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De RoboCop y Desafío Total a Elle: analizamos los mejores momentos de Paul Verhoeven

Paul Verhoeven durante la grabación de Desafío Total. Imagen vía

En unas declaraciones recogidas este verano por la revista So Film, Paul Verhoeven hablaba de su guion sobre la vida de Jesús, el proyecto que (de momento) se le resiste y que contaba con el respaldo económico de Mel Brooks. Esperemos que lo retome, no hay mejor director para enfrentar este reto. También hablaba sobre su devoción por los pechos y por esa habilidad que tiene para enfangar (en el mejor sentido de la palabra) cualquier historia que en manos de otro director sería una sosería. Por ejemplo, El hombre sin sombra, un producto aparentemente mainstream que él retorcía hasta borrar cualquier rastro de El hombre invisible. Es decir, devolver la pasión perdida por disfrutar de un blockbuster en condiciones.

Hay un Verhoeven poco conocido para el gran público, el de su primera etapa holandesa, su país de nacimiento, con títulos como Delicias turcas o El cuarto hombre. Descaradas, con bastante sexo y sin ningún tipo de prejuicios a la hora de afrontar las más bajas pasiones humanas. Incluso, de camino a Hollywood, se marcó una película de época, la ultraviolenta Los señores del acero (en inglés era Flesh & Blood, mucho más adecuado), en la que reconstruía la Edad Media bajo su (girado) punto de vista. Solo por ver a Rutger Hauer, ese gran actor, totalmente desatado merecería la pena tenerla siempre a mano.

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Y luego está el Verhoeven más popular, el de RoboCop, Instinto Básico, Showgirls (patinazo comercial, que merece la pena repasar), Starship Troopers y, por supuesto, Desafío total. Esa joya de la ciencia-ficción, visionaria, sin fecha de caducidad y una de los grandes acercamientos —junto a Blade Runner— al inmenso universo de Philip K. Dick. Como en la película, Verhoeven no quiere vivir de recuerdos, ni traficar con ellos, por eso lleva unos años tomándose la cosa con calma. Tras la estupenda El libro negro, se ha tomado seis años hasta volver a los cines con Elle, que protagoniza Isabelle Huppert y que se estrena el 30 de septiembre en nuestro país. La película lleva haciendo mucho ruido desde que se presentó hace unos meses en Cannes.

Para ir abriendo boca, hemos hablado con Jordi Revert, autor de la última monografía sobre el holandés publicada, que es de los que lo considera un autor a reivindicar.

Es uno de los grandes transgresores del cine de las últimas décadas, y juega un papel importante tanto en Holanda como en Hollywood. En su país se convirtió en uno de los grandes impulsores del cine holandés cuando a duras penas existía una industria. Y en Hollywood conquistó el éxito siendo un director inconformista y provocador, además de muy crítico con la sociedad estadounidense en títulos como RoboCop (1987) o Showgirls (1995). Por todo ello me pareció interesante releer su cine. En España se publicó un estupendo monográfico de la mano de Tomás Fernández Valentí, pero creí que era el momento de actualizar el estudio de su filmografía y contribuir con mi visión a esa reivindicación de Verhoeven como el gran cineasta que es”.

Así que a partir del excelente estudio crítico de Revert sobre todo el cine de Verhoeven, le hemos pedido al crítico que nos seleccione los mejores momentos, los más transgresores, los más subidos de tono (en cualquier sentido) de “uno de esos directores capaces de empujar al espectador más allá de los límites conocidos, y hacerlo desde una personalidad innegociablemente única”.

RoboCop (1987): Masacre en la sala de reuniones

Es uno de los mejores momentos del cine de Verhoeven por varios motivos. Asienta el tono cáustico y virulento de RoboCop, pero además resume perfectamente el modo en que la película arremete contra el capitalismo salvaje y el clientelismo en plena era Reagan. El ejecutivo masacrado cual pelele por el ED-209 es quizá uno de los chistes verhoevenianos con mayor carga política, mala leche y tecnofobia.

Vivir a tope (Spetters, 1980): Veamos quién la tiene más larga

Rien (Hans van Tongeren), Eef (Toon Agterberg) y Hans (Maarten Spanjer) se reúnen en el taller. Está en juego ver quién tendrá el derecho a cortejar a Fientje (Renée Soutendijk). El duelo se resolverá cuando los tres chicos saquen sus penes de los pantalones y comparen su tamaño. Sin embargo, los tres fracasarán por distintos motivos a la hora de llevarse la chica a la cama: Rien quedará paralítico de cintura para abajo, Eef descubrirá su homosexualidad violentamente y Hans se verá incapaz de satisfacerla. El plano explícito da paso a la masculinidad revocada sin tapujos, de forma tan amarga como la película misma.

Instinto básico (Basic Instinct, 1992): El mítico cruce de piernas

La escena más célebre del cine de Verhoeven es una puerta de acceso al mundo de las pulsiones. El sexo semi oculto bajo la falda de Sharon Stone es una exhibición de poder y una invitación a abandonar la realidad normativizada y adentrarnos en los instintos de sexo y muerte. Una invitación que, por cierto, encuentra su origen en una anécdota de la época universitaria del director.

El libro negro (Zwartboek, 2006): La heroína verhoeveniana

Rachel (Carice van Houten) sube al escenario para cantar. La canción, Ja, Das Ist Meine Melodie, ya sonaba en Eric, oficial de la reina (Soldaat van Oranje, 1977). Un vestido rojo, una flor roja en la cabeza y una enorme bandera nazi gobernando el salón que acoge la fiesta. Van Houten es Zarah Leander o Marlene Dietrich resucitada y convertida en quintaesencial heroína verhoeveniana: superviviente, fuerte y dueña de su destino.

Desafío total (Total Recall, 1990): ¿Sueño o realidad?

En medio de su aventura marciana, Douglas Quaid (Arnold Schwarzenegger) recibe la visita del Doctor Edgemar (Roy Brocksmith), quien trata de convencerle de que todo lo que ha vivido es una alucinación. Le ofrece una pastilla roja que aparentemente le devolverá a la realidad, pero una gota de sudor en la frente del doctor es suficiente para descubrir la trampa. La escena articula de manera ejemplar uno de los temas favoritos de Verhoeven: la inestabilidad de lo real, confundiéndose en la fantasía e impidiendo al espectador saber qué demonios está sucediendo.