Opiniones objetivamente correctas

A todos nos flipa quedarnos mirando la nevera de nuestros padres

Admirar ese mundo lejano repleto de colores, variedad y abundancia, admirar algo totalmente alejado de nuestra realidad.
La nevera de tus padres
Montaje vía Flickr | CC BY 2.0

No hace falta atravesar un portal como el de la mansión de Somerton en Eyes Wide Shut o ese que sale en Stargate para descubrir un mundo nuevo y extraño repleto de maravillas y excesos. Ese umbral de fantasía que nos puede trasladar a otras realidades más hiperbólicas y extravagantes se encuentra más cerca de los que podemos llegar a pensar. De hecho está en casa de nuestros padres.

Recuerda eso que haces cada vez que vas a casa de tus progenitores para visitarles un rato, esa curiosa tradición que se ha ido implantando visita tras visita: después de saludarlos, tu cuerpo se desplaza automáticamente —como poseído por una entidad sobrenatural— hacia la cocina, te plantas delante de la nevera y la abres. Te quedas quieto ahí delante durante un buen rato, observando todo lo que hay dentro. Todo-lo-que-hay-dentro. Un-buen-rato. El mismo rato que debe tardar una persona de complexión media a morir bajo el agua aguantándose la respiración.

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Delante de la nevera se está fresquito, más fresquito que en tu nevera. Sí, aquí se está bien. Dentro también hay luz, una luz que te permite ver todo lo que hay almacenado dentro. ¿Y qué hay almacenado dentro? Pues bueno, exactamente hay todo lo que tú no tienes. Tu nevera son los huecos de un puzzle que no permite identificar el dibujo mientras que la de tus padres son las fichas que facilitan la comprensión de la ilustración. El puzzle terminado es una vida decente. Ellos han ganado, tú no.

Porque este ritual de la nevera no es nada más que la representación teatral de tu propia miseria. Abres esa nevera esperando encontrar un bálsamo para el vacío que asola tu propia nevera, o sea, para acercarte al imposible de un sueldo y un hogar digno. Ese esquelético paisaje refrigerado que tienes en casa no puede competir con ese mar repleto de productos extravagantes que ni sabías que existían, una amalgama de colores maravillosos y formas imposibles que no dejan ni una sola esquina de la nevera libre.

En cambio, tú solo tienes un limón cortado, un jengibre que no sabes cómo utilizar y unos sobres de kétchup del McDonald’s, eso es todo. Bueno, puede que en el congelador tengas unas empanadillas de atún de esas que cuestan un euro y vienen doce, pero están tan cubiertas de hielo que ni te planteas comértelas. Tu nevera es como el esqueleto de un edificio que dejó de construirse al quebrar la promotora, una acumulación de espacio vacío, la posibilidad de ocupar un volumen. Pues bueno, este es tu retrato.

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Te plantas ahí delante de la nevera de tus padres y te quedas embobado. Ese electrodoméstico no solo representa la inalcanzable posibilidad de gastarte una buena pasta en el supermercado, también representa la vida deseada: una existencia estable y segura. Las neveras repletas de comida de los padres son tótems y catedrales erguidas que nos recuerdan que, tranquilos, ya no nos puede pasar nada, tenemos un piso, un curro estable, una familia —o algo parecido— e incluso hay un tipo en el centro que tiene una galería de arte que está dispuesto a organizar una exposición con esos cuadros de animales con dedos humanos que pintas los fines de semana. Todo va bien.

Esa nevera es todo lo que nosotros no somos, por eso la abrimos cada vez que nos acercamos a ella, con esa luz cegadora que solo puede emitir aquello que es precioso e inalcanzable. Y no hace ruido. Nuestra luz es blanca y fría y el ruido que lanza nuestro aparato es como el último graznido de un pájaro moribundo que se ha caído del nido.

Las neveras paternales son la promesa de que todo iba a salir bien, de que algún día nuestras neveras también serían así. Es por esto que estudiaste y es por esto que intentaste “currar de lo tuyo” mientras perdías años de vida cobrando una mierda. Esta nevera era la recompensa. Pero al final desististe porque tu nevera no podía crecer más. Eres esto. Ei, ¿eso de ahí es un brócoli? Parece un trapo seco. En fin, asúmelo, nunca tendrás la nevera de tus padres.

Sigue a Pol en @rodellaroficial.

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