Identidad

Soy una persona queer con discapacidad y esto es lo que hubiera querido saber en el instituto

Discriminacion

Este artículo aparece en «El número del poder y el privilegio» de nuestra revista.

Cuando en 2010 era una estudiante de secundaria que solicitaba plaza en distintas Universidades, me enfrenté a un laberinto de preguntas: ¿Qué universidades tenían buenos ambientes para las personas LGBTQ+? ¿Cuál tenía la mayor comunidad queer y cómo saber si estaría segura al salir del campus digamos que para la celebración del Orgullo o yendo de la mano con otra mujer? ¿Tendría problemas para encontrar alojamiento con mis discapacidades (algunas ya me las habían diagnosticado) que principalmente eran el síndrome de Ehlers-Danlos, endometriosis y autismo? Ya que era hija de un padre separado que hacía horas extra como taxista, sin un fondo fiduciario ni dinero que cayera del cielo o una hucha con la etiqueta “dinero para la Universidad” con la que contar, entonces, ¿era ir a la Universidad decisión correcta?

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¿Realmente me ayudaría encontrar una profesión que me ayudara a prosperar? ¿Podría pagar el SAT, el examen estandarizado que se usa extensamente para la admisión universitaria en Estados Unidos, sin que me dieran una beca? A lo mejor tú también te estás haciendo preguntas parecidas ahora, o estas preguntas te recuerdan a algo.


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Moverse por los espacios educativos, seas estudiante, padre, profesor o asesor, pues tiene sus desafíos. Pero formar parte de esos espacios merece la pena, también merece la pena hacerlos accesibles y seguros para el mundo que nos ha tocado vivir. En el instituto (y en toda mi vida hasta ese momento, en realidad) escondí mi auténtica identidad porque me daba miedo que no me aceptaran tal y como soy, esto es, una persona queer con discapacidad. Y, sin embargo, por el camino he creado amistades que durarán para siempre, mentores que me animaban y me guiaban a la hora de hacer cualquier cosa que me propusiera y realicé experiencias de aprendizaje que me convirtieron en lo que hoy soy. Si echo la vista atrás, no sólo hay ciertas cosas que me hubiera gustado saber cuando era estudiante pero que me hubiera gustado que los adultos que me rodeaban en ese momento también supieran. Porque si una cosa es cierta es que el sistema educativo está lleno de prejuicios para personas como yo.

«Si eres estudiante, lo primero que tienes que saber es que no estás solo»

A continuación os doy mi consejo para moveros por esos prejuicios y, tal vez, cambiarlos durante vuestra trayectoria por el instituto y más allá.

Si eres estudiante, lo primero que tienes que saber es que no estás solo. Recuerdo sentirme aislada en el pequeño instituto donde estudié en el sureste de Massachusetts, donde me estresaba más y más a la hora de tener que elegir una Universidad y una profesión. Finalmente me abrí a un profesor de ciencias que me apoyó mucho y que se esforzó por hacer todo lo posible para ayudar a alguien como yo a pasar de curso, incluso si realmente no sabía muy bien qué me pasaba.

La verdad es que vi que había gente pasando, o que había pasado, por una situación parecida. Tal vez hayan completado los estudios en tu instituto, y hayan estudiado después en la Universidad que querían o trabajar en un sector en el que a ti te gustaría desarrollar una carrera profesional. Busca a las personas que sean amables y te apoyan, que quieren ver como triunfas. Pégate a ellos.

Mi segundo consejo: crea una comunidad para ti, bien sea en persona o a través de internet. Cuando estaba en el instituto hace nueve años, me uní a la hoy extinta QueerAttitude.com, una web internacional para jóvenes LGBTQ+ y finalmente me convertí en moderadora, respondiendo a preguntas y dando la bienvenida a los nuevos miembros.

En mi instituto no había una gran comunidad queer y aunque tenía algunos amigos LGBTQ+, necesitaba un espacio seguro dedicado a esa parte de mi identidad donde poder superar las partes más difíciles. Cuando mis amigos heterosexuales no entendían mi frustración a la hora de que mi novia de esa época saliera del armario ante su familia, por ejemplo, sabía que había un lugar al que acudir para que me escucharan, reconocieran y me amaran. Encontrar ese tipo de lugar, bien sea en internet o en la vida real, puede ayudarte muchísimo.

Si en clase de literatura no aparecen historias protagonizadas por LGBTQ+, ¿por qué es?

Y en lo que respecta a los profesores y otras personas que estén en la posición de cambiar la vida de los millennials de hoy en día, es importante recordar que todo lo que digáis y hagáis tendrá un impacto enorme en los estudiantes que te rodean. Piensa en todo lo que les cuentas pero, también, piensa en lo que no les estás contando.

Si en clase de literatura no aparecen historias protagonizadas por LGBTQ+, ¿por qué es? ¿Acaso no hay autores de fuera de Estados Unidos o autores de raza negra en tu lista de lecturas? ¿Los indígenas no forman parte de los planes de estudio? ¿Qué versión de la historia les están enseñando? ¿Les estás mostrando modelos de persona que no son como tú, de forma que los alumnos tengan acceso a más perspectivas? ¿Estás invitando a esas personas a tu clase o invitas a tus alumnos a conocerlos en otro lado? ¿Y qué prejuicios les impones en las opciones de futuro que recomiendas a tus alumnos, sobre todo en cuestión de raza, género, nivel socioeconómico, religión, discapacidad, situación de inmigrante u orientación sexual? Debes ser sincero con todas estas cosas, no sólo contigo mismo sino también con tus alumnos.

La educación es bidireccional. Dales la oportunidad y los medios a tus alumnos para contactarte y comentar cosas, dales también la opción de hacerlo de forma anónima y no sólo al acabar sino el curso sino durante. De esta forma, si alguien tiene una crisis de salud mental, por ejemplo, tendrá una forma segura de buscar ayuda o un estudiante puede contarte si se ha sentido ofendido por un comentario aparentemente estúpido que has hecho pero que en realidad era un comentario racista. Haz saber, también, que tu aula es un espacio seguro y que los estudiantes no serán juzgados por acudir a ti para compartir cosas que no tengan nada que ver con los estudios.

Cuando hablé con una de mis profesoras de Lengua en mi primer año de Universidad, recuerdo que tenía colgados en la puerta de su despacho símbolos del arcoiris, esto es, decía todo lo LGBTQ+ era bienvenido. También incluía un espacio para indicar tu pronombre en la encuesta para conocernos que repartió para saber algo más sobre sus nuevos alumnos y ella también compartía su pronombre, por supuesto. Aunque no sabía realmente nada sobre su personalidad, recuerdo esa sensación de que podía ser yo misma en su despacho.

Mi último consejo está dirigido a los alumnos y profesores parecidos: si tenéis la capacidad de cambiar vuestra escuela, comunidad y las vidas de aquellos que os rodean. El acto individual más insignificante puede tener una consecuencia eterna. Cuando tenía 11 o 12 años, una de mis profesoras me prestó un ordenador de segunda mano porque el mío se había estropeado. Mi familia no habría podido comprarme otro, y lo necesitaba para hacer los deberes. Gracias a ella, no tuve que coger el autobús para ir y volver de la biblioteca después de clase para teclear los proyectos y buscar en internet lo que necesitaba. Sin ese acto de solidaridad, tampoco hubiera acabado el primer borrador de la novela que estaba escribiendo, que mis profesores leían y animarme así a seguir escribiendo.

No estamos solas a la hora de crear el mundo en el que queremos vivir

EN 2015, tras licenciarme en la Universidad y empezar a trabajar en el sector editorial y de comunicación, me enfrenté a nuevas preguntas: ¿Debía escribir abiertamente sobre el hecho de que era una persona queer con discapacidad o eso haría que se redujeran mis oportunidades de ser contratada? ¿Cómo debía tratar la accesibilidad al trabajo y alojamiento? ¿Era seguro contarle a mis compañeros de trabajo que vivía con mi novia o eso haría que me discriminaran en la oficina? En ese momento, me sentía menos sola a la hora de responder estas preguntas que cuando estaba en el instituto. Ya tengo una red de mentores y amigos, muchos en comunidades LGBTQ+ y de discapacidad a los que pedir consejo. Ahora soy asistente editorial en Equality Wed, una revista sobre bodas LGBTQ+, se trata del tipo de trabajo con el que hubiera soñado en el instituto. También he escrito para revistas como New York Times, the Washington Post, y
Cosmopolitan.

Hace unas semanas, una mujer con discapacidad me envió una solicitud de amistad en Facebook y me contó que estaba contemplando la opción de trasladarse al Emerson College, donde yo estudié. Me pidió consejo a la hora de completar el proceso de acceso, así como moverse por la ciudad de Boston y encontrar un puesto de trabajo en el sector editorial siendo una persona con discapacidad. Le dije que me preguntara todo lo que quisiera, siempre, y que me encantaría conocerla en persona si nuestros caminos se cruzaban. No estamos solas a la hora de crear el mundo en el que queremos vivir.

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