Salud

Perdí el sentido del olfato y así cambió mi vida

FOTO DE UNA MUJER OLIENDO UNAS FLORES. NO ES SABRINA. FOTO DE BODNARPHOTO / ADOBE STOCK

Sabrina Hentzgen perdió el sentido del olfato tras sufrir un traumatismo craneoencefálico. Desde entonces, vive en un mundo insípido, en el que cocinar y comer ya no son placenteros, añorando cada minuto el olor salado del mar. Sabrina nos cuenta cómo le afecta en su vida diaria.

“Cuando mi hijo de cuatro años me abrazó en el hospital, después del accidente, sabía que algo estaba mal. Recosté mi cabeza en sus hombros y suspiré aliviada, pero cuando aspiré de nuevo, no pude oler nada.

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Estaba en el hospital con la nariz rota. Nada grave; me había golpeado la cabeza contra la mesa mientras pasaba la aspiradora. Pero empecé a sentirme cada vez peor. Cuatro días después, me encontraron una hemorragia cerebral.

Estuve incapacitada laboralmente cuatro meses y me costaba recordar el nombre de cosas que conocía muy bien, como si hubiera tenido un derrame. Mejoré con el tiempo, pero algo en mi cerebro sufrió un daño severo.

Pronto, descubrí que había perdido el olfato y que no podía saborear ni oler nada; tenía anosmia. Es un trastorno que afecta a un cinco por ciento de la población mundial y que puede originarse por un accidente o por el envejecimiento. El golpe en la mesa me destrozó los nervios olfativos, que se encargan de transmitir los olores al cerebro.

SABRINA y su hijo.
SABRINA y su hijo. Foto cortesía de SABRINA HENTZGEN

Mucha gente recupera el olfato y el gusto después de perderlos, pero en mi caso, no ha habido ningún indicio de mejora un año después del accidente, así que he perdido la esperanza.

Desde entonces, vivo en un mundo neutral. Mi vida ha cambiado por completo. Solía tener un buen sentido del olfato, era incluso capaz de distinguir entre diferentes tipos de trufas cuando estaba embarazada.

Es un problema que me afecta de muchas maneras. Nos mudamos a una zona costera, pero no podía oler el mar, ni la lluvia en verano, ni la hierba recién cortada. Algunos de estos olores quedan ya solo en mi memoria.

También tengo problemas de gusto. Nadie me dice: “¿Te gusta la comida?”, solo me preguntan por su consistencia. Por eso solo como verduras o cosas crujientes, así al menos puedo sentirlos en la boca. No como mucha carne porque no me gusta su textura sin el sabor. Bebo Aperol Spritz porque puedo percibir un poco su sabor amargo.

A veces cocino, pero ya no es lo mismo. Me hago pasta con tomate porque solía encantarme. Pero en cuanto me meto el tenedor a la boca, nada. Un poco salado, nada más. Es deprimente. Antes, me encantaba la ternera con brócoli y papas, pero ahora ya ni siquiera la como. Prefiero ahorrarme la decepción.

Este problema a veces puede ser peligroso. Una vez, se me olvidó que había dejado unas albóndigas en el horno y casi quemé la cocina. A menudo me siento paranoica, sobre todo durante el verano. Pienso: “¿Y si huelo a sudor?”, tengo la sensación de que debo frotarme con más fuerza cuando me baño y echo de menos esa sensación de limpieza y frescura. ¿Cómo puedo saber si estoy limpia?

Mi hijo me ayuda a diario. Hace poco, fui a una perfumería y le pregunté a la dependienta si podía ayudarme a encontrar un perfume que oliera como yo. Le conté mi problema y ella le dio unas muestras a mi hijo: “¿Es así como huele tu mamá?”. Fue encantador.

Lo que no imaginé fue lo mucho que me afectaría a nivel psicológico. Ya no me siento yo misma. De hecho, por esa misma razón estoy yendo a terapia. Es difícil afrontar una pérdida así de repentina.

Hace poco, me diagnosticaron anosmia, lo cual fue un alivio. Tenerlo por escrito hace que la gente lo reconozca más fácilmente y no lo cuestione.

Si hubiera un médico capaz de ayudarme, iría a verlo de inmediato. Pero no lo hay. Antes buscaba expertos e investigaba en internet cómo recuperar el olfato, pero ahora ya lo he aceptado.