Así es salir de fiesta cuando tienes Asperger
Illustration by Rose Wong

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Identidad

Así es salir de fiesta cuando tienes Asperger

Desde que me diagnosticaron un trastorno del espectro autista cuando era una adolescente, he tenido la sensación de alcanzar montones de acontecimientos clave de mi vida mucho más despacio que el resto de la gente, incluyendo la mayoría de cosas...

Tengo rutinas. Una de ellas es ir a restaurantes buenos. De modo que me paro a cenar casi siempre de camino a casa los miércoles por la noche. Siempre pido lo mismo y me lo como mirando al infinito. Me doy cuenta de que no tengo aspecto de estar emocionada, pero lo estoy. Llevo todo el día esperando este momento.

Este restaurante en concreto está abierto toda la noche y se encuentra cerca de algunos clubs bastante pijos del Distrito Meatpacking, en Nueva York. He estado planeando encontrar a alguien que me lleve a alguno, pero ahora mismo llevo puesto un Fitbit de color verde lima y el pelo hecho un desastre. Estoy sentada en la barra, con un aspecto despreocupadamente desaliñado y con mi comida dispuesta a modo de protección frente a mí.

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El tío que está sentado en frente está bastante bueno y yo le miro discretamente (al menos espero estar siendo discreta. Durante mi primer año de universidad alguien escribió en mi pizarra blanca magnética con rotulador permanente 'Deja de mirarme fijamente').

La chica sentada a mi lado —no la conozco de nada— se inclina hacia mí y me dice, "¿Le encuentras atractivo?".

Yo asiento.

"¿Por qué no hablas con él?".

"Tengo novio", le digo. Así que ella empieza a hablar con él. A veces miran en mi dirección, indicando que yo formo parte de la conversación. Noto una sacudida en mi pecho.

Este es el problema con mi vida social: siempre me ha pasado. Me diagnosticaron síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista, cuando era adolescente. La gente con Asperger tenemos muchos problemas para reconocer las señales sociales y entrar en contacto con nuestras emociones. También procesamos la información intelectualmente, en lugar de intuitivamente. Tengo la sensación de haber alcanzado montones de acontecimientos clave de mi vida mucho más despacio que el resto de la gente, entre ellos la mayoría de cosas pertenecientes al reino de "salir por ahí".

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La chica, Felicity, se dirige a la discoteca. Parece joven, pero miro su cuello y sus manos y veo que tiene más o menos mi edad: ambas nos aproximamos al final de nuestros días de salir de fiesta. No quiere dejar de hacerlo porque lleva toda la vida haciéndolo; yo no quiero dejar de hacerlo porque no he salido suficiente.

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La primera vez que salí fue en un bar cutre que había en la ciudad donde estaba mi universidad, el único de toda la localidad. Fui con una amiga que tenía autismo y no había que hacer cola ni nada por el estilo. Durante un programa universitario de verano que hice en Nueva York, me las arreglé para salir bastante, pero no sabía suficiente como para saber que los clubes que más molaban no eran el lugar adecuado para mí. Encontré un bar hippy mientras conducía de vuelta a casa y fui feliz. La gente me adoraba allí. No se sentían intimidados por mi búsqueda de espacio o por que fuera al baño con frecuencia en busca de un par de minutos de soledad que me aliviaran de la sobrecarga sensorial que me provocaban las multitudes. Hice un montón de amigos, pero seguía sin sentirme conectada a la mayoría de ellos completamente. De vez en cuando una persona carismática se hacía amiga mía porque creía que yo era sincera, o divertida, o simplemente una anomalía extraña y fascinante. Cuando salía con ellos la vida parecía mejor en cierto modo. Las personas no autistas (o "neurotípicas") parecen formar parte de una vasta conciencia compartida que mis amigos —la mayoría de los cuales son como yo— y yo misma no somos capaces de percibir.

La gente con Asperger tenemos muchos problemas para reconocer las señales sociales y entrar en contacto con nuestras emociones

Felicity dice que conoce a los dueños de este local, pero no suena muy de fiar; yo sonrío y asiento mientras me doy cuenta de que no me creo nada de lo que me ha dicho hasta ahora. Esto es mucho para mí; hace cinco años no era capaz de darme cuenta de cuándo alguien me mentía. No era consciente en modo alguno. Recibo vibraciones de la gente, como todo el mundo, pero normalmente no puedo imaginar por qué.

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El tío la rodea y sostiene su teléfono frente a mi cara. Puedo leer, "todo lo que dice esta chica huele a mentira".

Sin embargo, no sé por qué está tan cabreado por el tema. Eso es lo que pasa con los neurotípicos: están tremendamente orgullosos. Con todas sus habilidades sociales, tan pomposamente ejercidas, no parecen entender la naturaleza de los defectos.

Debajo de eso ha escrito, "Me gusta tu vestido".

Tengo novio. Lo conocí en mi grupo de apoyo.

Escribo mi número en el teléfono del tío bueno.

Felicity sigue hablando conmigo. Veo claramente que piensa que soy una ingenua. Puede que le guste rodearse de ingenuos, a la gente le gusta sentirse importante. Voy a representar este papel hasta que sea demasiado vieja para hacerlo.

"¿Quieres salir conmigo?", me pregunta.

Éxito total.

"¿Estás segura de que quieres entrar?", le pregunto.

"Eres muy guapa", me asegura mientras se enciende un cigarrillo. Yo llevo un vestido veraniego como de mercadillo y zapatillas de deporte.

"Pero mis zapatos", digo.

"¿Qué pasa con ellos?".

"Son florales".

Felicity me mira de arriba abajo. Sí, confirma, tengo que hacer algo con esos zapatos. (Me dejo puesto el Fitbit. Sé que me da un aspecto cutre, pero como muchas mujeres del espectro tengo problemas con el peso y la imagen de mí misma. No me importa llevarlo en la manga). Me quito los calcetines y los meto en mi mochila. Escondo los cordones dentro de las zapatillas, bajo el pie.

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"¿Ves?", dice, "¡molas un montón! ¡Has sabido cómo arreglarlo!". Me dice que lo retro ahora se da por sentado.

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Ella me gusta. El tío al que le gusta mi vestido sigue en el bar y parece molesto. Miro hacia otro lado mientras le digo que no salgo mucho (debo de ser la reina de las señales confusas). Más tarde aquella misma noche veré el siguiente texto: "Pensaba que tú eras de las buenas. Supongo que no".

Otro error que cometen los neurotípicos: la gente da por supuesto que porque alguien es "extraño" tiene que ser buena persona. O no tanto buena como carente de maldad, como si no tuviéramos suficiente inteligencia como para ser malas personas. Eso me duele. Nunca he conectado con la narrativa tipo persona-discapacitada-como-víctima.

Sin embargo, me preocupan los seguratas de la puerta. Mucha gente no se da cuenta de que mi lenguaje corporal es raro, pero me imagino que cualquiera que trabaje para un 'Imperio de lo Guay' se va a dar cuenta inmediatamente. Sin embargo, Felicity los conoce, me echan un vistazo y me dejan entrar. Me coge del brazo como lo habría hecho un caballero con chistera llevándome a la ópera.

Lo primero que hago es pedir una bebida; ella quiere pagar. Entonces empezamos a bailar.

Yo bailo con exuberancia y no siempre siguiendo el ritmo. En los clubs gais pensaban que molaba mucho. Mis amigos me llevaron a algunos sitios fantásticos cuando estaba en la universidad y me hice amiga de un montón de gais porque les parecía que yo era transgresora. En aquel momento no me daba cuenta de que llevar una falda de cuero ajustada de color verde brillante era inapropiado para ir a clase en la Pensilvania rural, pero ellos me adoraban por ello.

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Este no es el lugar para hacer algo así. Se me acerca un tío con la camisa desabrochada y se refrota contra mí. Yo me froto contra él durante un minuto hasta que me doy cuenta de que se está burlando de mi forma de bailar.

Las personas no autistas parecen formar parte de una vasta conciencia compartida que mis amigos —la mayoría de los cuales son como yo— y yo misma no somos capaces de percibir

Derrotada, regreso a nuestra mesa.

"Aquí la gente no baila", le digo a Felicity.

"Me caes muy bien", dice. "Simplemente eres tú misma, ¿sabes?".

La gente me lo dice constantemente. Probablemente piensa que soy asistente de veterinaria o algo así. Hablamos un rato y entonces ella me ofrece coca. He sentido curiosidad por la coca, pero nunca la he probado. Me pongo nerviosa y me echo atrás. Imagino cómo sería el titular:

Mujer autista de 28 años sufre una sobredosis.

Dios santo.

Felicity me lleva a una mesa donde hay unos hombres semi-importantes. Yo sigo la conversación, emitiendo exclamaciones cuando es necesario ("¡Vaya! ¿Realmente te dedicas a eso? ¿Y cómo es?"), pero siempre estoy unos pasos por detrás. Ella pone su mano sobre el bíceps de uno de los tíos y yo no dejo de beber copas de champán de su mesa.

Soy una borracha emotiva. Empiezo a ponerme poética acerca de cuando vine a estos clubs hace años. Mi amiga yo fuimos elegidas en la cola del Marquee, nos pusieron en una lista de invitados y estuvimos en una sala VIP llena de tíos de treinta y tantos que decían que nos comprarían lo que quisiéramos.

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Tuve un lío con un abogado de Wall Street durante una semana. Le conocí en el Avenue hace años; supongo que era mi ballena blanca (debería haberme esforzado un poco más y haber conseguido un banquero). "Déjame que te enseñe cómo vivo", me dijo, sinceramente, mientras me llevaba a su ático y después a su habitación, donde dejó caer que yo me estaba echando atrás y que eso no era lo que haría una chica de Nueva York que se precie. Entonces me dijo que me faltaba autoconfianza.

Llevo dos años viviendo aquí. A veces tengo la sensación de no estar esforzándome tanto como podría para abrirme camino entre una multitud importante. Vine aquí para estudiar moda. Parece ser que rodearse de gente es un requisito imprescindible, pero tampoco quiero ser una trepadora social fracasada, eso es lo más cutre del mundo.

"Me alegro de que hayas salido esta noche", me dice Felicity. Y está siendo completamente sincera. Me ha presentado a todo el mundo que conoce aquí. No todo el mundo me sacaría así y me llevaría a pasar una noche en la ciudad.

"Incluso aunque nunca vuelvas aquí", me dice, leyéndome la mente, "quiero que sepas que eres muy guapa y que esta es tu noche".

Intercambiamos los teléfonos antes de que se vaya. Yo me quedo a bailar un poco más. Me presenta a los seguratas y me dice que les avise si necesito algo.

Nada más marcharse, un tío muy raro se me acerca. Es como un reloj. Estoy acostumbrada a esto y no me molesta. Siempre hay unas cuantas personas en todos los clubs que simplemente parecen estar fuera de lugar, pero me llevó un tiempo aprender que hay dos tipos de tío desubicado: los malignos y los benignos.

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Los malignos se me acercan. Algunos fingen una sofisticación simplificada de la que una chica más experimentada se reiría directamente y otros (los auténticamente malvados) saben llenarse los ojos de terrible preocupación. Puedo oler a estos tíos a un kilómetro de distancia.

Pero este tío es majo. Es tranquilo y bastante callado: permanece en un lateral de la sala a menos que su amigo le presente a alguien. No tiene una mirada inestable, como si estuviera al acecho buscando un ligue. Dice que va a West Point. No tengo ninguna duda de que es cierto. Le habría llevado conmigo a casa y entonces habría pasado una de estas dos cosas:

  • Sería menos extraño de lo que sospechaba. El sexo tendría entre un 4 y un 7 sobre 10. Las cosas empezarían a debilitarse incluso en un terreno de juego igualitario hasta que uno de nosotros, probablemente él, dejaría de devolver las llamadas.
  • Sería tan extraño como parece, en cuyo caso se quedaría colgado de mí. Si fuera un tío extraño y cabreado, entonces el sexo sería fantástico. Si fuera más del tipo triste, no lo sería.

Habla conmigo tratando de ser amable y resulta mono, pero lo dejo estar. Cuando llego a casa, me dejo caer en la cama y miro mi teléfono, siento que he obtenido exactamente lo que buscaba: Felicity me ha enviado un mensaje. Quiere saber si he llegado a casa sana y salva y yo sonrío mientras leo todo el texto.

De vez en cuando una persona carismática se hacía amiga mía porque creía que yo era sincera, o divertida, o simplemente una anomalía extraña y fascinante

"¡Estoy genial!", le escribo. "¡Me lo he pasado fenomenal!".

Aunque para mí "genial" es lo mismo que sentirse "aceptada": es como haber cruzado una barrera. No siempre es objetivamente divertido. Objetivamente divertido es jugar a Dr. Mario con mi amigo del grupo de apoyo mientras me enumera las intrigas sexuales de La Guerra de las Galaxias.

Hago planes para volver a ver a Felicity, pero entonces me acuerdo de todas las cosas raras que he dicho en mi vida y me imagino haciéndolo también con ella. Finalmente me verá como la friki que soy y ella no querrá tener que aguantarlo. Sé que no tengo motivo para estar paranoica. Soy bastante paciente con la gente y un montón de gente popular me ha adorado por eso, pero la idea de que ella quiera tenerme cerca es bastante incomprensible.

Quiero volver a escribirle, así que me voy a un bar, me siento y pido una sidra de pera. Me entretengo jugando con mis apps antes de buscar su número en la pantalla de los mensajes, pero no sé qué decir.

Me parece que así es como se supone que tiene que ser la juventud: salir y meterse en problemas con gente que pueden enseñarme cosas sobre cómo funciona el mundo. Leo cosas en internet acerca de lo que hacen otras personas de mi edad, pero esas historias no reflejan mi experiencia en absoluto y…

En realidad lo único que quiero es saber qué me he estado perdiendo.