo; el equipo que nació campeón en 1955, el del cuadro del millón; esos mismos Tigres de Vicente Romo, de Beto Ávila, de Fernando “Pulpo” Remes, de Arturo Cacheux, de Rubén Esquivias. Esos Tigres del gran “Coyote de Macapul”, Matías Carrillo, sin duda el pelotero más completo que ha visto la Liga Mexicana de Beisbol. Esos Tigres, anunciaron su desaparición el martes 7 de febrero de 2017.
El heredero de toda una institución en la nonagenaria Liga Mexicana de Béisbol, Carlos Peralta, nunca vivió el deporte de las inteligencias con la pasión que lo hizo su padre, el Ing. Alejo Peralta. El junior siempre vio al club como una carga y al béisbol como una actividad que le quitaba tiempo en los campos de golf. Nunca comprendió el legado que el destino puso en sus manos.
Muchas finales disputadas, unas a favor nuestro, otras a favor de ellos. La de 1997, por ejemplo, cuánto dolió. Tigres brilló con peloterazos como Luis Polonia, Alex Cabrera, Matías y dirigidos por Dan Firova. Aplastaron a los Diablos en cinco juegos. Fue ese el año en que falleció Don Alejo Peralta.
¿Cómo olvidar el primer título que obtuvieron en Cancún en el 2011? Fue el décimo de su historia. Dirigidos por Matías, barrieron la serie a unos débiles Diablos. El “Vaquero” Iker Franco fue el jugador más valioso, mientras que mi equipo no pudo ante una Garra Felina que estrenaba un escandaloso apoyo monetario procedente del gobierno estatal y que a la postre fue su sentencia de muerte cuando terminó el mandato de Roberto Borge en 2016.
Mis pensamientos van con la fiel y noble afición que siguió a su equipo de ciudad en ciudad. La afición que siguió a esos Tigres que cada vez se iban más lejos, que llenaba el Foro Sol y luego el Fray Nano, de pura emoción. A ellos, mi más sentido pésame. Son víctimas de la mezquindad de un hombre que quiere vender casi todo, sin ser dueño de nada. Ni siquiera del nombre –precisamente lo único que se niega a vender–. Tigres no desaparecerá de la memoria de quienes los odiamos ni tampoco de la de quienes los amaron.