“Héctor Lavoe estuvo oyendo música ahí donde tú estás sentado”, nos dice Janet Angulo desde el mostrador del almacén Paz Hermanos, el local de unos veinte metros cuadrados ubicado en pleno centro de Cali, la capital mundial de la salsa, en el que, junto a su esposo Lisímaco Paz, han vivido rodeados durante casi toda la vida por una impresionante colección de más de 10.000 discos de salsa y música del Caribe.
“¿Y cómo era él (Héctor Lavoe)?”, pregunto yo, a lo que Lisímaco responde mirando fijamente el retrato del ‘Cantante de los Cantantes’ que cuelga en una de las paredes de la tienda, como si lo estuviese viendo cara a cara: “Él era muy loco, como dice su propia canción. A él lo trajo para acá un amigo mío con el que estudié, que se llamaba Larry Landa, que era un productor y fue el que empezó a traer a todos esos artistas y a esas orquestas a Cali. Larry se trajo a Héctor para la inauguración de una discoteca que montó por la zona de Juanchito que se llamaba Juan Pachanga. A Héctor le gustó mucho Cali y se quedó aquí, quién sabe si por el vicio. Larry le alquiló un apartamento en el Hotel Aristi y Héctor vivió ahí siete meses”.
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Sentado en su local, Lisímaco cuenta también que un día escuchó desde la calle la música que él estaba poniendo en la tienda y a partir de ahí empezó a ir todos los días para sentarse a oírla. “No venía a comprar música, a él lo que le gustaba comprar era artesanías de Colombia y mi mujer lo acompañaba por allá a la avenida sexta a comprarlas y por las noches iba a mi discoteca. Héctor era muy querido y muy buena gente”.
Como este, son muchos más los cuentos que Lisímaco y Janet tienen sobre su almacén, un local que es un pedazo vivo de la historia salsera de Cali, una ciudad que absorbió este género como parte de su ADN y su identidad cultural. “Yo tengo el honor de ser uno de los iniciadores de la salsa acá en Cali porque yo tengo casi 60 años en este negocio”, afirma don Lisímaco.
Visitar la capital del Departamento del Valle del Cauca es respirar salsa en cada esquina. Es caminar por el centro y notar que desde un local suene a todo volumen “Lluvia con Nieve” de Mon Rivera y su Orquesta. Es pasar en taxi frente a la estatua de Piper Pimienta, el legendario cantante de los Latin Brothers, mientras su voz suena en la radio cantando “Las Caleñas son Como las Flores”. Es caminar por el Paseo del Río y cruzarse con un show de salsa en el que los bailarines sacan sus mejores pasos junto al público en plena calle con los ojos cerrados y cantando como un mantra aquellos versos de Jairo Varela del Grupo Niche: “Cali pachanguero, Cali luz de un nuevo cielo”. En esta ciudad, la salsa más que un género musical es una religión.
En el corazón de este paraíso salsero, en el número 71 de la calle 11 con octava, se encuentra Paz Hermanos, una pequeña discotienda que puede pasar desapercibida entre los almacenes de muebles y las tiendas de electrodomésticos que la rodean. En su fachada están pintados diferentes instrumentos de percusión con los colores de las banderas de Colombia y Puerto Rico, y en la marquesina se lee “Paz Hnos, Epicentro de la música internacional”. Dentro del diminuto local, se esconde una espectacular colección de música tropical en diferentes formatos: CD, DVD, MP3 y sobre todo discos de pasta. Son miles las joyas musicales de todas las épocas en vinilos de 33, 45 y 78 revoluciones por minuto que esperan a ser redescubiertos en esta arca perdida de la música caribeña. También venden afiches, camisetas, agujas de tocadiscos y cualquier tipo de memorabilia del género. En las paredes cuelgan instrumentos musicales y cuadros con los retratos de varios héroes salseros que terminan de darle al local un aire de santuario. Ahí están, entre otros, Ismael Rivera, Wilson Manyoma, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe, Piper Pimenta y Jairo Varela. Los apóstoles de una iglesia de sabor y desenfreno, un ritmo caliente que nos unió como latinos alrededor del mundo.
Al preguntarle a Lisímaco el número exacto de discos que ha atesorado desde que abrió su discotienda a finales de la década del 50, afirma desconocer la cantidad, “¡No pues yo no sé! Allá atrás de la tienda, hay un depósito donde hay tantos discos como los que ves aquí. Y en mi casa tengo una colección de 10.000 más. Lo que pasa es que yo tenía un local que se llamaba el Midnight Sun, una discoteca por allá en la avenida Roosevelt donde ahora queda el KFC. Esa zona antes estaba llena de discotecas de salsa pero ahora ha cambiado mucho y está llena de restaurantes”..
Eran los finales de los años cincuenta y Calí había sido sacudida desde finales de los cuarenta por la explosión de la música antillana cuando la guaracha, el mambo, el bolero, el chachachá y la rumba se adueñaron de los bailaderos de la ciudad, especialmente la música de Daniel Santos y La Sonora Matancera. Como un paso natural, esta música se adueñó de las emisoras de la ciudad y después comenzaron a llegar los discos del género vía el Puerto de Buenaventura en las costas del Pacífico. Lisímaco, como tantos otros jóvenes caleños, no escapó de esta fiebre y fue gracias su afición que decidió abrir su propio almacén de discos, “Yo siempre tuve el gusto de la música. En mi juventud siempre coleccionaba discos que en ese entonces no se conseguían acá en Cali, discos de música antillana, de música cubana. Yo vi que en ese tiempo esa música aquí en Cali no gustaba a la gente de la alta sociedad que decía que esa música era para marihuaneros, para la gente baja”. Cuenta, con cierto asombro, que poner un disco de Pérez Prado era un pecado. “Entonces tuve la idea de imponer esa música acá en Cali y abrí el almacén”.
En ese entonces, Paz Hermanos estaba lejos de ser la discotienda que es hoy en día pues era más bien un bazar de los que en Cali se conocen como “cacharrerías” que vendía juguetes, cuadernos y cualquier tipo de baratijas. Don Lisímaco recuerda sobre el inicio de su negocio que “Primero empezó como una cacharrería y luego la cambiamos por completo a discos en el cincuenta y pico”. La travesía para encontrar muchas de las joyas que hicieron parte de su tienda a finales de los cincuenta empezaba en Buenaventura, donde le compraba los discos a los marineros de la Flota Mercante Grancolombiana con los ojos cerrados, ellos se traían esos discos de Cuba, de Nueva York, de Chicago y la metían primero por Barranquilla, luego por el canal de Panamá hasta Quibdó, la capital del Chocó en la zona del Pacífico colombiano, que fue de las primeras ciudades de Colombia en donde pegó la música antillana. “De ahí llegó a Buenaventura y nosotros nos íbamos para allá a buscar esa música y nos la traíamos para imponerla acá en Cali porque la gente no la conocía”, recuerda.
Lisímaco, recostado en su banca, con un aire despreocupado, se jacta de ser el dueño de la primera discotienda que trajo discos de salsa a la capital del Valle del Cauca, “Aquí impusimos la salsa en la ciudad, en las radios y en las discotecas porque las muestras de las disqueras llegaban primero aquí. Luego la gente empezó a agarrarle el gusto a la música y aprendieron cómo bailarla y entonces los bailarines comenzaron a venir a la tienda para escuchar lo último de la salsa”, cuenta orgulloso, con ese ánimo de pionero, de gran descubridor.
Las paredes de este santuario parecen álbum familiar y Lisímaco le pregunta a su esposa en medio de una tarde pasada por un calor penetrante y algo de brisa: “¿Dónde está la foto de Daniel?”, y ella, su cómplice en este baúl de tesoros musicales, le señala el cajón en donde está guardada la postal. Cuando nos muestra la foto vemos que “Daniel” es el bolerista Daniel Santos. “Este soy yo cuando estaba joven y bello aquí en el almacén con Daniel Santos y Piper Pimenta Díaz. Piper venía mucho acá a la tienda cuando sacó “Las Caleñas son como las Flores”, que hoy en día es como un himno de Cali. Él tenía dudas sobre ese disco y vino acá a preguntarme mi opinión”, nos cuenta orgulloso.
Lisímaco y Janet tienen montones de anécdotas vividas con grandes héroes de la música tropical que por alguna u otra razón pasaron por su tienda en la época dorada de la salsa en Cali, por ejemplo, la de la vez que le salvó la vida a la mismísima Celia Cruz antes de una presentación. “Celia vino a cantar a Cali traída por Larry Landa, entonces ella estaba buscando una grabación de “Ipso Calypso” porque no se la acordaba y no aparecía por ninguna parte un disco de la Sonora Matancera, entonces Larry me llamó y yo lo tenía. Cuando ella lo escuchó se emocionó muchísimo y se llevó el disco”. Otra historia infaltable en su arsenal fue cuando conoció a Jairo Valera, el cantante del Grupo Niche e ícono musical de Cali, “Jairo vino para acá cuando nadie lo conocía. Recuerdo que me trajo un disco de 45 que se llamaba Al Pasito, una rareza. Él era muy buena gente, un tipo muy chévere”.
Otro cliente ilustre del almacén Paz Hermanos fue el mítico escritor suicida Andrés Caicedo, autor de esa novela fundamental de la cultura caleña llamada Que Viva la Música. “A él lo trajo un amigo, era un muchacho medio loco. Vino preguntándome por el disco Que Viva la Música de Ray Barreto que no se conseguía acá en ninguna parte y yo lo tenía porque tenía la exclusividad de los discos que venían de Nueva York”.
Y así la tarde y la vida se le puede pasar a uno escuchando atento esas historias, como cuando pisó el almacén el bolerista Roberto Ledesma, quien pasó a dejarles su propia grabación “Camino del Puente”; o cuando Richie Ray mandó a Bobby Cruz a averiguar por qué sus discos sonaban tan rápido en Cali, en la época en que en la ciudad estaba de moda hacer sonar los discos de 33 en 45 revoluciones. También pasaron por Paz Hermanos figuras como Calixto Leicea de la Sonora Matancera, Bobby Rodríguez y Junior Córdoba de la Orquesta La Compañía, los salseros venezolanos Ray Pérez y Oscar De León, el dominicano Alberto Beltrán y el bolerista cubano Vicentico Valdés.
Así como figuras clásicas de la música tropical de antaño, a este almacén llegan coleccionistas de todo el mundo en busca de alguna joya musical perdida del Caribe. “Viene mucha gente de Alemania, Dinamarca, España; también me llaman por teléfono desde Puerto Rico, Miami y hasta de Japón preguntando por discos específicos. Me piden que se los ponga, yo se los hago sonar y ellos lo oyen por teléfono para ver si es el que están buscando y luego me mandan los dólares”, cuenta Lisímaco Paz que luego nos explica que el precio de los discos depende del estado, la antigüedad y la rareza del LP. “Hay discos de 50, 100 o 200 dólares. ¡Hasta de 500 o 1000! No hay ninguno en especial que te pueda decir que es el más caro porque hay varios”.
Entre las montañas de discos que hacen de este un lugar de culto, es difícil saber cuál de todos es su favorito, por eso solo atina a responder que le gustan los de la vieja guardia de la época de los sesenta, que son discos que acá en Cali no pasan de moda y pasan de generación en generación, siempre se escuchan en los bailaderos. “A mi me encanta ese de la orquesta de Belisario López donde sale el tema “En la Casa de Estanislao”, o el de Johnny Pacheco en el que canta Pete “El Conde” Rodríguez que se llama “Alto Songo”.
Conversar con él, es como recibir clases de historia de la salsa, es una biblioteca viva que ha dedicado su existencia a este ritmo sabroso. Sabe de memoria qué discos tiene en su colección y la ubicación de cada uno dentro de su tienda. Si se le pregunta por algún LP en específico inmediatamente sabe dónde está y si no lo tiene, de seguro que tiene algún otro del mismo autor. Lo pongo a prueba y le pregunto por un par de discos que me interesaba tener y de cada uno de ellos tiró data interesante para cualquier melómano, por ejemplo, sobre Pachanga en Nueva York (1963) de Rolando Laserie junto a Tito Puente contó que “Tito contrató a Rolando sobre todo para grabar la versión que hace de “El manicero” que está en ese disco y es una de las mejores versiones que se consiguen de ese tema”. Sobre Ernie´s Conspiracy (1972) de La Conspiración me dijo que “Ellos no sacaron sino dos discos. Ese disco es de los mejores de salsa que se han hecho. Tiene La Culebra’, que es un tema muy bueno y muy famoso que nunca pasa de moda y cada vez gusta más a pesar de los años que tiene. También está “Será” que es buenísimo. Ernie Agosto era un loco, un músico muy bueno que ya murió, era un loco que hacía muchas cosas y la pegó con esos dos discos.” También me llevé “La Juventud se Impone” (1975) del Sexteto Juventud, grupo que afirma es de lo mejor de la salsa venezolana de todos los tiempos. Al escuchar sus recomendaciones es difícil no caer en la tentación de comprar por lo menos un disco.
La historia del almacén Paz Hermanos es también la historia de la vida de Lisímaco. Gracias a su tienda conoció no sólo a sus grandes ídolos musicales sino también a su esposa Janet. Ella recuerda que a su marido lo conoció porque: “Él tenía un programa de radio a las seis de la tarde que se llamaba ‘Salsa, Ritmo y Sabor’, entonces Lisímaco hizo ahí el lanzamiento del disco En Medio de la Noche del Terrible Frankie Nieves. Yo entré a buscar ese disco y ya llevo aquí 40 años”, recuerda con sonrisa pícara y ojos de enamorada.
Ambos creen que la razón por la que Paz Hermanos ha logrado sobrevivir a los cambios de la industria musical y los cambios en los gustos de los oyentes, ha sido el saber adaptarse a esos cambios. “El almacén ha sobrevivido todo este tiempo por la música y por los discos que tenemos acá. La gente los busca y ya saben que aquí los pueden encontrar. Cuando comenzó el CD, le metimos al CD; luego cuando comenzó el mp3, también le metimos al mp3 o ahora que están las memorias, le metemos a las memorias”. Pero al coleccionista esos formatos no le gustan, le gusta es su pasta original, dice. “No les gusta la piratería ni nada de eso, más bien la piratería le da rabia porque les gustan los discos originales aunque ahora sean un poco más costosos”. Acá también vende discos de rock, me cuenta mientras saca uno de Metallica… “¡Míralo por dentro! ¡Mira la belleza! Míralo, sácalo. Estos son los discos que están saliendo ahora. ¡Discos de colores! Discos de Metallica, Queen, Pink Floyd. Todos esos son más caros porque vienen de Inglaterra”, nos dice emocionado Lisímaco como si nos estuviese mostrando un tesoro.
En tiempos de Record Store Day, cuando los tocadiscos se han popularizado en todo el mundo y el vinilo está experimentando un efervescente renacer, pareciera ser el mejor momento en mucho tiempo para los vinilos. “La música en vinilo está reviviendo, cada vez más vuelven a salir joyitas de antaño que vuelven a editar. Ya no se vende con la misma fuerza que en los 60 y 70 cuando ese era el único formato, pero hoy en día la gente lo busca cada vez más”. Según él, un personaje que ha dedicado su vida a estas cuatro paredes forradas de pasta negra, “La juventud hoy en día prefiere el vinilo y lo persigue mucho porque dicen que suena mejor. Además ya están saliendo tocadiscos nuevos. Yo prefiero oír música en vinilo porque uno siente la calidad del disco. A mi me encanta sacar el disco de su empaque, ver qué temas son buenos, revisar por detrás la carátula, oír el chachaqueo de la aguja al poner un disco”.
En tiempos donde la industria musical ha estado atravesando una de sus más fuertes crisis frente al formato físico, le pregunto a Lisímaco si alguna vez ha pensado cerrar su tienda, a lo que responde con determinación: “Nunca lo pensé porque esta es mi vida. Me crié aquí, me hice aquí. Tantos años acá empotrado. Aunque últimamente sí he pensado en cerrar porque he estado un poco enfermo y no tengo la persona indicada para que se haga cargo de esto”, cuenta y afirma que “el día que cierre lo cierro definitivamente. Hace unos años estuve muy enfermo y casi me muero y durante ese tiempo que estuve en la clínica el almacén estaba cerrado y yo extrañaba estar acá con mis discos y mi música. Y aquí estoy, con muchas ganas de seguir adelante”. Por ahora todo indica que mientras haya melómanos de salsa, el renacer del vinilo siga creciendo y la vida le dé salud a Don Lisímaco, el futuro del almacén Paz Hermanos está garantizado.