Pasé una tarde con Roger: chofer, dentista y terapeuta hipnótico

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Artículo publicado por VICE México.

Hace un par de semanas un amigo mío me enseñó una tarjeta de presentación. La había encontrado tirada mientras caminaba por las calles de la colonia Mixcoac, en la CDMX, pero de inmediato sabía que tenía en sus manos algo especial. Una foto de un hombre, que parecía datar de finales de los 80 por la calidad de la imagen; el peinado, la pose y la vestimenta que apuntaban a una estereotípica foto de graduación. Al lado de la foto simplemente decía Roger en un fondo blanco y abajo un número de celular. Todo esto me lo contó sin enseñarme la tarjeta, tomando una cerveza en su casa y mientras me explicaba que no entendía nada sobre este tipo. Con impaciencia le demandé que me la enseñara.

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Después de 30 minutos en la búsqueda, regresó con la misteriosa tarjeta en la mano. Me la dio. Efectivamente su descripción era fiel a lo que me contaba, pero faltaba lo más importante de esta sutil presentación de préstamo de servicios: al revés se lee, con imágenes a blanco y negro correspondientes para cada uno de los trabajos: un coche, “Servicio ejecutivo de transporte”; un ángel sobre un campo, “Hipnosis terapéutica a domicilio”; una muela, “Odontología estética e integral”. Los servicios de Roger son tan dispares como fascinantes.

Sin poder conflictuarme más con la curiosidad que me daba la tarjeta que robé de mi amigo, marqué el teléfono y sin cavilación contestó el afamado Roger. Un entusiasmo inmediato brincó desde su voz y yo seguía sin entender en qué estaba por meterme. Sabía que no era un deporte de alto riesgo, pero aún así, algo no era del todo convincente cuando un tipo anuncia que es un profesional de las tres cosas, tan dispares y extrañas, para además permitirle que practique su profesión con mis dientes de por medio. En una conversación que esperaba fuera breve, terminé platicando durante nueve minutos con Roger sobre mi intención de hacer el tour completo de sus servicios y por qué quería hacerlo.

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Un hombre común

Quedamos de vernos un miércoles a las 2:30 de la tarde en la esquina de mi oficina del trabajo. Roger, después de un mes de conocer su foto y una semana de anticipación, aparece en un coche-camioneta listo para comenzar la travesía laboral. De inmediato al recibirnos a mí y a Paty, nuestra fotógrafa, Roger comienza a hablar: “Yo me miro todas las mañanas en el espejo y digo: ‘no es mucho pero es todo lo que tengo’”, comienza Roger cuando le comento sobre su notable energía. “Entonces, lo único que me queda es amarme profundamente. Como le digo a mi hijo, Emmanuel, ‘el dolor existe, pero el sufrimiento es optativo’”. Su carácter se bocetea con cada palabra, señalando que la respuesta detrás de cualquier cumplido dirige una intuición sobre cómo es una persona.

Roger me cuenta que es mexicano de nacimiento, de padres mexicanos, él futbolista y ella enfermera. Tiene 52 años y dos hijos con su esposa. Un hombre completamente ordinario que, como muchos otros, se hace partícipe de lo extraordinario a través de su trabajo y su familia. Sueña con que su hijo de 17 años, Emmanuel, pueda representar con orgullo a México en las Olimpiadas de Tokio 2020. Espera verlo desde la tribuna de la mano de su hija Caro, de 18 años, su princesa, como reiteradamente la describe, quien ha batallado por años con una condición médica de mucha gravedad de la que no hay certeza absoluta si podrá superar. Roger, como se podrá presuponer, delinea la situación con precaución y una resiliencia enjaulada que encuentra cauce en sus trabajos. El servicio de transporte ejecutivo, por ejemplo, lo usa para sus ratos libres y que personas del extranjero puedan conocer la ciudad desde la perspectiva de un local.

“Yo soy un tipo con suerte porque desde los seis años me enamoré de la imagen del señor dentista”, me dice. “Mi abuela me llevó con un tipo y yo dije ‘así quiero ser yo’, tal cual, ‘sonriente, feliz y tranquilo’, y pues al final del camino se convirtió en un sueño que cristalicé, estudiando en la Universidad Metropolitana. Me esforcé un montón para entrar y lo que más quería era colgarme la medalla al mérito universitario”. Me dice con receló que no lo logró, por una décima. Él sabía que no tenía una posición privilegiada dentro de ese gremio y sintió que no tener esa medalla era un lastre sobre su propia carrera. No obstante, confiesa que entró a la universidad alrededor de los 16 años y se estaba graduando a los 20 o 21 años, por lo que tenía algo de tiempo adelantado. Esa misma frustración encontró otro canal a través del estudio de la anestesiología, que no era particularmente su interés, pero en la Universidad de Boston, en Massachusetts, ofrecían un programa con enfoque en neurociencias y, con ello, una entrada preeliminar y científica en lo que después se convertiría en su práctica como terapeuta hipnótico.

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Cruzando la ciudad en su coche por más de cuarenta minutos en un trayecto que normalmente es de veinte, empiezo a impacientarme. En el coche de Roger, además, me percato de que para este punto ya estamos dando vueltas. No sé si es una preparación para la eventual sesión hipnótica que haremos pero cada vez me siento más enjaulado en una conversación que no termino de comprender.

Roger me cuenta que, una vez en Boston, tuvo un problema con su propia salud dental, en el tercer molar. “Para tratar un caso como el que yo tenía, llamado trismus, por deber con el paciente es necesario recetar un analgésico para el dolor, un antiinflamatorio y relajante y un antibiótico para combatir la infección. Después de esto, si te ves muy hombre de ciencia, es necesario esperar 72 horas para poder llevar a cabo una operación”. Gracias a esa misma condición es que se puso en posición de “conejillo de indias”, para probar el tratamiento a través de “un estado de conciencia alterado”, propuesto por uno de sus profesores. Sometido a una hipnosis, sin ninguno de los tratamientos preliminares que me contó, dice, habían terminado el procedimiento en menos de 15 minutos. “¡No lo podía creer!”, dice emocionado. “Estaba perplejo, anonadado, sorprendido. No me quedaba la menor duda de que lo que me decían funcionaba de primera mano. Yo vi que era el futuro”.

Poniendo a prueba mis férreas convicciones ideológicas, Roger comienza a explicarme sobre su transcurso en el mundo del hipnotismo, que si bien comenzó con una aproximación científica, terminó por englobar cuestiones espirituales con las que nunca he tenido una relación cercana. Naturalmente, mi estrés aumenta, pero intento mantener una línea estoica que, para este punto, tanto él como yo carecíamos. Él por su mera manera de ser y yo por neurótico.

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Terapeuta

Desesperado por el tráfico, le pido a Roger que se orille y platiquemos en otro lado que no sea en el coche. Al parecer, aún teníamos que esperar otra media hora para que pudiéramos entrar al consultorio. Amablemente, nos invita a mí y a Paty por un café en lo que esperábamos y continúa con su historia. “Después de esta experiencia científica con la hipnosis, decidí buscar otro lugar para continuar estudiando esta rama e ingresé a la Universidad de los Pueblos de Europa, en Málaga, España, luego a la Universidad de Cuautitlán Izcalli para estudiar odontología estética e integral. Finalmente esa es mi formación como dentista, pero con el uso y estudio de la hipnosis como método para evitar anestésicos a quien lo desee”. Después de un tiempo, al final de terminar sus estudios a inicios de los noventa, la voz sobre lo que hace con hipnotismo se comenzó a esparcir y una amiga suya le pidió ayuda con su hija, quien pasaba por una depresión tras haber terminado una relación.

“Básicamente esta niña se quería cortar las venas con galletas de animalitos”, me dice. “Yo por mi parte le dije a su mamá que se le pasaría, pero específicamente me pidió ayuda para tratar este tema con el fin de aliviarla. Bueno, el punto es que le hago una terapia linda, respecto al hecho de involucrarla como parte de la naturaleza, y resulta que a través de la terapia se le barre el autoestima. Entonces, de repente comienza a caer en una regresión”. Para este punto mi escepticismo se comienza a alertar, pero le pido que me explique qué es una regresión y continúe con su relato. “Una regresión, Sergio, es un viaje a otra vida. Es un tema álgido, delicado y altamente cuestionable. El cerebro te juega de manera linda y te transportas a una época diferente. No era la intención de esta terapia, pero sucede. El caso es que esta niña de 16 años llegó a la edad media. Con su madre presente, ella empezó a hablar en un inglés británico hermoso y vi a Martha con los ojos completamente abiertos. Igual seguí con la terapia y cuando sucedió esto, es necesario confrontar a la persona con el karma, que es la muerte, tal cual. Das un roll en esa vivencia y después la jalas de regreso”.

“Dentro de mi formación también aprendí de estas situaciones y cómo manejarlas. La cuestión con ella en específico es que fue muy espontánea. Cuando llega el momento de traer a esta chica, ésta me cuenta historias fantásticas sobre el clima temático de la muerte. Ella me cuenta que había muerto en un sismo y el cuerpo te representa la muerte misma. Tuve que decirle que se relajara por que se venía una muerte mental, ‘no pasa nada, tranquila’, le decía. En fin, termina la sesión y Martha aún no se la cree, y me confiesa que la niña no sabía hablar inglés”. Me quedo callado. Veo como Roger termina su anécdota esperando una respuesta, pero no soy capaz de darla. El consultorio, después de dos horas de plática, al fin abre.

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Dentista

La consulta dental es mucho menos estresante que estar dando vueltas alrededor de la Nápoles. Con confianza notable, Roger analiza mis dientes, me hace una limpieza con extremo cuidado y profesionalismo y concluye que me hacía mucha, mucha falta una revisión dental. Mientras me revisa con los clásicos instrumentos odontológicos, sigo pensando cómo será la sesión hipnótica. Me había dicho que todo sucede gracias al cerebro, a su enorme poder imaginativo para conectar cosas que no habíamos creído posibles anteriormente. Sin embargo, dado su relato, es inevitable pensar que él sentía haber cruzado las limitaciones biológicas de una persona. Habla de cuestiones metafísicas, sobre cómo Cristo fue un “iniciado”, la razón detrás de los milagros, etcétera. Yo, con mi escepticismo, particularmente sobre temas espirituales, me cuestiono cuáles son los límites, por lo tanto, de lo que es válido, posible o útil de lo que compete su práctica y qué tan efectivo puede ser sobre una persona que no comparte sus creencias.

Con diligencia es evidente que no sólo es un dentista bien formado sino que, sorpresivamente, hace que sea una experiencia amigable, a diferencia de lo que normalmente significa hacer una visita al dentista. La consulta es rápida: en menos de 20 minutos ya habíamos terminado. En la revisión deja atrás todos los temas que habíamos tocado antes y se comporta como un completo profesional. Me notifica que tengo que mejorar bastante mi higiene dental, haciendo especial énfasis en el daño que me ha causado fumar por tantos años.

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Hipnosis

La sesión hipnótica es muy similar a como lo esperaba. Una meditación guiada, hecha desde una silla de dentista, en la que me pidió que fuera relajándome paulatinamente. Pasando por las extremidades, espalda, cuello y estómago con una respiración controlada, Roger espera inducir el “estado de conciencia alterada” que me había platicado antes. No obstante, como es posible imaginar, es muy difícil concentrarse, relajarse o dormitar estando reposado en una silla de dentista mientras se escucha el chirrido constante e indicaciones del ortodoncista del cubículo contiguo al mío. Intento durante toda la sesión ignorarlo y a ratos lo logro, pero aún con el compromiso abierto a tomar con interés y seriedad esta parte de las profesiones de Roger, siento que algo no me cuadra por completo.

La meditación, para mí, siempre ha funcionado de manera inversa. Me causa mucho estrés sentir que una persona funge como un guía de la experimentación de tu propio cuerpo o mente, y con ello tengo que batallar levemente para permitir que Roger continuara con el ejercicio. A través de respiración pausada, eventualmente logro relajarme. Me di cuenta de que si no le permitía relajarme, nada lo haría. Y así, con sorpresa, siento como lentamente el estrés se escapa conforme imagino el clásico escenario de una meditación guiada: tu lugar feliz. Me imagino sentado en una playa viendo el atardecer, tal cual, como un cliché. Me pide imaginarme como una hoja liviana que flotaba por el aire, me dice que ya estoy completamente dormido, que me concentre en ciertas partes de mi cuerpo, que mi mano es un imán hacia mi frente. Hago como me pide y con cada nueva petición, siento como me relajaba más y más. En un momento me dice que mi mano está muy fría, helada prácticamente, cosa que llevo sintiendo desde minutos antes debido a que iban más de 20 minutos que no la movía y está colgando de la silla. Noto como, para él, que mi mano de facto se sintiera fría es evidencia del poder de la terapia, pero me mantengo con distancia de su posición. Termina la sesión y me comanda despertar, repitiéndome una y otra vez “estuvo extraño, pero agradable”. El chirrido del cubículo contiguo continuaba sonando.

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Me dice que las terapias normalmente las da a domicilio porque es importante un ambiente en el que la persona se sienta cómoda. Por razones obvias, no fue el caso esta vez. Platicamos un poco sobre cómo me sentí, qué pensé o si, de hecho, había funcionado de alguna manera. No dudo en afirmar que el estrés se había disuelto de manera notable, pero aún me quedan muchas dudas sobre ese otro “nivel” del que comentó sobre las regresiones, la relación con Cristo, las energías y cuestiones metafísicas de similar índole. Nos despedimos y pido un taxi para regresar a la oficina. Un poco perplejo por lo extraño que estuvo mi día pienso en la posición de Roger como un hombre, padre, profesionista, espiritista, científico y terapeuta, y regreso a un pensamiento que ya me había abordado anteriormente. Pienso cuántos “Rogers” que se despiertan todos los días para darle atención médica a su hija, manejan un taxi, reciben pacientes dentales y luego visitan casas de personas para dar terapias hipnóticas hay en la Ciudad de México. ¿Cuánta energía es necesaria para hacer tres diferentes servicios, además de ser vendedor de paseos de globo aerostático en los fines de semana, en los que todos es necesaria una interacción humana directa?

El arrojo que tiene sobre sus profesiones se convierte en una reflexión palpable y directa de necesidad económica de la mano de una voluntad implacable por hacer un poco más de lo necesario. Roger, en efecto, es un hombre ordinario que coquetea con lo extraordinario por una convicción y voluntad atípica. Me recuerda que, al fin y al cabo, la visión que tiene uno sobre su propia realidad termina por configurar el resto que le rodea. No tuve una regresión espiritual, pero sí fui testigo de una energía sobresaliente que, a veces, todos carecemos.


Puedes contactar a Roger para cualquiera de sus servicios en su celular: +52 1 55 1524 0322