Alguien se tiró un pedo tan fuerte en un avión que tuvieron que aterrizar

El año es 2018, y nuevamente tenemos que informar de que alguien con problemas intestinales muy jodidos ha vuelto a dejar un avión en tierra.

La saga continúa: en 2015 fue el tipo que cagó tan fuerte que dejó un avión inutilizable; en 2016 volvió a ocurrir, cuando un hombre en un vuelo a París le meó encima a otro y ambos se liaron a tortas; en 2017, en pleno mes de agosto, un avión despegó de la sacrosanta tierra de Oklahoma City pero tuvo que dar la vuelta y aterrizar de nuevo porque había algo desconocido que apestaba muy fuertemente. Y este fin de semana, justo cuando todos tratábamos de recuperar la normalidad en nuestras vidas, nos enteramos de que un avión que volaba de Dubái a Ámsterdam tuvo que aterrizar de emergencia a medio camino porque había un pasajero que se negaba a dejar de soltar gases.

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Pero veamos la noticia:

Un pasajero de edad avanzada de un vuelo de Transavia Airlines fue obligado a abandonar el avión después de que este realizara un aterrizaje no programado en Viena.

Según testigos, dos pasajeros que se sentaban junto al hombre en cuestión le pidieron que dejara de expulsar flatulencias, ya que al parecer llevaba un buen rato haciéndolo.

Se desconoce si el hombre sufría algún tipo de trastorno médico o si lo hacía simplemente por molestar al resto del pasaje, pero el olor era tan insoportable que al parecer provocó una pelea.

Tras varias advertencias por parte de la tripulación y la mediación incluso del comandante del avión, se vieron obligados a aterrizar para pedir a las autoridades policiales que intervinieran.

Agentes de la policía austriaca respondieron a la denuncia acudiendo a bordo con perros para hacer salir al pasajero flatulento. Un vídeo del incidente fue publicado en redes sociales por Alfred Dekker.

The Independent, 17 de febrero de 2018


En este Apocalipsis de las ventosidades, dos hermanas también fueron expulsadas del avión. Según declaraciones de pasajeros publicadas en De Telegraaf, el asunto iba más allá de un tipo pediéndose agresivamente y molestando a la gente a su alrededor:

Me parece increíble que nos incluyeran; no teníamos ni idea de quiénes eran esos chicos, simplemente tuvimos la mala suerte de estar en la misma fila, pero no hicimos nada.

No hicieron nada para justificar el extraño comportamiento de la tripulación de Transavia.

¿Se creen que todos los marroquíes causan problemas? Esa es la razón por la que no lo dejamos estar.

Tuvimos que buscar un vuelo de vuelta a casa por nuestra cuenta con otra compañía.

Yo solo digo que la tripulación se comportaba de forma muy provocadora y empeoró las cosas.


Bien, pues estas son las conclusiones que yo saco de todo esto. Son solo cuatro, así que no te entretendré demasiado:

  1. Yo tengo el ano bastante controlado. Tenemos una buena relación simbiótica basada en la confianza mutua. Lo que vengo a decir con esto es que es muy raro que me cague encima o me tire un pedo si no es de forma voluntaria. No soy muy aficionado a compartir mis flatulencias con nadie, nunca, y si tengo que hacerlo, me voy al baño. (Mucha gente pensará que mi recato con los pedos roza lo patológico y que debería hacer terapia). De hecho, yo creo que uno siempre puede aguantarse la necesidad de tirarse un pedo hasta cierto punto. Nunca es justificable que provoques una tormenta de ventosidades en un avión en pleno vuelo. Ni siquiera que te tires un solo pedo. Y menos tantos como para que todo el mundo a tu alrededor se queje.
  2. Enlazando con esto último: ¿cuántos pedos se tiene que tirar la persona del asiento de en medio para que alguien de los que está al lado decida pulsar el botón de “Llamar a la azafata” y quejarse? Un pedo: lo toleraría; a veces ocurren accidentes. De dos a tres pedos: voy a empezar a tener muy mal concepto de la persona que tengo sentada al lado. Un vuelo de Dubái a Ámsterdam dura 7,5 horas, y la media de ventosidades de una persona es de 14 al día, o 1,7 pedos por hora. En este vuelo, por tanto, la media de pedos sería de 12,75 por persona por ano. Pero por otro lado, también soy consciente de mi flema británica inherente, dos fuerzas opuestas —la necesidad de quejarse y la de no hacerlo— enfrentándose una a otra como dos tractores a máxima potencia.
  3. ¿Cuántos pedos toleraría yo antes de quejarme? Con la llegada de los pedos 6 al 12, empezaría a poner los ojos en blanco y a resoplar visiblemente. A partir del pedo número 12 empezaría a tener pensamientos violentos hacia esa persona, pero ¿llegaría a quejarme a alguien? ¿Hasta el punto de hacer que el avión aterrizara en Austria? Creo que ni todos los cuescos del mundo conseguirían eso.
  4. Yo creo que si alguien me pidiera que dejara de soltar gases, le haría caso. No me negaría. ¿Te imaginas la oleada de calor que te entraría en el pecho, de pura vergüenza, si alguien —¡un desconocido!— te pidiera que dejaras ya de soltar cuescos porque te estás pasando? A veces se escapa algún pedo, vale, sí. Pero que alguien se dirija a ti con cara de “no puedo más” y te diga, directamente: “Por favor, señor: tiene que dejar de tirarse pedos o me veré obligado a aterrizar el avión”, o si el comandante pide por megafonía a los pasajeros que, POR FAVOR, dejen de cuescarse, yo dejaría de cuescarme. A ver, que yo entiendo que a veces la gente se tira pedos. Yo mismo me he tirado pedos a lo largo de mi vida. He vivido momentos en los que habría querido soltar un buen pedo, pero he elegido no hacerlo. Si alguien me pidiera que no expulsara más flatulencias, me esforzaría tantísimo por dejar de hacerlo que se me encogería el cuerpo hasta tal punto que se me pondría del revés y moriría.
  5. Creo que ha llegado el momento de admitir que, como raza humana, no estamos preparados psicológicamente para los desplazamientos aéreos. Esto se nos tiene que meter en la cabeza. A las pruebas me remito: no paramos de cagarnos, mearnos y peernos en aviones hasta extremos rayanos en lo absurdo. Nos deshidratamos y perdemos la cabeza. Hace poco cogí un vuelo de 12 horas a la costa oeste de EUA en uno de estos aeroplanos y casi me cuesta mi salud mental. Hace poco, Elon Musk lanzó un coche al espacio, como si fuera una especie de estudiadísimo plan propio de un villano de las pelis de Bond, y lo único en que yo podía pensar cuando veía ese traje espacial atado al asiento era: ¿y si ahí dentro hay una persona? ¿Explotaría hasta morir por la mera fuerza de todos sus pedos reprimidos? ¿Estaría, como yo, disfrutando de dos capítulos de New Girl? ¿Se tomaría una comida de carne que le sentara mal y le provocara malestar de estómago durante 18 horas seguidas? No estamos preparados para el espacio. El Hombre Pedo del vuelo Dubái-Ámsterdam es una advertencia a la humanidad y su futuro: no os adentréis en la gran frontera oscura, porque os cagaréis hasta morir.

@joelgolby

Este artículo se publicó originalmente en VICE Reino Unido.