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ESPAÑA

Pablo Iglesias contra Aznar: cuando odiarse no es suficiente

La referencia a Venezuela tardó 20 segundos en aparecer. Y de ahí todo fue para arriba.
Imagen vía canal del Congreso de los Diputados

Lo de ayer en el Congreso de los Diputados, no nos engañemos, no fue simplemente la comparecencia de un expresidente del Gobierno. Cuando se trata de Aznar, nada de lo que le rodea es simplemente. Tampoco es amigo de los simplemente Pablo Iglesias, uno de los diputados que se iba a encargar de interrogar al amado líder espiritual de la derecha española por sus responsabilidades en la trama Gürtel.

La cosa pintaba morbosa. Los pistoleros con el perfil más alto a izquierda y derecha del tablero político del país en las últimas décadas, se cruzaban por primera vez (o eso creíamos) en ese salón del Congreso. Iglesias, camisa negra bajo chaqueta azul, una combinación curiosa que daba la sensación de venir inspirada por alguna serie desconocida de Netflix.

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Aznar, traje y corbata oscuros y camisa impoluta que resaltan, como los focos resaltan un monumento ecuestre por la noche, la faz trabajada del estadista retirado en sus aposentos y que sale a ver cómo ha empeorado la obra magna que dejó. Tanto las hinchadas como los espectadores neutrales esperaban el histórico cara a cara entre los antagonistas con la tensión de quien sabe que Batman y Joker se van a encontrar en el ascensor de un momento a otro. El papel de Batman y Joker, por supuesto, coincide en ambas hinchadas: Batman es el nuestro, Joker es el otro.

Cuando llegó el turno del morbo, es decir, el arranque del interrogatorio de Iglesias a Aznar, el expresidente ya había calentado antes. Lo había hecho con varios diputados, entre ellos con un Gabriel Rufián al que le había respondido con conceptos tan gruesos como golpe de estado o secesionismo violento las cuestiones relativas al caso Gürtel. Cuando uno calienta, el tipo de calentamiento nos habla de la actividad que va a realizar a continuación.

Y raramente, quien viene de calentar los brazos golpeando sacos, lo hace para tocar el piano. La comisión en la que comparecía Aznar tenía por título “Comisión de investigación sobre la presunta financiación ilegal del PP”, donde la palabra más importante era “presunta”, clave para que la estrategia de Aznar allí fuese la de negarlo todo. En un momento dado, a nadie le hubiera extrañado que el expresidente hubiese negado haber tenido bigote en algún momento de su vida.

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A pesar de que la referencia a Venezuela tardó exactamente 20 segundos en aparecer de la boca de Aznar tras la primera pregunta de Iglesias, el duelo apuntaba, sorprendentemente, a perfil bajo en los primeros compases: "respóndame, señor compareciente; le respondo, señor diputado".

Aznar negaba lo que tanto las informaciones como los jueces habían constatado

Había empezado gris el encuentro por mucho que compareciente y diputado pareciesen los peores insultos sobre la tierra cuando salían de las bocas y miradas de los púgiles del gran duelo. Preparado con un machete para abrirse paso entre la maraña de negaciones absolutas de Aznar, Pablo Iglesias le dio todo el sentido que se le puede dar a la palabra interrogatorio.

El líder de Podemos venía estudiado de casa, con fechas y nombres, con relaciones y fotos que, en su cabeza metida en un despacho policial, se unían en un tablón, uniéndose con una cuerda entre ellas siempre pasando por la foto del Aznar con bigote de la época. Un Iglesias que colocaba trampas cuyo cepo saltaba dos preguntas después: ¿Conoce usted a Menganito? ¿No lo conoce? ¿Cómo puede ser entonces que usted y Menganito coincidiesen aquella vez en aquel lugar?

Tras varias evasivas de Aznar, en las que el expresidente negaba lo que tanto las informaciones como los jueces habían constatado —en el PP existió una trama de financiación ilegal— Pablo Iglesias le recordó al expresidente la obligación de no mentir en una comisión de investigación del Congreso, hecho castigado sobre el papel del código penal con hasta un año de cárcel. Aznar, que no conoce ni la cárcel ni la rectificación, en lugar de corregir su versión alternativa que negaba lo constatado por los jueces, siguió por la linde y de paso acusó a Iglesias de faltar a la verdad en sus preguntas. Aznar en estos casos, siempre juega a empatar.

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¿Conoció el caso Naseiro, señor Aznar? Es usted un anticapitalista y un antisistema. La táctica de Aznar cuando Iglesias empezó a apretar las tuercas del interrogatorio fue la de llenar de barro las solemnes alfombras del Congreso. La sorpresa, para el espectador y para Aznar, llegó con la respuesta de Iglesias a esos ataques: no la hubo. Después de alguna de las descalificaciones del expresidente, el líder de Podemos, al que en más de una ocasión le hemos visto perder los nervios en peleas de barro con rivales políticos, solventaba el desplante con un “gracias, señor Aznar, voy con la siguiente pregunta”.

Las respuestas del expresidente lanzaban balones fuera que, por supuesto, llegaban a Venezuela e Irán

La actitud de Iglesias, por inesperada, sólo hizo que Aznar aumentase la intensidad de las descalificaciones, apoyándose de vez en cuando en las miradas cómplices de unos cuantos señores diputados del PP que, sentados en un lugar cercano a la mesa de comparecientes, acompañaban los golpes más ingeniosos de Aznar, con risas sonoras y manotazos contra la mesa a modo de aplauso.

Tras cada nueva pregunta sobre la trama Gürtel de Pablo Iglesias, las respuestas del expresidente lanzaban balones fuera que, por supuesto, llegaban a Venezuela e Irán. Un Iglesias desconocido seguía sin entrar al trapo, siguiendo con el papel de abogado de la acusación que solo había ido allí a demostrar ante el juez —el espectador en este caso— la relación de Aznar con los responsables de la trama corrupta, no a pelearse.

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"Tampoco conozco de nada a ese señor", respondía Aznar a cada nuevo nombre de miembro de la rama valenciana de la trama. “Vamos, lo conozco como lo conozco a usted”, vacilaba Aznar con el apoyo de la cuadrilla sentada cerca, “tan solo recuerdo haberlo visto, como a usted, una vez de lejos”. Ahí fue cuando descubrimos que aquel encuentro Batman-Joker que creíamos inédito, no lo era para Aznar. Sí para Iglesias, que dijo no recordar —no sabemos si por meterle un gol de ego a Aznar o porque realmente no fue consciente de ese encuentro— el momento en el que había tenido cerca al antagonista Aznar.

El choque de trenes, el momento Sálvame Deluxe, llegó, como no podía ser de otra forma en un guion de superproducción, en los minutos finales. Tras recordarle Iglesias a Aznar la lista de los invitados imputados a la boda de si hija —a los que el expresidente decía no conocer— Aznar se lanzó al monte, queriendo empatar la mítica boda del Escorial con Berlusconi de padrino y la Gürtel de punta en blanco, con el nacimiento de los hijos prematuros del diputado Iglesias.

Cuidado con nombrar a la famiglia, pareció decirle el líder podemita al que, además de la alusión íntima, señaló como “peligro para España y la democracia”. En ese momento, el presidente de la comisión, el diputado de Nueva Canaria Pepe Quevedo, llamó tímidamente y por primera vez al orden a José María Aznar. Al menos el expresidente tuvo la elegancia de no acusar de nada relacionado con ETA a los recién nacidos, debió de pensar el canario.

Cuando el odio no es suficiente, ganar es fundamental

El debate acabó sin que ninguno de los rivales políticos, aparcase el papel que se había dado para la cita. Iglesias robándole a Aznar el tono institucional que se espera de un expresidente. Aznar, robándole a Iglesias el tono bronco que se espera del líder de Podemos. Ambos se cuidaron, eso sí, de disimular el odio —no es bonita la palabra para una crónica política, pero en este caso es necesaria y objetiva— que sentía por quien tenía delante. Ambos lo hicieron porque cuando el odio no es suficiente, ganar es fundamental.

“Acaba de dar usted una imagen patética para mi país. Trabajaré para que en mi patria nadie se tenga que avergonzar por tener expresidentes como usted”, acababa Iglesias en alto su intervención intentando robarle la patria a Aznar. “De lo que usted se avergüence, a mí me da igual”, le respondió el expresidente, que acabó su comparecencia en la comisión que pretendía arrojar luz sobre los abusos democráticos de la trama Gürtel de la mejor manera posible, citando a un poeta multimillonario argentino, Alejandro Roemmers, conocido excéntrico amante de grandes lujos y fiestas con personajes VIP: “Vivir es mi pasión y mi aventura. De nada cuanto hice me arrepiento”.