Estaba de becaria en una revista erótica ahora desaparecida cuando conocí a nuestra dominatriz residente en la fiesta de Navidad de la oficina. Me preguntó si quería ser su asistente como chica vainilla, y como no me pagaban nada en la revista, pensé: Podría intentarlo.
En ese entonces, no sabía nada del pegging, ni siquiera lo había visto en el porno. Lo llamábamos “juego con strap-on” (el término pegging fue acuñado por el columnista sexual Dan Savage en 2001). Ella me tuvo que enseñar todo. Me mostró su equipo: el arnés de cuero especialmente diseñado, sus diferentes dildos en colores, grosores y formas variadas.
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La miré hacérselo a otras personas y vi el placer que los hombres obtenían; hay colas interminables de hombres en el mundo que están desesperados por ser penetrados. La imagen de una hermosa mujer vestida con cuero negro y utilizando un arnés con pene es grandiosa. ¡Es triunfante! Todos deberían poder apreciar esa imagen en algún momento de su vida.
Una vez, un hombre pidió tener una sesión de strap-on con la dominatriz. Su sueño era que lo penetraran dos mujeres. Comenzó con una sesión de nalgadas y un poco de humillación por su pene pequeño, luego la dominatriz lo obligó a adorar su dildo. Al cabo de un rato, ella dijo: “Basta, es hora de follar”.
Lo forzó a ponerse a cuatro patas, haciendo que se apoyara en los antebrazos para separar las piernas. Cubrió el dildo con un condón, puso bastante lubricante y empezó a usar sus dedos para dilatarlo. Entró en él, penetrando con cuidado al principio e incrementando el ritmo y la profundidad poco a poco mientras él se masturbaba.
El hombre se corrió y después de descansar un poco, ella dijo: “Jamie” —ese era mi apodo— “va a perder la virginidad con el strap-on“.
Hay colas interminables de hombres en el mundo que están desesperados por ser penetrados
La semana antes habíamos comprado mi pene y arnés; medía 15 centímetros y tenía buen grosor. Recuerdo sentirme complacida con cómo me quedaba cuando me vi en el espejo. La dominatriz me puso un condón, me lubricó y me enseñó qué tenía que hacer. A esas alturas él ya estaba bien dilatado, así que no tuve que prepararlo, solo lo penetré. Lo recuerdo claramente; fue fascinante.
Hacer pegging cambió mi manera de ver la sexualidad. Me volví más empática hacia los hombres. Follarse a alguien es, físicamente, un trabajo difícil. Cuando era más joven no dedicaba tanto esfuerzo al sexo. Además, cuando alguien abre su cuerpo para ti, se pone en una situación de vulnerabilidad y pone en tus manos mucho poder. Nunca había pensando en el sexo de esa manera antes, porque nunca me había sentido vulnerable de esa manera.
No me excité, pero psicológicamente fue interesante. El pegging es la dominación definitiva de los hombres. Les encanta. Es como tener un arma nuclear en tus manos.
Continué trabajando como dominatriz, con mis propios clientes. A menudo, decepcionaba a los clientes que habían visto porno duro, con embestidas, y querían que fuera así de violenta. Pero si no lo has practicado mucho, no puedes hacerlo de esa forma. Cuando empiezas a notar resistencia en el cuerpo de alguien, debes parar o puedes acabar haciéndoles daño. De manera que la fantasía no siempre corresponde con la realidad.
Para mí, es difícil penetrar a alguien que amo. Hay un intercambio de energía, y la mayoría de los hombres tendrá sentimientos encontrados después. Incluso si tienen la fantasía de someterse a una mujer, existe ese miedo a haber perdido algo por dejar que una mujer los follara. Los hombres se pueden sentir denigrados, molestos o arrepentidos, luego; lo cual es interesante, porque las mujeres permiten que los hombres se las follen todo el tiempo, pero no se sienten subyugadas.
Para controlar unn strap-on, has de sentirlo como una extensión de tu cuerpo
Cuando dejé de trabajar de dominatriz, no me hacía mucha gracia penetrar en mis relaciones de pareja. Incluso cuando los chicos me decían que les gustaba, sentía que estaban viendo a la dominatriz y no a la persona. Tuve una pareja a quien sí le gustaba el pegging bastante y me sentí orgullosa de él, por ser tan honesto con sus deseos.
Lo penetraba un par de veces al año. Recuerdo que la primera vez que lo hicimos, él estaba tumbado bocarriba, mirándome, para que pudiéramos besarnos al mismo tiempo. Fue más íntimo, menos violento y más una muestra de que él se entregaba a mí. Que un hombre se abandone así es muy sexy.
Quizá lo penetré durante 15 minutos. Fue una experiencia sexual muy completa; ambos estábamos muy comprometidos y entregados al momento. Fue sensual y cariñoso, no humillante. Eso es lo maravilloso del pegging. Puede ser lo que quieres que sea, los límites son tu imaginación.
Para controlar unn strap-on, has de sentirlo como una extensión de tu cuerpo. Es mejor comprar un arnés y escoger diferentes tamaños de dildos, ya que varían de calidad y puedes probar los distintos tamaños con tu pareja.
Muchos hombres sienten aprensión por si están sucios, lo que les impide relajarse y disfruten. Si tienes a alguien que siente curiosidad por hacer pegging, mételo en la ducha y enjabónalo para ayudarlo a relajarse. No les pongas un enema, eso podría dejar restos de agua en el recto provocaría más caos. Necesitas mucho lubricante.
Penetrar hombres me ayudó a no tener tanto miedo de la sexualidad masculina
Todo el mundo puede hacer pegging. Tienes que ir poco a poco, de forma gradual y encontrar a un hombre que esté verdaderamente interesado en esta práctica. Creo que hay una cantidad sorprendente de hombres a los que les gusta y quieren intentarlo. Y muchas mujeres se sentirían mas seguras sexualmente gracias al pegging.
Una vez que sentí que podía usar un pene y dominar a alguien así, las cosas cambiaron. Penetrar hombres me ayudó a no tener tanto miedo de la sexualidad masculina. Vi lo vulnerables que pueden ser los hombres, si están dispuestos.
Este artículo apareció originalmente en Broadly US.