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Sexo

Folleteo de proximidad: así estamos utilizando Tinder en la desescalada

"La putada es que acabe mal o que uno quiera seguir quedando y el otro no y encontrarse después constantemente".

Si googleas "ventajas productos proximidad" el buscador te devolverá varios resultados: son más nutritivos, son más baratos, consumiéndolos reduces el desperdicio alimentario, ayudas a la economía local, son más respetuosos con el planeta… Pues bien, algunas de esas características -son más baratos, ayudas a la economía local, son más respetuosos con el planeta- podrían ser aplicables a otra práctica de proximidad: el folleteo vecinal que se ha dado durante la desescalada. Porque para practicarlo no ha sido necesario ni consumir (los bares han estado cerrados) y si se ha hecho ha sido localmente, en el chino, en el Carrefour o en la terraza del barrio, y no ha sido necesario coger ningún medio de transporte más que las piernas para practicarlo.

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Y es que no son pocos los que, llevados por el aburrimiento o por estar más cachondos que un bonobo se han dado al Tinder. Ya son más de dos meses desde que se declarara el estado de alarma en nuestro país y la abstinencia de cualquier práctica sexual no onanista se ve que no es sencilla. Tinder, por su parte, hizo un movimiento extraño: en el momento justo en el que las medidas tomadas contra el virus nos impedían movernos no ya solo de país o ciudad sino casi de calle, la aplicación abría su opción passport, que permite a sus usuarios geolocalizarse en cualquier parte del mundo vivan o no en ella, que hasta entonces era de pago.

Es decir, cuando ni sus 161 kilómetros de radio valían para encontrar un amor o un sexo que no se conjugara en futuro porque no se podía recorrer esa distancia, cuando una pandemia mundial nos impedía, entre otras cosas, follisquear a gusto, Tinder venía a decirnos que nos pusiéramos a hablar con peña de todo el mundo para nada. Para nada inmediato, para nada más que para quedarnos calientes como una mona, vaya, y eso revela quizá el auténtico sentido de Tinder, su auténtica función, que nunca fue la de quedar y consumar sino la de engordar el ego de uno. Pero esa es otra historia.

El asunto que hoy nos ocupa es el sexo de proximidad, uno de los fenómenos que han llegado de la mano del coronavirus. Follarse a vecinos, vaya, por ser lo menos ilegal, por burlar el menor número de leyes posibles o, al menos, por reducir al máximo el riesgo de acabar con una multa. Porque aunque el buen Fernando Simón no haya dicho nada específicamente sobre la cópula esporádica, en la fase 0 y por supuesto en las semanas de confinamiento ir a casa ajena estaba completamente prohibido. Pero hay a quien se la ha sudado, hay quien ha hecho primar el deseo sobre el imperativo legal, por considerar el imperativo legal un poco absurdo o por, aun considerandolo justo, querer follar.

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Azucena*, de 30 años, es una de ellas. "La verdad es que no solía usar Tinder, lo había usado muy poco antes de esto. Me lo descargué simple y llanamente por aburrimiento, porque necesitaba hablar con gente que no fueran mis compañeros de pisos y sobre cosas que no fueran el coronavirus, así que me lo bajé. La única diferencia que noté respecto a otras veces que lo había usado es que había mucha más gente a muy poca distancia, así que supongo que habrá habido, en general, más gente en Tinder durante estos meses", cuenta. "Cuando me animé a quedar con mi vecino ya fue con los paseos, cuando nos dejaron salir un poco más", añade.

Darío, de 25*, también aprovechó la hora nocturna del paseo para conocer más a fondo a un vecino. "Grindr lleva hirviendo toda la cuarentena, pero no sé si es algo nuevo porque siempre hierve. Varios tíos intentaron que fuera a su casa durante el confinamiento estricto pero me daba miedo, tanto por las multas como por el virus. Ahora creo que todos nos hemos relajado, yo incluido, así que cuando las medidas empezaron a ser menos duras me confié y quedé con un chico con el que llevaba dos semanas hablando. Es una situación un poco rara, porque a mí no me gusta el aquí te pillo aquí te mato, ir directamente a casa de alguien para follar, y claro, tampoco podíamos ir a ningún bar ni sentarnos en un banco porque no está permitido, así que tuvimos que quedar para pasear", cuenta.

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Blanca*, de 27, también quedó para pasear. "Estuvimos desde las 20 hasta las 23 la primera vez que quedamos, y cuando eran menos diez o así la situación se tensionó. Nos habíamos llevado bien, habíamos estado a gusto, pero teníamos que volver a casa y además como era durante los primeros días del desconfinamiento había bastante policía. La iniciativa la tomó él, que me dijo que si íbamos a su casa a tomarnos algo, pero vivía con su hermano y me daba bastante apuro así que le dije que mejor que a la mía. Es lo bueno, supongo, de liarse con un vecino", dice. Los dos llevaron mascarilla durante todo el paseo y se la quitaron al subir a su casa. "La verdad es que tuve el pensamiento intrusivo de "imagínate que tiene los dientes como Yung Beef", dice. Y se ríe.

Azucena le dijo a su tinderazo que no, que mejor no la llevaran. "Fue una de las primeras cosas que me preguntó cuando decidimos quedar, que cuál era el protocolo. Le respondí que mejor que no lleváramos ni mascarilla ni guantes porque con la mascarilla no nos íbamos a reconocer y aún no era obligatoria. Cuando nos encontramos y me fue a saludar con dos besos le aparté y le dije que quieto parao, aunque aquello no tuvo mucho sentido porque acabamos liándonos, pero bueno", cuenta.

Álvaro, de 28 años, habla de que una de las cosas que ha notado al usar la aplicación durante la desescalada es que hay "más transversalidad de edades". Y se explica. "No sé si es porque hay más gente o porque la gente está más desesperada, pero por aburrimiento empecé a poner los rangos de edad muy amplios, con tías mucho más jóvenes que yo y mucho más mayores, y tuve varios match por arriba y por abajo. Tampoco sé si sucede normalmente porque lo tengo más acotado el ratio, pero no sé".

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Acabó, sin embargo, quedando con una de su edad. Vecina, claro. "No sé si me la habría jugado si hubiera vivido más lejos. De hecho creo que no, claro, porque si le dije de quedar a ella y no a otra fue precisamente porque no teníamos que exponernos a ser multados para hacerlo. Los primeros minutos fueron un poco palo porque no sabíamos muy bien qué hacer, no podíamos tomarnos nada, no podíamos ir a ningún sitio que es lo que se hace. Supongo que de aquí en adelante también cambiarán esas dinámicas de las primeras citas", cuenta.

"Después", continúa, "nos relajamos y fuimos paseando y comentando lo que creíamos que iba a cerrar en el barrio, lo que no, las colas que se formaban, lo típico, hasta que ella me dijo que si la acompañaba a coger a su perro porque tenía que sacarlo y claro, pasó lo que pasó y el perro tuvo que esperar un poco. Esa noche no dormimos juntos, pero al día siguiente quedamos y sí, y ya lo hemos hecho varias veces. Las bromas sobre estarse contagiando el uno al otro y por donde dan juego", cuenta.

Azucena tampoco durmió en casa de su ligue las primeras veces que quedó con él. "Es uno de los beneficios de tener un follamigo vecino, claro. No tienes que dormir con él si no quieres, y ahora en la desescalada ha estado muy bien porque no se podía coger ni el transporte público ni un taxi con libertad pero cuando se acabe, cuando volvamos a la normalidad seguirá estando igual de bien. Siempre es un momento tenso ese de decidir qué hacer", explica. Uno de los días que volvió a su casa fue a las 3 de la mañana y huyendo de la Policía, escondiéndose en coches y cubetos. Es la única de los cuatro que duda sobre si seguirá o no quedando con su follamigo de proximidad porque, de hecho, dejará pronto de ser de proximidad. "Vive en la casa que compartía con su ex y lo dejaron justo antes del confinamiento, así que se va a mudar y va a dejar de ser mi follavecino porque va a dejar de ser mi vecino. Si seguiremos quedando o no no lo sé", dice.

El resto están seguros de que, se mantenga el estado de alarma o no, harán por mantener su follisqueo de proximidad, porque, dice Blanca, "son todo ventajas, si lo piensas: estás cerca de casa, no tienes que transportarte, conoces los sitios a los que podéis ir y tenéis tema para romper el hielo asegurado, el barrio. La putada es que acabe mal o que uno quiera seguir quedando y el otro no y encontrarse después constantemente". Y ese será uno de los daños colaterales, una de las consecuencias del confinamiento, que iremos viendo en la Nueva Normalidad. Pero cualquier gran gesta conlleva un gran riesgo y hay quien ha decidido correrlo.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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