Por qué me sometí a una operación de reducción de pecho

Este artículo se publicó originalmente en VICE Francia .

Para mí, antes el verano implicaba tener que aguantar a algún tío gritándome, “¡Joder, vaya tetorras!” mientras cruzaba la calle. La escena se repetía casi siempre: yo lo ignoraba y él me llamaba zorra, simplemente porque, los días de mucho calor, me apetecía ponerme un top ajustado. Era siempre igual. Todos los veranos. Hasta que, después de diez años llevando sujetadores de copa D, decidí someterme al bisturí para retirar parte de mis voluminosos pechos.

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Este tipo de cirugía se realiza con mucha menos frecuencia que la de aumento de pecho. Según la Sociedad Internacional de Cirugía Estética y Plástica, en 2015,  1.300.000 mujeres de todo el mundo se sometieron a una operación para ponerse implantes de silicona, cifra que hace que esta sea la intervención más frecuente a nivel mundial. El número de reducciones de pecho ese mismo año, en cambio, fue de 423.000.

Yo era plana como una tabla hasta los 16 años. Alcancé la pubertad tarde y, hasta entonces, nunca había tenido la necesidad de llevar sujetador. Los chicos se burlaban de mi falta de pechos, pero no me importaba, a mí me gustaban así. Como los de las modelos, pensaba. Pero un día empezaron a crecer a un ritmo vertiginoso, un proceso bastante doloroso. En tres meses subí tres tallas de copa. No puedo decir que fuera algo inesperado, porque todas las mujeres de mi familia tienen pechos grandes, un rasgo que es hereditario como el color de los ojos o el pelo. En cualquier caso, nunca ha sido motivo de orgullo en mi familia como lo es, por ejemplo, para las Kardashian.

De hecho, tener tetas de Kardashian cuando no eres una de ellas no es tan genial como puede parecer. Es más: incluso la propia Kim confesó una vez haber sufrido complejo de tetas grandes de adolescente. “Recuerdo llorar en la bañera. Luego cogía una toalla, la mojaba con agua muy caliente, me la ponía sobre el pecho y rezaba: ‘¡por favor, que no crezcan más! ¡Me siento avergonzada!’”, dijo en una entrevista para Shape en 2010.

Un pecho grande puede pesar cerca de 1,5 kilos. Es como llevar un melón atado al cuerpo a todas horas y al final la espalda acusa todo ese peso. Por eso en mi país, Francia, la seguridad social cubre las reducciones de pecho cuando estos superan los 300 gramos de peso cada uno. En el Reino Unido, por ejemplo, el Servicio Nacional de Salud también cubre la intervención en los casos en que las mujeres sufran dolor de espalda, de cuello e irritación de la piel.

Tener pechos grandes puede ser molesto, pero las reacciones de la gente al verlos pueden resultar incluso peores. A un montón de hombres y mujeres les parece normal mirar con descaro a mujeres con pechos grandes, hacer comentarios al respecto. Y no hablo solo de desconocidos insolentes, sino de gente cercana a ti. Una vez, en una fiesta, un amigo se acercó a mí por detrás y le pareció “gracioso” sorprenderme agarrándome las tetas como si fueran de propiedad pública. La gracia me costó un ron con cola y a él el precio de una camisa nueva.

“Mis peores experiencias las viví en el instituto”, me explica Manon, de 26 años, quien en octubre pasó de una 36E a una copa B. “Los chicos a esa edad son insoportables”. Sé muy bien de lo que habla: cuando era jovencita, se dedicaban a quitarme el sujetador y a pasárselo de mano en mano como si fuera una pelota. A veces incluso me manoseaban, como si fuera un objeto que alguien hubiera llevado allí para exhibirlo y toquetearlo. Me sentía fatal, pero a nadie parecía escandalizarle. En ese momento no nos dábamos cuenta de la gravedad del asunto, de que aquello era simple y llanamente acoso sexual.

“Muchas veces oía a algún tío detrás de mí decir que tenía ‘un buen par’ y luego enumerar las cosas que me haría”

Hace seis meses, Stephanie se sometió a una reducción de pecho. Me explica que fue precisamente el acoso sexual lo que la llevó a sentirse asqueada de su propio cuerpo. “No me gusta que los hombres me miren; ni siquiera hoy día”, me cuenta. “No quiero complacer a los hombres con mi aspecto porque ellos no me complacen a mí”. Manon sopesó la decisión durante cinco años hasta que finalmente se sometió a la operación. “Es agotador; al final te pasa factura. Todo se vuelve insoportable”.

“Muchas veces oía a algún tío detrás de mí decir que tenía ‘un buen par’ y luego enumerar las cosas que me haría”, explica Manon. “Hay tíos que no se lo piensan y gesticulan una cubana en plena calle”.

También me di cuenta de que, en la cama, hay hombres a los que solo les interesan tus tetas y se olvidan del resto de tu cuerpo: la boca, la espalda o incluso el clítoris. No es que sea una puritana, pero si un hombre se pasa una hora chupándome el pezón ,al final me hace sentir como una madre amamantando a su hijo, en el mejor de los casos, o como una vaca en el peor. Y como comprenderás, no es una sensación muy excitante.

Luego hay tíos que, ante la visión de un par de pechos generosos durante el sexo, optan por ignorarlos por completo. Eso también resulta frustrante, sobre todo cuando tienes unos pechos difíciles de ignorar.

En el trabajo tampoco mejora demasiado la cosa. Manon recuerda un día en que llegó al trabajo y se le saltó un botón de la camisa al quitarse el abrigo, dejando su talla E a la vista de todos, especialmente “de un tío insufrible que llevaba meses echándome miradas de baboso”.

“Al final, yo opté por vestirme de forma más discreta”, explica Leonie, de 35 años y empleada en una empresa del sector privado. Cambió las blusas que la “hacían parecer un pibón” por jerséis anchos y camisetas holgadas hasta que se operó. “Un día un compañero me dijo que tenía que trabajar mucho más que yo porque él no tenía las tetas grandes”, recuerda.

Los amigos pueden llegar a tener tan poco tacto con este tema como los compañeros de trabajo. Manon recuerda que sus amigos le dijeron que cometía una estupidez sometiéndose a una operación de reducción de pecho. “Me decían que tener las tetas grandes era genial, tanto para satisfacer a los hombres como para amamantar”, explica. Un argumento que parte del supuesto de que el objetivo de Manon es satisfacer a los hombres, de que a todos los hombres les gustan los pechos grandes y de que quiere tener hijos y amamantarlos. Pero aunque quisiera, una reducción de pechos no es impedimento para dar de mamar a un futuro hijo.

Las mujeres con las que he hablado del tema no se arrepienten de su decisión. “A mí me cambió la vida”, afirma Johanna. “Ahora puedo volver a llevar bikini y desvestirme delante de mi pareja sin sentirme incómoda”. Stephanie es la única que ha quedado un poco decepcionada. Pidió que le redujeran la talla a una copa B, pero por alguna razón ha terminado teniendo una D. “Sigo acomplejada. Creo que mi cirujano se rigió por los estándares de belleza actuales y no priorizó mi bienestar ni lo que le pedí. Ahora tengo que esperar dos años para volver a operarme”.

Yo dudé mucho antes de decidirme a operarme. Me causaba ansiedad la idea de que alguien te arranque una parte de la zona más sensible del cuerpo y, además, los hospitales me dan pavor. No me atraía demasiado el hecho de tener que pasarte tres horas tumbada en una mesa de quirófano, con anestesia general y expuesta a sufrir lesiones en el tejido del pezón. Por otro lado, muchas mujeres de mi entorno me decía que estaba loca, que ellas soñaban con tener tetas como las mías. Las ignoré. En enero de 2016, tres días después de mi 26 cumpleaños, me hice una reducción de pecho. Hoy sigo convencida de que es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Ahora mis pechos han dejado de ser una carga para mí.

Traducción por Mario Abad.