En el colegio, a Dani Pearsall le decían “la niña dragón”. Su ambición e ímpetu hicieron que muchos la vieran como dura y ruda, y los chicos expresaban un poco de desagrado cuando tenían que trabajar con ella en clase. Cuando entró a la universidad, sus compañeros de la clase de escritura creativa rogaban por hacerse con ella. “Eran como: ‘Wow, eres genial, eres tan honesta’”, cuenta la administradora de veinticinco años.
Jud Nichols, un defensor público de treinta y un años de Minnesota, jugó baloncesto por mucho tiempo con un mismo grupo de amigos. Inicialmente no solía recibir ningún halago de parte de sus compañeros de equipo. “Soy un jugador muy promedio”, dice riendo, “pero de repente la gente empezó a decirme cosas como: ‘Jugaste muy bien. Qué buen juego’”.
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La personalidad de Dani no cambió, así como tampoco cambiaron las habilidades de Jud para el baloncesto. Lo que si cambió, sin duda, fue su apariencia.
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En 1920, el psicólogo estadounidense Edward Thorndike acuñó un nuevo término. El “Efecto Halo” es un sesgo cognitivo, lo que significa que cuando vemos una buena característica en una persona, sobreestimamos sus otros rasgos positivos (el primero siendo el halo, que ilumina a todo el individuo). En 1972, tres psicólogos demostraron el efecto al preguntarle a voluntarios por la personalidad de algunas personas, pero basándose únicamente en sus fotografías. Una cantidad abrumadora de participantes asumió que la gente más atractiva también era más amable, más confiable y más exitosa. El estudio se tituló “What is beautiful is good” (Lo que es bello es bueno).
Puede que esto no te sorprenda. Muchos creen en el privilegio de lo bello; en la idea de que la gente hermosa tiene una vida más fácil. Sin embargo, el efecto halo también es llamado a veces el “efecto de cuernos y halo”, pues tiene un lado negativo. Cuando alguien no es atractivo, la gente asume que él o ella tiene malas cualidades. ¿Pero qué tan generalizado está este fenómeno? ¿Qué tan dañino es?
Cinco personas que han cambiado drásticamente de apariencia han accedido a hablar conmigo para esta nota. Cada individuo ha pasado de ser convencionalmente poco atractivo a ser convencionalmente atractivo en los ojos de la sociedad occidental. Los cuerpos delgados son valorados en Occidente y varios estudios han expuesto que las personas obesas enfrentan estigmas sociales, así que este artículo incluye a algunas personas que han perdido una cantidad significativa de peso; aunque estos individuos también hicieron cambios en sus hábitos de cuidado personal para encajar en la de “atractivo” de esta sociedad.
“Si me hubiera quedado gorda y no hubiera perdido peso, no habría sabido la diferencia en cómo me trataban antes”, dice Emma Passe, una ejecutiva de cuentas de treinta y cuatro años. “Ahora veo una diferencia enorme”.
Después de haber vivido con sobrepeso gran parte de su vida adulta, Emma decidió perder peso a los treinta y un años cuando empezó a sufrir de apneas del sueño, palpitaciones y acné corporal. “Entre más peso perdía, más pequeña me hacía y más gente me hablaba”, confiesa. Afirma que la gente es más amable de lo que ella pensaba. Ahora charlan más, saludan cuando antes no lo hacían, le preguntan por su día. “Siempre pensé que la gente era amigable, pero ahora creo que todo el mundo es súper amigable”.
El hecho de que la gente fuera amigable sorprendió enormemente a Ashley (quién no desea dar su apellido). La mujer de treinta años de Portland me dijo por email: “Ahora, cuando hago contacto visual, las caras de las personas se iluminan y me sonríen”. Su shock se evidencia en exceso de puntuación (“Wow, la gente sonríe???”) cuando nos describe otras revelaciones. “La gente me escucha… Me siento como un verdadero miembro de la sociedad”.
Como Emma, Ashley se dio cuenta de esto después de haber perdido peso. Tras ser matoneada cuando era niña, ella dice que se sentía como “basura” antes de conocer a su esposo y perder setenta y cinco kilos, de aprender de maquillaje y cuidado de la piel, y de cambiar su forma de vestir. Aunque en su mayoría se siente “aliviada” por la amabilidad de la gente, hay cierta amargura. En su momento de mayor peso, Ashley dice que la molestaban o la trataban con lástima y desagrado.
“Creo que una montaña de mierda pasaría por menos desdén que yo”, dice. “Cuando uno ve la dualidad en la gente tan claramente, es difícil que a uno le agrade alguien nuevo. Puede que sean agradables ahora, ¿pero habrían sido iguales cuando tenía el doble de mi peso?”.
“Si quieres algo, sonríes y te lo dan – es de locos”.
Dani hace una pausa larga cuando pregunto si hay alguna desventaja para su transformación. En el bachillerato ella se vestía con ropa unisex y evitaba el maquillaje, lo que significaba que solía ser llamada “señor” por desconocidos. En la universidad ella empezó a usar vestidos, se dejó crecer el pelo y aprendió a maquillarse con tutoriales de YouTube. “Umm”, finalmente contesta. “La verdad, es increíble. Tiene muchas ventajas”.
Como era de esperarse, Dani —al igual que muchos de mis entrevistados— empezaron a conseguir más atención del sexo opuesto. “Seguía siendo Dani y no había cambiado, pero de la nada, la mitad del mundo empezó a notar mi existencia”. Ella se dio cuenta de que sus interacciones tanto con hombres como con mujeres habían mejorado en el servicio al cliente, así como una mejor vida sexual. “Si quieres algo, sonríes y te lo dan – es de locos”. Hace un gesto con la boca, exagerando un berrinche: “Hooola, qué pena pero no puedo encontrar este libro. ¿Podrías, de pronto, buscarlo por mí?”. Dice que funciona.
“Es demente. Es demente. ¿Sabes qué? No sé cómo hacen las personas que han sido bonitas toda la vida para no ser unos completos ególatras, porque simplemente es muy fácil obtener lo que uno quiere”.
La atención del sexo opuesto es la ventaja más obvia a una apariencia física “mejorada”, pero Kameron Rytlewski, un joven de veintitrés años de Michigan, cree que el aumento de su confianza puede haber influido. “Mi peso evitaba que yo fuera la persona que de verdad quería ser, o al menos la persona que me imaginaba ser”, dice.
La gente solía ignorarlo o lo trataban con una “disposición general negativa”, pero ahora son mucho más amigables. “Los comentarios y la atención por parte del sexo opuesto sin duda han sido más positivos. Mis amigos y familia siguen tratándome prácticamente igual”.
Si el hecho de que el sexo opuesto lo trate a uno mejor cuando uno se vuelve convencionalmente atractivo no es sorprendente, el hecho de que miembros de la familia lo hagan sí debe serlo. Dani dice que su padre criticaba su apariencia cuando estaba pequeña, y solía decirle que usara maquillaje. Cuando creció y empezó a maquillarse, “él fue mucho más comprensivo con mi vida”. Jud, el tipo al que lo elogiaron más en baloncesto después de haber perdido peso y seguido consejos de los libros de cuidado masculino, también dice haber sido tratado mejor por su familia. “Incluso la gente cercana a uno tiende a tratarlo a uno un poco diferente”, dice, y explica que miembros de su familia fueron más amigables y quisieron hablar más a menudo.
Como Kameron, Jud quiere añadir que cómo él se siente consigo mismo impactó potencialmente la forma en la que otros lo trataron (esto es algo que los dos hombres entrevistados dijeron, pero ninguna de las mujeres lo hizo). Con ese disclaimer, sin embargo, él dice que ahora la gente se ríe mucho más de sus chistes.
“Mi humor es medio sarcástico e inexpresivo… Cuando me veía menos saludable, creo que la gente no solía entender que estaba molestando, pero ahora la gente parece entenderlo”.
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De todas las personas que entrevisté, Emma parece ser la que ha experimentado la mayor cantidad de desventajas por su cambio. “Lo más importante para mí, la sorpresa más grande, es que he perdido amigos”, dice, y explica que sus amigos con sobrepeso le dejaron de hablar.
Emma describe otra “pesadilla” de haber perdido peso. Aunque está casada, los hombres le coquetean con frecuencia, lo cual resulta especialmente frustrante en el trabajo. “Siempre me invitan a tomarme un café o a almorzar, o me dicen que soy muy linda o bonita”, dice. “Se siente terrible que a uno le estén cayendo constantemente, o que solo le hablen a uno con ese propósito y no para conocerlo… es devastador”. Estas experiencias muestran que hay desventajas a ser convencionalmente atractiva, y que las apariencias funcionan de muchas formas.
En 1843, Hans Christian Anderson publicó su historia, “El patito feo”. El cuento habla de un patito que es tan fuertemente rechazado por ser feo que decide suicidarse. Pero, ¡oh, sorpresa! ¡Termina volviéndose un cisne, y los otros cisnes lo aman! Como Rudolph (con su nariz brillante), este cuento infantil es incómodo para los ojos adultos. Cuenta una historia sobre encajar para evitar la discriminación y el bullying. Reafirma nuestro sesgo cognitivo innato de que las personas bonitas son las mejores. Lo peor de todo, le dice a la gente equivocada que tiene que cambiar.