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cine

Las mujeres de 'La favorita' se salen de todos los marcos

Lanthimos presenta a mujeres con infinitud de posibilidades, capaces de ejercer la maldad y el chantaje, de ser quienes quieran ser.
La favorita emma stone
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Al comienzo de La Favorita cuando vemos al personaje de Abigail dentro del carruaje, llegando a palacio, frente a ella, un hombre desconocido se masturba sin ningún pudor. Ella está ahí, inmóvil, lo único que puede hacer es desviar la mirada y poner cara de asco. Podríamos pensar que en ese momento, todo el mundo puede reducirse a eso: una mujer en un carruaje, asistiendo a ese acto. La mujer convertida en ese obscuro objeto de deseo.

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Se ha acusado a Lanthimos de hacer una película ingrata con las mujeres. Me pregunto qué han visto esos que despachan La Favorita con tanta ligereza, enarbolando las banderas de un feminismo mal entendido, como decía el crítico de cine Carlos Heredero. Más adelante, y por buscar el anverso de esa primera escena en la que ese hombre se masturba sin que el personaje de Abigail pueda hacer nada más que desviar la mirada, encontraremos a Abigail en su noche de bodas, masturbando con desdén a su reciente y flamante marido, que entre súplicas le implora que por favor le haga algo. Ella se la menea, con la mirada perdida mientras murmura en alto sus temores. No quiere perder el poder.

Entre esas dos escenas que describen todo un arco evolutivo del personaje de Abigail, se desarrolla toda un relato que tiene lugar en las postrimerías del siglo XVII, en la Inglaterra de la reina Ana Estuardo. Asistimos a un juego de máscaras, deseo, dependencia y sexo, por hacerse con el favor de la Reina Ana y alcanzar el poder. Dicen de Lanthimos que ha realizado su obra más accesible; yo, en cambio, veo una perfecta progresión con respecto a sus anteriores trabajos. Soledad, incomunicación, ejercicios autoritarios de poder y toda una serie de personajes perfectamente dibujados. Es un teatro de vanidades, el contexto histórico es una excusa y Lanthimos lo sabe. Durante todo el metraje nos sigue señalando con su dedo acusador. Igual que ha hecho desde Kineta, igual que hizo en Canino.

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Lanthimos nos enseña cómo languidecen los poderosos y cómo desquicia el poder. El trabajo de Olivia Colman como una reina Ana dependiente y manipuladora, a la que solo le falta llevar pañales, es de una categoría asombrosa. Valga como resumen de su actuación el momento del baile en el que, consumida por los celos, la cámara de Lanthimos la retrata con un zoom cada vez más asfixiante sobre su cara y con ese maquillaje que se deshace (que recuerda al del patético protagonista de Muerte en Venecia). La reina Ana quiere alimentar sus pasiones más bajas, quiere follar y quiere comer, y mientras ha descuidado sus obligaciones. La reina Ana quiere que la deseen, que Sarah la desee, con su corona pero sobre todo despojada de ella. La reina solo quiere que le coman el coño y que la cuiden cuando esté enferma. La reina quiere atenciones.

En este triángulo absolutamente fascinante encontramos a la segunda en cuestión, Sarah, Duquesa de Marborough, interpretada por una habitual de Lanthimos, Rachel Weisz. Sarah es la favorita de la reina, entre ambas hay una relación absolutamente tóxica pero fascinante: intercambian poder y sexo y además comparten un pasado. Si la reina quiere las atenciones de Sarah, Sarah quiere gobernar el país, tomar decisiones, firmar actas y dirigir ejércitos desde un sillón. Sarah monta a caballo, dispara con gran precisión, es un personaje que sabe lo que quiere y no lo oculta. Le gusta ejercer el poder y detentarlo. Obsesionada con continuar la guerra con Francia, descuidará su relación con la reina, que se encaprichará de Abigail, interpretada por Emma Stone.

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Lanthimos nos enseña ese triángulo de manera continuada, cuando Sarah y la reina hablan, la cámara las abandona para mostrarnos a Abigail a cierta distancia, como si en realidad estuviera agazapada, esperando su momento. En esos momentos, la cámara al desplazarse de la acción nos muestra la grieta en la relación que Abigail comienza a representar para Sarah.

De igual forma, el director emplea el ojo de pez en diferentes momentos del metraje; la imagen cobra así una relación de aspecto totalmente deformada, los personajes se alargan de manera absurda, es como si asistiéramos a una reunión alucinada. Apuntalan ese tono absurdo tan típico de Lanthimos las escenas en las que los personajes masculinos se divierten haciendo carreras de patos, o lanzando frutas a un señor desnudo que intenta esquivarlas delante de un biombo. Mientras estos nobles dedican su tiempo a intrigas palaciegas, juegos y bailes trasnochados, la guerra que ellos han decidido librar tiene lugar a miles de kilómetros. No hay tanta diferencia con el estado actual de la cuestión, mientras los grupos que ejercen el poder desarrollan sus intrigas y maquinaciones, millares más pobres mueren lejos de sus fronteras.

Abigail, esa dama venida a menos por el absurdo comportamiento de su padre —se lo jugó todo a las cartas— empieza a trabajar como criada de palacio por tener carta de recomendación. Abigail solo quiere escalar y recuperar su sitio. El personaje lo deja claro durante el metraje: "Solo me importo yo y siempre estoy de mi lado", parece decir. Es un personaje que intenta convencernos de tener un código moral, no quiere traicionar la confianza de la duquesa, pero acabará sucumbiendo. La reina la percibe como uno más de esos conejos que tiene (uno por cada hijo perdido), un ser dulce y generoso.

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Pero solo es una máscara, Abigail maquinará por hacerse con el favor de la reina y así desplazar a Sarah de su lado. Usará el sexo, el veneno, manipulará y mentirá. Lanthimos también usa la cámara durante todo el metraje como una premonición, mucho antes de saber la caída en desgracia de ambas favoritas, la cámara nos recuerda quién está arriba y quién está abajo. La cámara situada a cierta altura no deja de recordarnos que la reina está encima de las otras dos. Una cámara espada de Damocles, una cámara que puede cortar cabezas.

Lanthimos en sus filmes siempre recurre a los animales y al baile, recursos que usa como una proyección de la condición humana que retrata. En esa maravillosa última escena, donde Lanthimos mantiene la cámara, primero en la reina y después en Abigail, nos muestra varias cosas. Primero, que la reina es La Reina. Por eso aparece de pie, medio inválida y enferma pero de pie, apoyada en Abigail, que ha pasado de criada a dama, pero que ha acabado hincando la rodilla ante su majestad. Y segundo, casi al final del plano, Lanthimos superpone ambos rostros, mientras la imagen de los conejos de la reina se mezclan con sus caras. Igual que los conejos de la reina, parece decirnos Lanthimos, queremos ser cuidados. El director nos enseña los niveles en los que opera La Favorita, por una parte iguala a los personajes en ese desquiciamiento por ser amados, poderosos y deseados, pero deja claro quién permanece de pie y quién arrodillada.

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Mención especial para la puesta en escena y la iluminación, que hacen pensar en los maestros holandeses cuando la cámara nos muestra la cocina, y en el tenebrismo de Caravaggio cuando nuestras protagonistas se desplazan por el palacio iluminando su caminar con la llama de una vela. Maravillosos salones y decoración excesiva, no hay en las paredes ni un centímetro libre para colocar una chincheta. El trabajo de vestuario, que al igual que la música, produce maravillosas disonancias. Los trajes no pertenecen a la época y la música extradiegética en ocasiones es distorsionada con sonidos metálicos que le otorgan una inusitada contemporaneidad.

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Un continuo memento mori al que Lanthimos recurre para que no olvidemos que estas bajas pasiones, estos juegos de poder no son un anacronismo como los estampados barrocos de cortinas y tapices. Si desnudáramos cada pared y cada cama, si borráramos el maquillaje y lanzáramos las pelucas al suelo, nos quedaría un esqueleto, un cuerpo lleno de temor, dudas y deseo de ser amados. Y es que más que ver a personajes de mujeres, como decía Heredero, malvadas y patéticas y a un director que se regodea en el espectáculo de la maldad, yo veo a mujeres con infinitud de posibilidades, capaces de salirse del marco establecido, capaces de ejercer la maldad y el chantaje, de ser quienes quieran ser. Y es que, como diría la duquesa: “Sometimes a girl only wants to have fun”.

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