Priscila Carolino estaba a punto de salir de cuentas de su quinto bebé cuando fue caminando hasta el hospital público para acudir a su revisión semanal. Inquieta y habladora, enseguida hizo notar su presencia en la sala de espera, preguntando a otras embarazadas si les podía tocar la barriga e interrogándolas acerca de su vida amorosa. Tras la visita, descontenta con las recomendaciones del médico, Carolino se puso a gritar por la estancia, llamándose a sí misma “vaca estúpida”.
Como muchas mujeres en la sala de espera, Carolino, de 29 años, llevaba un papel que decía que su embarazo se consideraba alto risco, de alto riesgo. Carolino vive en una zona densamente poblada de São Paulo conocida como Cracolândia, o Cracklandia. Ella asegura que ha dejado de consumir crack durante el embarazo, pero a menudo fuma tabaco y marihuana.
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Se estima que en Brasil hay un millón de consumidores de crack, la cifra más alta del mundo. Para muchos políticos y votantes, Cracolândia simboliza la epidemia de drogadicción que sufre el país. Se trata de una zona compuesta por varias manzanas en el centro de la capital más grande de Sudamérica que, en determinados momentos de su historia, ha llegado a concentrar hasta 2.000 personas tratando de comprar o vender crack.
Como la zona es tan visible y de tanta importancia a nivel político, el gobierno ha destinado considerables recursos a Cracolândia. Durante la mayor parte de las últimas dos décadas, los políticos y las fuerzas policiales de Brasil optaron por la vía dura, arrestando a consumidores de droga y cerrando calles. Al comprobar que sus políticas fracasaban una y otra vez, Brasil ha decidido abordar el problema de otra manera.
En contraposición a las tácticas empleadas en los 80 en Estados Unidos, Brasil está ofreciendo medidas para rehabilitar a los consumidores de droga en lugar de criminalizarlos. El teniente William Thomaz, que patrulla Cracolândia, dice que su unidad considera a los consumidores de crack como “gente enferma que necesita asistencia social” más que como delincuentes (aunque la venta de drogas sigue siendo estrictamente ilegal). También instruye a sus hombres acerca de los problemas a los que deben enfrentarse las mujeres en Cracolândia.
Ahora, Thomaz y sus compañeros pueden enviar a los consumidores de crack a un programa municipal llamado De Braços Abertos, o Con los Brazos Abiertos, que se inauguró en enero de 2014. Partiendo de la premisa de limitar daños, este programa trabaja con más de 400 habitantes de Cracolândia, incluida Carolino. Brazos Abiertos es una iniciativa única en Sudamérica, y está diseñada para reducir la dependencia al crack, si bien no garantiza una completa rehabilitación. Los participantes reciben comida, alojamiento en hoteles de la zona y atención médica primaria a cambio de trabajo. Fernando Haddad, el alcalde de São Paulo, dice que estos servicios básicos ayudan a eliminar factores estresantes que pueden conducir a la gente a consumir droga.
En uno de sus puntos más polémicos, el programa Brazos Abiertos ofrece trabajo a los participantes como barrenderos de las calles del vecindario. Haddad dice que este tipo de trabajos son parte de un “proceso terapéutico para la recuperación de los ciudadanos”. Los participantes reciben su paga cada viernes, y pueden hacer lo que quieran con su dinero, incluso comprar crack. Algunas voces críticas consideran que este sistema puede atrapar a los consumidores en un círculo vicioso de adicción y pobreza. Los defensores de esta práctica, por el contrario, opinan que el trabajo ayuda a los consumidores de crack a mantener unos horarios que pueden alterar su relación con las drogas.
Cracolândia nació a finales de los 80. La historia cuenta que una estación de autobuses del centro de la ciudad quedó en desuso, y desde entonces la gente empezó a reunirse allí para vender, comprar y consumir crack. A medida que empezaron a desaparecer negocios del centro, el crack se volvió más omnipresente. Los traficantes se fueron haciendo con el control de la mayor parte de la actividad, incluyendo el ejercicio de la violencia.
“Había calles en las que la policía ni siquiera entraba”, explica Francisco Inácio Bastos, que dirige las investigaciones sobre crack en la Fundación Oswaldo Cruz. “Estos lugares estaban invadidos por el tráfico de drogas y atraían a consumidores de muchos barrios de la ciudad”.
Brasil tiene fronteras extensas, zonas a veces fuera de la ley, con Colombia, Perú y Bolivia, que son países que producen hojas de coca en grandes cantidades. En zonas rurales de Brasil, en pequeñas fábricas –y a veces en las cocinas de las casas–, la pasta de coca se convierte en piedras de crack de baja calidad. Después la droga llega a São Paulo con la ayuda de microtraficantes, que transportan pequeñas cantidades de crack por la ciudad. Esta cadena de abastecimiento es prácticamente imposible de rastrear. Como resultado, en Cracolândia el crack es lo bastante abundante y barato –una dosis cuesta solo cinco reales brasileños, aproximadamente 1,50 euros– como para satisfacer la demanda de los consumidores de crack de menor poder adquisitivo.
La policía me dijo que hoy en día la población de la zona había bajado hasta las 500 personas, en parte gracias a programas gubernamentales como Brazos Abiertos. Los portavoces del programa aseguran, basándose en pruebas aisladas, que el consumo de drogas en Cracolândia ha disminuido desde que empezó el programa. Aun así, los traficantes de drogas todavía controlan gran parte de la vida cotidiana. Por ejemplo, es sabido que el hotel donde vive Carolino es un núcleo de actividad ilegal, pero la policía no puede entrar sin una orden de registro.
Se calcula que el 30 por ciento de los habitantes de Cracolândia son mujeres, un colectivo especialmente marginado. “Las consumidoras de crack están en una situación todavía más vulnerable porque suelen practicar sexo a cambio de crack”, explica Bruno Gomes, que dirige una asociación sin ánimo de lucro llamada É de Lei. “Muchos hombres van [a Cracolândia] porque las mujeres son fáciles y baratas, y pueden hacer lo que quieran con ellas. Así que sufren mucho la violencia”.
Isabelly Santana, una mujer transexual que vive en Cracolândia desde hace dos años, lo ha vivido en primera persona. “Allí nadie trata bien a las mujeres”, dice. “Tenemos que mantener la calma. No podemos decir nada a la policía [si sufrimos violencia], porque la gente que hace eso son soplones”.
Los portavoces de Brazos Abiertos dicen que el dinero que ganan las mujeres en su programa puede hacer que disminuya su necesidad de prostituirse. Pero Santana me dice que ella gana bastante más prostituyéndose que barriendo. Solo se presenta al trabajo que le proporciona el programa de vez en cuando, aunque admite que la rutina le ayuda a hacer que sus días sean más tranquilos y su ansiedad por drogarse menos intensa.
Tanto Santana como Carolino están especialmente agradecidas por el alojamiento. Para las mujeres de Cracolândia, que están acostumbradas a las injusticias de la calle, la privacidad es fundamental.
A primera vista, Carolino no responde al estereotipo de mujer víctima de la marginalidad. Aunque es menuda de tamaño, no tiene miedo de repartir su propia justicia. La primera vez que la vi estaba persiguiendo a un hombre con un palo, con la camisa enrollada hacia arriba, con su prominente barriga de embarazada al aire. El tipo había incumplido una promesa, dijo ella, y tenía que darle una lección.
Bajo esa apariencia de mujer segura de sí misma, sin embargo, Carolino esconde un pasado oscuro, algo bastante habitual entre las mujeres de Cracolândia. Sus hermanos fueron asesinados cuando ella era pequeña. Además, tuvo dos relaciones en las que fue víctima de abusos físicos, lo que hizo que huyera de su Río de Janeiro natal. Como no dispone de protección legal contra sus agresores, huyó a un lugar lejano donde nadie la conociera.
En Cracolândia se ven un número considerable de mujeres embarazadas, probablemente debido a la violencia de género y al limitado acceso a métodos anticonceptivos. Sin embargo, hay pocos niños en el distrito. Los hoteles de Cracolândia no se consideran hogares, y no está permitido que los niños se queden con madres sintecho. En su lugar, la mayoría de los niños de los residentes en Cracolândia son dados en adopción o bien enviados a vivir con familiares. En cumplimento de la ley, y a pesar de los recientes intentos de ayudar a las mujeres embarazadas, a Carolino le dijeron que tendría que dar a su bebé en adopción.
“La gente piensa que [las mujeres de Cracolândia] son malas madres”, explica Dartiu Xavier da Silveira, un investigador sobre drogadicción de la Universidad Federal de São Paulo. “Pero eso no es cierto. El alcohol es mucho más perjudicial para el cerebro del niño que el crack. Increíble pero cierto. Creo que la mayoría podrían quedarse con sus bebés, si reciben ayuda”.
Claro que,si las mujeres se quedan con sus hijos en Cracolândia, ello implicaría que los niños crecerán en uno de los ambientes más hostiles que puede imaginarse. Los adultos tienen una norma no escrita que dice que no se puede fumar delante de los niños, a los que llaman cariñosamente anjos, o ángeles. Pero algunos residentes me hablaron de críos que con ocho años se habían hecho adictos al crack.
A pesar de los esfuerzos del programa Brazos Abiertos, la mayoría de la gente que conoce lo que ocurre en Cracolândia cree que el lugar seguirá existiendo, aunque podría cambiar radicalmente en los próximos años. Circulan rumores de que se existen planes inmobiliarios para la zona, lo que podría marginalizar aún más el consumo de droga. A pesar de que los nuevos programas sociales han aportado beneficios progresivos al barrio, aún quedan retos: los traficantes de droga tienen una influencia enorme en la zona, mientras algunos políticos locales parecen más interesados en revitalizar el centro que en acabar con la drogadicción.
Prudentemente optimista en cuanto al futuro de Cracolândia, un pastor local intervino con éxito para que permitieran a Carolino quedarse a su bebé. Solo el tiempo dirá si será capaz de suavizar su temperamento y convertirse en la buena madre que ella misma cree que puede ser; y si el bebé tendrá la oportunidad de vivir una vida libre de drogas.
“Quiero quedarme con el niño”, dice Carolino, aún embarazada, mientras mece el cochecito de bebé adelante y atrás. “He dejado el crack por él” .
Sarika Bansal y Almudena Toral viajaron a Brasil con una beca del International Reporting Project.