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las secuelas de la violencia

Por qué es imposible ir al bar cuando eres un hooligan

Nick Hay lleva tiempo sin ir a los estadios con sus colegas ultras, pero ir al bar todavía le recuerda sus peores peleas como hooligan.
Foto von Facebook—@CasualCulture

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Nick Hay* fue durante diez años un hincha futbolístico religioso y constante. Se pasó una década viajando por toda Holanda implicado en un puñado de reyertas. En este artículo explica hasta qué punto considera que aquellos años de entrega incondicional a sus colores le pasan todavía factura física y psíquica.

Un domingo por la mañana, mientras la gente normal se encuentra sentada en la cocina frente a su desayuno bien fresco, dos grupos de jóvenes se encuentran en el interior de una estación con sus cinturones de piel en la mano. Pillo un paraguas y siento algo líquido en mi cara, una mezcla de cerveza y sangre. Dos adolescentes en baggies nos contemplan desde lejos, aterrorizados, con una salchicha en la mano. Pues sí, parece que es domingo, me digo a mí mismo.

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En los días de partido, con algunas pocas excepciones, las cosas iban relativamente bien entre los grupos rivales. Pero si no había fútbol ese día, el panorama cambiaba mucho. Las normas, si todavía podemos hablar de normas, se interpretaban entonces con mucha libertad. En diez años, vi a muchas bandas meterse una buena tunda en discotecas y bares. Nunca sabíamos quien podía esconderse detrás de ese grupo de jóvenes aparentemente normales.

Foto de Robert Pratta, Reuters

El resto solo teníamos un aire de consumidores inofensivos con nuestras gorras a cuadros y nuestros polos abrochados hasta el cuello. Pero ellos no sabían nada de nuestra pasión durante los días de partido. Durante los encuentros éramos respetuosos y atendíamos a las normas, a pesar de que íbamos hasta arriba de alcohol y drogas. Pero después ya no había límites, ya no era una cuestión de respeto hacia el adversario.

Si hay algo de lo que me arrepiento son todas esas espantosas y estúpidas peleas al volver del estadio. Cuando eres un hooligan acabas metiéndote en más de una, y empiezas a considerar normales cosas que objetivamente no lo son. Como vivimos en un mundo donde la violencia está totalmente normalizada, y como siempre contamos con que habrá otra pelea, siempre estamos en modo standby. Es la mejor manera de asegurarte de que si pulsas un botón te convertirás en alguien que la mayoría de gente no considerará normal. Nunca he logrado desprenderme de esta versión mía, a pesar de que nunca me ha hecho feliz.

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Todavía hoy, odio las discos y los bares. La música ensordecedora, las luces cegadoras y el popurrí de desodorante, adolescentes sudorosos y birra barata. Y aún así, salía y salgo de fiesta cada fin de semana. Todo empieza con alguien que se hace empujar y otro que pega un grito. Después, todo ocurre muy rápido. Recuerdo una pelea en la que, desde el primer momento, quedó claro que ninguno de los dos bandos tendría piedad. Este tipo de peleas son como las olas que rompen con furia sobre un dique. Estas continúan hasta que el dique cede, y generalmente se trata de la nariz de uno de los participantes.

A esto le llamamos decoración mikado. Imagen vía Imago

Esa tarde, en concreto, la ola estaba formada por ocho tipos de 25 años vestidos con polos caros y zapas blancas. El dique eran unos tipos hinchados a esteroides y camisetas demasiado apretadas. Inundaban la pista de baile con sus tatuajes tribales poblando sus brazos. Les costó unos segundos a todos los participantes comprender lo que iba a suceder. Los últimos en ser informados fueron quienes se encontraban en el medio, lentamente rodeados. Los que no querían recibir ningún guantazo se apartaron enseguida.

Y las olas empezaron a golpear el dique. Lo que en general permanecía bajo control durante los días de partido desembocaba en noches de violencia desenfrenada. Los dos lados querían realmente hacer daño al rival. El alcohol y las drogas consumidas habían eliminado los últimos atisbos de duda, y ya no quedaba nada bonito por ver.

Mi doble vida como hooligan me ha arrebatado gran parte de la inocencia. Poco a poco, el umbral de violencia ha convertido una agresión en algo prácticamente normal. De hecho, pienso más de lo que desearía en quien reciba una paliza se la habrá merecido.

Desafortunadamente.

Evidentemente, todo ha sido decisión mía. No estoy aquí para quejarme. Pero veo que en un santiamén volveré a encontrarme en medio de estas situaciones peligrosas. Todo ello me ha hecho más fuerte y más duro, especialmente con la gente a la que no respeto. Desgraciadamente, nunca me voy a deshacer de esta agresividad.

*Nick Hay es un seudónimo. VICE Sports conoce su verdadero nombre.