Un inodoro Loveable Loo. Foto vía usuario de Flickr Max Baars
Joe Jenkins lleva 37 años guardando su mierda. Este hombre de 61 años cree que no hacerlo y tirar de la cadena después de haber cagado supone un malgasto de agua potable y de mojones. Deberíamos hacer nuestras cosas (orina y heces) en una caja para luego abonar el jardín con ellas.
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A mediados de los 90, Jenkins empezó a escribir sobre el compost humano como parte de una tesis en la Slippery Rock University de Pennsylvania y en 1995 publicó Manual del humabono, un libro que, según su autor, va por su tercera edición y del que se han vendido más de 25.000 ejemplares en 59 países. La descripción de Amazon afirma que se trata de “la obra de investigación más exhaustiva y actualizada sobre el compostaje de abono humano del mercado”, si bien uno se pregunta qué competencia tendrá un título semejante.
El método Jenkins para el compostaje de abono humano no utiliza agua, electricidad ni utensilios raros: lo único que hace falta es un Loveable Loo (algo así como un inodoro amoroso), que consiste en un receptáculo de madera en el que cagas y meas. Puedes pedir que te envíen uno a casa en la tienda de humabono por 299 dólares o seguir las instrucciones que se facilitan para construírtelo tú mismo, en cuyo caso tienes que unir cuatro tablas de contrachapado para formar una caja, en la que deberás meter un cubo, a continuación atornillar otra tabla de contrachapado con un agujero en medio e instalar encima una tapa de inodoro corriente. Una vez hecho esto, ya podrás formar parte del proceso de compostación de humabono, que funciona de la siguiente manera:
—Cada vez que utilices el Loveable Loo, debes cubrir tus cosas con una capa de material orgánico para facilitar el proceso de compostación y enmascarar los olores. La mayoría de los usuarios suele tener un cubo con este material a mano. Jenkins usa serrín, aunque pueden utilizarse otros materiales como turba o posos de café.
—Se supone que previamente habrás colocado un contenedor de compost en el jardín o en la azotea, porque habrá que vaciar el Loveable Loo en algún sitio cuando esté lleno. Este contenedor puede fabricarse con ladrillo, madera o bambú. Lo importante es que sea resistente.
—Debes mantener el humabono del contenedor cubierto con una capa de malas hierbas, heno u hojas secas para evitar las emanaciones y la aparición de moscas. Cada vez que tengas que añadir residuos, tienes que hacer un agujero en el centro del montón, echar la mierda y cubrirlo con la mierda antigua.
—El calor, el tiempo y unos bichitos diminutos harán el resto del trabajo, descomponiéndolo todo y eliminando las bacterias de los residuos, que llegan a alcanzar temperaturas de hasta 71 grados mediante un proceso denominado compostación termofílica. Transcurridos varios meses, el material puede utilizarse como fertilizante para cultivar alimentos, que a su vez podrás comer y volver a convertir en humabono. ¡El ciclo de la vida!
“El compost nutre el suelo, que nutre a las plantas. Estas alimentan a los animales y al ser humano”, me contó Jenkins por teléfono. “Hay que pasar por todo el proceso —desde comer lo que has cultivado hasta que lo cagas— para entender la importancia del mismo. Al final piensas, ¡Joder, pero si no he desperdiciado nada!
Jenkins aplica este proceso en su huerto de 60 hectáreas en el norte de Pennsylvania, en el que cultiva varias hortalizas para el consumo familiar. Se gana la vida vendiendo herramientas para la colocación de tejados de pizarra, aunque dedica mucho tiempo a dar talleres de compostación de residuos humanos y a dar charlas para la sensibilización en EUA y en otros países.
Este hombre y su cruzada de mierda han despertado gran interés mediático a lo largo de los años. El año pasado, el programa Only in America, del History Channel, dedicó una sección a Jenkins y a sus Loveable Loos, en el que el hombre le aseguraba al presentador que, si tuviera un zurullo, podrían convertirlo en un tomate.
Lo más importante de reciclar tus residuos corporales es que el proceso no requiere agua, electricidad o un equipamiento costoso, lo que lo convierte en una solución ideal para los países en vías de desarrollo en los que las heces representan un grave problema: el mes pasado, un informe de la ONU concluía que más de mil millones de personas siguen defecando al aire libre, lo que supone un riesgo para la salud pública de las regiones más pobres del mundo.
La aportación de Jenkins para resolver este problema consiste en loar las virtudes del inodoro amoroso a los cuatro vientos. En 2006, viajó a Mongolia para enseñar a los lugareños a construir sus propias cajas de heces y el pasado abril celebró un taller en Mozambique. Pero quizás su mayor logro lo ha llevado a cabo en Haití. En 2010, Jenkins visitó el país, que se estaba recuperando del terrible terremoto que azotó la isla en enero de ese año. Desde entonces, su sistema se ha extendido por todo Haití, en decenas de escuelas y orfanatos, así como en varios hogares de familias con pocos recursos en la ciudad de Santos.
Otros países en los que los Loveable Loos podrían contribuir a mejorar sus condiciones son Ghana, donde hay 10.000 escuelas públicas que no disponen de lavabos, e India, donde la mitad de la población —más de 600 millones de personas— hacen sus necesidades al aire libre, según los informes de la OMS y de UNICEF. El humabono, aseguran los proponentes, podría resolver el problema y, a su vez, contribuiría a mejorar la agricultura a un coste mínimo.
La ONG haitiana SOIL (Sustainable Organic Integrated Livelihoods), cuyo cometido es llevar inodoros para compost a los hogares, incluye el Loveable Loo entre la variedad de modelos que instalan en los hogares y locales comerciales del país. Su fundador, Sasha Kramer, considera que la solución de baja tecnología de Jenkins tiene un gran potencial, aunque existen ciertos inconvenientes a la hora de implementarla.
Kramer me aseguró que muchos conserjes y empleados de mantenimiento de edificios en los que se han instalado estos inodoros se quejan de que ahora tienen que gestionar los residuos sin ayuda o incentivos económicos.
“Es más probable que la gente se ocupe de un inodoro que alquilan para sus hogares que de los váteres de una escuela, que a menudo acaban estropeándose por falta de mantenimiento”, dice Kramer.
Niños de Puerto Príncipe, Haití, sobre un montón de compost. Foto cortesía de Joe Jenkins
Según Jenkins, la razón por la que el uso del humabono no está más extendido en los países en desarrollo se debe a que quienes toman las decisiones en los gobiernos y las ONG desdeñan la idea.
“Ya lo saben todo. Ya han tomado las decisiones. Su idea de éxito en la vida son los inodoros con descarga de agua”, asegura Jenkins. “Cuando trabajaba en Mongolia, por ejemplo, la señora del Departamento de Salud no quería ni oír hablar de los inodoros para crear compost. Para ella era como Qué asco, eso olerá mal… Era reticente a la idea por esa razón, no por ninguna otra, solo por un prejuicio psicológico”.
Si bien Jenkins afirma que las comunidades con las que ha trabajado se muestran muy receptivas a esta iniciativa, posiblemente porque no tienen tantos escrúpulos sobre lo que les sale del culo.
El hecho de obviar los trámites burocráticos y llevar los inodoros directamente a la gente ha ayudado a dar a conocer a los futuros humabonadores en qué consiste la idea. Kramer me dijo que el poder trabajar directamente con las familias resulta más sostenible. Ellos eligen este servicio y entienden el compromiso.
“Este sistema es muy sencillo y no requiere costes económicos ni tecnológicos”, afirma Jenkins. “Si tienen los conocimientos y pueden recolectar unas cuantas hojas secas o montones de hierba, pueden reciclar su humabono y evitar contaminar el mundo con él, nutriendo la tierra en el proceso y obteniendo así mejores alimentos. Por eso lo enseño a la gente. No necesitas ningún permiso, ni a Bill Gates ni al gobierno de ningún país; puedes hacerlo tú mismo.”
Alexis K. Barnes es un escritor y periodista residente en Nueva York al que le encanta cubrir noticias raras y extranjeras.